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#DetrásDePágina: Sara Cordón

 

BIOGRAFÍA 

Sara Cordón (Madrid, 1983) estudió un máster en Humanidades en la Universidad Carlos III, un máster en Edición de Libros en la Universidad de Salamanca, un máster de Escritura Creativa en New York University y actualmente cursa un doctorado en culturas latinoamericanas ibéricas y latinas en City University of New York. Ha trabajado como editora, librera, profesora de escritura creativa y gestora cultural en el Instituto Cervantes. Ha escrito biografías noveladas para lectores jóvenes, publicadas por la editorial El Rompecabezas. Sus relatos han aparecido en la antología Los topos mecánicos (Ígneo) y las revistas neoyorquinas Los Bárbaros, Viceversa y Temporales. Codirige la editorial neoyorquina bilingüe Chatos Inhumanos. Fue la ganadora del premio de relato Cosecha Eñe 2017.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Narrativa

Para español, pulse 2. (Caballo de Troya, 2018.)

-“El bien común” en la antología de relato Los topos mecánicos. Ed. Raquel Abend van Dalen. (Ígneo, 2018).

Literatura juvenil

Platón y la sabiduría. (El Rompecabezas, 2009).

Teresa de Jesús volando descalza. (El Rompecabezas, 2009).

Goethe el sabio alemán. (El Rompecabezas, 2008).

Lorca y su duende. (El Rompecabezas, 2007).

Cervantes el ingenioso. (El Rompecabezas, 2007).

Cleopatra la divina. (El Rompecabezas, 2006).

Marco Polo el aventurero. )El Rompecabezas, 2006).

Háblame un poco de los últimos libros que has publicado. 

Para español, pulse 2 es una autoficción humorística sobre mi propia experiencia intentando profesionalizarme como escritora. En 2012 llegué a Nueva York para cursar un máster de escritura creativa en español. Venía de España, donde los ánimos estaban bajos a consecuencia de la crisis del año 2008 —desempleo, desahucios, precariedad, injusticia social…—. Entonces me topé con el optimismo de un entorno privilegiado: el de los hispanoamericanos que estábamos estudiando posgrados artísticos o culturales en la academia estadounidense. Mi objetivo con este libro es mostrar la experiencia de la subalternidad con suerte, la de los cerebros que han conseguido fugarse, la del hispanismo cultural pudiente en Estados Unidos. Quería parodiar mi propia experiencia de american dream literario, mostrando la fragilidad y las prácticas absurdas que sustentan el mercado del libro, contando también la importancia del apoyo comunitario en las redes de distribución de la cultura.

¿Qué blogs, revistas electrónicas u otros sitios en internet recomendarías para descubrir a autores noveles hispanohablantes? 

De vez en cuando leo alguna que otra cosa de la revista neoyorquina Viceversa, que publica principalmente a autores latinoamericanos que están pululando por Estados Unidos. También leo Penúltima, una revista literaria basada en España que recopila textos de autores (noveles y no) de todo el mundo hispanohablante.

¿Cuáles son tus referentes en la literatura iberoamericana? 

Disfruto un montón leyendo a Mercedes Cebrián, a César Aira, a Washington Cucurto, a Roberto Bolaño, a Augusto Monterroso, a Mario Levrero a Fernando San Basilio… Hacer una lista de referentes es complicado pero, en general, me gusta mucho el humor en la literatura. Me encantan también los cuentos inquietantes de Mariana Enríquez y Liliana Colanzi. Un placer oculto es escuchar a Rulfo leer Pedro Páramo (está en Youtube). Como ya es un cliché hablar de la maravilla que es su obra, recomiendo escucharle: la voz, la cadencia… Cortázar leyendo sus cuentos (también en Youtube) es otro de mis grandes placeres.

¿Qué otros autores y autoras han tenido influencia en tu obra? 

Hace años estuve escribiendo una tesina en la que trabajaba literatura italiana, así que he leído mucho a los clásicos: Italo Svevo, Luigi Pirandello, Italo Calvino… autores humorísticos increíbles. En los diferentes talleres de escritura creativa que he cursado me animaron a leer a Raymond Carver, a J. D. Salinger, a Richard Ford… Pero sin duda alguna, los cuentos que más me gustan son de los Flannery O´Connor. También los de Zadie Smith. Un gran descubrimiento para mí fue Valérie Mréjen.

¿Qué nuevos escritores y nuevas escritoras hispanohablantes recomendarías?

Recomiendo mucho cualquier texto de Fernanda Trías y de Mariana Graciano. Me divierto un montón con Camila Gutiérrez. Soy fan de la revista Los Bárbaros de Nueva York, que me ha descubierto a escritores y escritoras muy interesantes.

¿Qué autor (o autora) está subvalorado en tu país de origen?

