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Malas y malditas

 “Mi primer acto oficial de travestismo fue escribir, antes de salir a la calle vestida como mujer” dice Camila Sosa Villada, a quien ficción y realidad por momentos se le superponen sin preaviso. “Es una novela hecha por una escritora, no por una prostituta” le titularon en una de sus entrevistas. Y es que a veces parece que el personaje y la persona de la autora se mezclan y se fagocitan a la promesa de la novela.

Llegué con mucha ansiedad a Las malas, por su premisa —una historia con toques de realismo mágico sobre un grupo de travestis del Parque Sarmiento en Córdoba, Argentina— y también por el perfil de su autora. Casi al mismo tiempo en el que me enteré del libro, comencé a seguirla en Twitter: @lanoviadesandro tiene la acidez que mejor condimenta mis excursiones por las redes. Consulté varios artículos y entrevistas —que comienzan a ser cada vez más recurrentes—, donde me enteré que adoptó para su vida pública un acento mexicano desde que lo ensayó para una obra de teatro sobre Frida. Su novela ya pasó de ser un secreto escondido a secreto a voces. Camila desborda personalidad, tiene clarísimo que sus apariciones mediáticas  son oportunidades y las toma de la misma manera que aceptó el reto actoral de sus inicios.

Todavía no había leído una página y ya sabía demasiado. Algo que no suelo hacer: no quiero que la información del autor contamine mi lectura. Y aquí se estaba comiendo a la historia, ya no podía estirarlo más. En Miami, en épocas de pandemia, sólo podía acudir al ebook.

Cuando abrí el libro (¿se abre un ebook?) me atajó un prólogo de Juan Forn, el director de la colección Rara Avis de Tusquets. Ahí, los que no hicieron los deberes, tienen un pantallazo de la autora y su historia de vida. El blog, sus éxitos en el teatro como actriz y dramaturga y, como al pasar, nos dice Forn que su frase favorita de Camila, entre las muchas ocurrentes que derrocha, es una que aparece en una conmovedora charla TED que ella detesta (la charla, no la frase): “¿Pensaron alguna vez que la poesía podía tener una forma tan concreta?”

¿Hasta el editor necesita contarnos quién escribió lo que estamos a punto de leer? me pregunté. ¿No se puede leer este libro sin saber algo de la autora? A esa altura, siendo este su tercer libro pero el primero que leía, confirmaba que el personaje parecía fagocitarse a la promesa de la novela. Una sensación que no pasó de la segunda página, cuando leí: “Las travestis trepan cada noche desde el infierno del que nadie escribe para devolver la primavera al mundo”.

Cuando se ingresa en ese universo de grandes condenas y pequeñas redenciones del parque Sarmiento comienzan a aparecer los destellos de una belleza ruin y sorpresiva. Brotan desde la historia misma capullos de poesía maldita. “Fue la era de olernos entre nosotras y polinizarnos”. Me di cuenta que lo más importante del prólogo no era el perfil de su autora sino la advertencia para leer esta nouvelle en clave poética:

“¿Pensaron alguna vez que la poesía podía tener una forma tan concreta?”

 “A toda travesti se le da, en el reparto de dones, el poder de la transparencia y el arte del deslumbramiento”, dice La Tía Encarnación. Superpoderes que Sosa Villada utilizó uno sí y otro no, pues buscó maquillarlas, otorgarles un brillo que las elevara a la categoría de seres mitológicos tal como ella las conoció en carne propia pero con el objetivo esta vez de darles visibilidad.

La historia comienza precisamente cuando la Tía Encarna, —la madre travesti todopoderosa de esa “caravana de gatas”—, encuentra en una zanja del Parque Sarmiento donde trabajan un niño al que bautizan “El brillo de los ojos”, y sin más decide quedárselo. “No podrá extraer de ese pezón ni una sola gota de leche pero la mujer travesti que lo lleva en brazos finge amamantarlo y le canta una canción de cuna. Nadie en este mundo ha dormido nunca realmente si una travesti no le ha cantado una canción de cuna”.

El relato —escrito en primera persona por una travesti que sobrevivió a este entrañable infierno—, salpica flashbacks a la infancia y adolescencia de un chico que siempre se supo chica en pueblitos de la provincia. “Me preguntaron cómo era ser travesti en un pueblo y yo contesté que era fatal, que era igual a morirse pero que no había nada más alucinante en el mundo. Ser única, eso era alucinante”.

De día cursa en la universidad, de noche aprende a pertenecer, hace su posgrado en sororidad y supervivencia. “El corazón travesti: una flor de la selva, una flor henchida de ponzoña, roja, los pétalos de carne”. Clientes violentos, enfermedades, acoso policial, ninguneo amoroso, muertes injustas, suicidios. En medio de la miseria humana brota la poesía y la fiesta y un realismo mágico inverosímil pero sin complejos. María-la-muda transmuta en pájaro: “Para probarme que las plumas salían de ella, se arrancó una y la puso frente a mis ojos, y del hueco en la piel había brotado una lágrima de sangre”. O como Natalí, el hallazgo de una trans que nació séptimo hijo varón, una condición que en argentina los convierte en ahijados del presidente, y lobizones en cada luna llena. Natalí (“dos veces loba, dos veces bestia”) lloraba lágrimas azules cuando oía la canción de Julio Iglesias que llevaba su nombre.

La poesía de Sosa Villada es maldita porque encuentra belleza en los peores lugares. Logra extraer leche de una teta de silicona. “Durante muchos años me quedó el temor a la mirada feroz de esos animales entrampados que saben que se van a morir y desde adentro de sí mismos reciben la orden de hacer algo, la vida entera en sus colmillos, hirviendo de espuma y rabia. Así era la mirada de mi papá cuando bebía”. O “Manoseadas en los autos, empujadas hasta el calabozo, deseadas y despreciadas por los policías como joyas barbudas”. O “Estaba empeñada en darse todos los gustos en vida y había empezado por ponerse de novia con el minotauro más espléndido que había podido conseguir con el aleteo de sus pestañas y el veneno de su cariño”.

Forn opina que Las malas pertenece a esas novelas que uno quiere recomendar a todo el mundo. A mí, además, me sugiere una reseña llena de citas. Frases de purpurina que emergen vanidosas de una honda zanja como la que creía su padre (el de Camila en la vida real) que terminaría el cuerpo de su hija, y como aquella donde encontraron a “El brillo de los ojos”. Espacios de muerte, de violencia, de invisibilidad se iluminan de pronto con la belleza de lo inesperado: “Me arrebujé bajo su ala, bajo sus plumas iridiscentes. Aquella pájara multicolor nos protegía de la muerte”.

 

Las malas, de Camila Sosa Villada, Colección Rara Avis, Tusquets. Buenos Aires, 2019.

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