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¿Es que la gente no se cansa de hablar de Sor Juana?

«…de manera que aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir».

Esta cita se encuentra en el inicio de mi página web. A veces hay tanto que decir y al mismo tiempo tanto que callar porque no hay espacio en las propias palabras para todo lo que hay que decir. Es así. De este modo he pensado siempre, pero solo al ver plasmadas las palabras de Sor Juana Inés de la Cruz en la «Respuesta a Sor Filotea» fui capaz de verbalizar este sentimiento.

“El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena,” dijo Sor Juana y tenía razón. ¿Y qué hago yo citando a Sor Juana a más de 300 años de su muerte? ¿Es que la gente no se cansa de hablar de Sor Juana? Porque vieran ustedes la cantidad de ensayos críticos y académicos, entradas de blogs y demás comentarios que se pueden encontrar sobre Sor Juana y su obra.

La inmortalidad es una cosa fenomenal. La inmortalidad de Sor Juana se ha dado por sus ideas que si bien eran en muchos sentidos producto de la época y las circunstancias, al mismo tiempo eran futuristas. O quizás no eran futuristas, quizás es que todavía vivimos en el pasado.

La fuerza ajena que me empuja a escribir, que empuja a todos los escritores, es a veces la misma fuerza que me dice qué hacer con mis palabras de forma tal que sean escuchadas/leídas por quien yo quiera. La complicación que arrastra el concepto del género y los obstáculos a los que se enfrenta un/a artista dentro de un mundo –e idioma- patriarcal y masculino todavía se dejan calar ante nuestros ojos. Sino, díganme ustedes, ¿por qué no se incluye a ninguna mujer dentro del boom latinoamericano?

Sor Juana vivió en una época en la que eran sumamente estrictas las restricciones para una mujer, más aún, para una mujer que quería adquirir conocimientos y que además se rehusaba a casarse y tener hijos.

“Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros. Esto me hizo vacilar algo en la determinación, hasta que alumbrándome personas doctas de que era tentación, la vencí con el favor divino, y tomé el estado que tan indignamente tengo. Pensé yo que huía de mí misma, pero ¡miserable de mí! trájeme a mí conmigo y traje mi mayor enemigo en esta inclinación”

La fuerza ajena no la abandonó, siguió su paso hacia el convento y la vida de claustro. A veces me miro al espejo y rápidamente pasan por mi mente escenas de estos últimos años en los que la maternidad ha dominado mi existir y reconozco esa fuerza ajena que sigue empujándome y presionándome a escribir aunque estoy cansada, aunque casi no duermo. Cuando la gente me conoce y se entera de que tengo tres niñas, de las cuales la mayor apenas va a cumplir 6 años, se queda atónita. ¿Pero cómo haces? ¡Wao, tienes tres! Debes estar muy cansada. ¿Y a qué hora duermes? Y así me van preguntando. Siempre. Me felicitan por la hazaña de trabajar y criar a niñas pequeñas a la misma vez, por el tiempo que consume, por la cantidad de actividades que implicar llevar a cabo ambas cosas. La gente no ve qué trabajo hago en realidad, solamente el tiempo que me lleva hacerlo. Recibo muy pocos elogios hacia la calidad de mi trabajo (entiéndase que no hablo de mis colegas ni mis estudiantes por supuesto). Los cumplidos vienen unidos a mi carácter de madre. Lo agradezco, de verdad y de corazón, pero miren que ¡la fuerza ajena está allí!, que escribo porque si no escribo no puedo ser yo.

Yo hago un buen trabajo no porque soy una heroína tipo pulpo. Hago un buen trabajo porque soy una mujer capaz. Si no tuviera a mis hijas igualmente lo haría, con la única diferencia que quizás dormiría más… El hecho está en que escribir se convierte en un modo de vida. Tengo que escribir para poder respirar, tengo que escribir para poder existir, tengo que escribir para poder ser profesora, tengo que escribir para poder ser madre.

Sor Juana cada noche me saluda y me dice que cada frase que leo, cada palabra que escribo vale como cada aliento.

“Esto me proponía yo de mí misma y me parecía razón; si no es que era (y eso es lo más cierto) lisonjear y aplaudir a mi propia inclinación, proponiéndola como obligatorio su propio gusto.”

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