Diría que todos. En la mayoría de los países hispanos la literatura no goza de los espacios, los formatos ni la difusión que en mi opinión merece. En varias ocasiones, para ridiculizar a los políticos, se les pregunta por sus autores favoritos y comienzan a titubear. En cambio todos, incluso los que no somos futboleros, podemos decir sin pensar unos cuantos nombres de futbolistas. Lo que quiero decir es que la literatura se está convirtiendo cada vez más un objeto de consumo para una minoría cultural (prácticamente para una élite). Tampoco se va a hundir el mundo por eso pero, personalmente, me parece que los que trabajamos con la literatura (autores, editores, libreros, gestores, medios de comunicación…) deberíamos probar a salir de nuestra zona de confort y difundir la literatura de otras formas. El que Bob Dylan ganara el Nobel de Literatura en 2107 fue un gesto de la Academia de Estocolmo (que no destaca precisamente por su carácter revolucionario) para recordar al mundo que la literatura es muchas más cosas que el libro (ese objeto tan poco interactivo) que sólo una minoría lee. La industria de la música entendió hace décadas lo importante que es el performance y la creación de unos estímulos en el receptor que lo lleven más allá de poner el disco en casa y sentarse a escuchar. Yo apuesto por tratar de hacer la literatura más atractiva y difundirla más y de diferentes formas. Es una tarea en la que yo misma me tengo que poner manos a la obra. Al mismo tiempo me da la sensación de que popularizar la literatura implica para algunas personas restarle valor simbólico. Así que seguramente mi propuesta tenga unos cuantos detractores.

¿Y ahora qué autor (o autora) está totalmente sobrevalorado en tu país de origen?

Como digo, me parece que, incluso los autores que comparativamente tienen más proyección (me gusten a mí o no), no reciben toda la atención que podrían suscitar.

¿Cuál ha sido tu peor (o mejor) borrachera en una feria del libro? 

Hasta este año en la Feria de Madrid sólo había firmado los libros que había escrito para público juvenil. Imagínate el escándalo: la autora de “Cleopatra la divina” pasada de vinos, cantando el “Asturias patria querida”…

¿Qué serías si no fueras escritora?

He sido y soy muchas cosas: recepcionista, librera, estudiante becada, gestora cultural, distribuidora de libros, trabajadora de McDonald´s y Telepizza, promotora de comida en supermercados, vendedora de palomitas en diferentes cines, editora, vendedora de helados, profesora… Eso sí, lo que más me hubiera gustado habría sido dedicarme al baile, jaja. Aunque soy bastante tiesa bailando, también soy metódica. Me gusta mucho la música, así que estoy segura de que podría haber sido bailarina. Mediocre, pero bailarina. También, cuando me llevan a un karaoke, me vengo arriba y me digo que debería haber sido rock star. Los me escuchan desentonar no piensan como yo.

¿Qué viene luego de Borges en tu biblioteca?

Luego de Borges ha venido prácticamente todo, especialmente mi acercamiento a la literatura latinoamericana.

¿En qué estás trabajando ahora?

En escribir mi tesis doctoral, ¡horror! No, en verdad la academia también me divierte.

¿Cuál va a ser tu próxima lectura?

Tengo pendientes varios libros que me han recomendado como Un mundo huérfano de Giuseppe Caputo, Un momento de descanso de Antonio Orejudo y Volverse palestina de Lina Meruane.


Lee un extracto de Para español, pulse 2, cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial.

El acto de agresión

Está Linda. Está la música del bar; un recopilatorio de grandes éxitos del rock. Está Collum, el camarero, tras la barra. Del otro lado están prácticamente todos los compañeros del máster, bebiendo. También, cómo no, está Poncho. Linda se deja invitar a una cerveza y la coloca sobre la máquina recreativa. Luego acepta otra más. A cambio sólo está dispuesta a darle unos piquitos. «Así», le explica, y le da un beso. «Así» y, ladeando la cabeza, le da otro. Se separa despacio. Haciéndole sentir con más intensidad su distancia que su cercanía. Sometiendo a Poncho y a su pituitaria al aroma a coco de su acondicionador. Se ríe. Le cuenta que está con antojo de empanadas. Que hoy, llegando a la biblioteca por Waverly, una señora que pasó a su lado le robó la botella de agua y la comida que venía cargando desde su barrio.
—¿Tú crees? Me arrancó la bolsita con las empanaditas de las manos la piazo e loca esa. Se fue corriendo. Imagínate, y yo ahí parada, sin saber qué hacer.
Por los chismes que Poncho ha oído, supone que Linda es bulímica, anoréxica o algo por el estilo. Lo sea o no, como la comida es una de sus pasiones, se alegra de poder hablar con ella de empanadas.
—Pues así es acá. La gente está bien piratona. Antes, a los locos de Nueva York los tenían en el islote que hay entre Manhattan y Queens, en Roosevelt Island. A todos metidos
en un edificio que se llamaba Octagon. Ahorita los locos andan sueltos. Creo que hacen cosas raras nomás para expresarse, porque en esta ciudad la gente necesita expresarse mucho. Pero la gran mayoría son inofensivos. No sé cómo le hacen los gringos para controlarlos, si los drogan o qué. Algo hacen para volver a los locos casi inofensivos. A los locos sin lana, digo. Pero oye, ¿empanadas?, ¿empanadas de pino traías? Ufff, a mí más bien se me antojan unas quesadillas.

Juegan a la máquina recreativa que hay frente al baño. The Hunter, se llama.
—Está bien chila, ¿no?
—Sí. —Linda caza leopardos, ciervos y un alce—. Ay, chico, ¿sabes que Gladys dice que lo de Peralta era mentira? Lo engañaron al pobre. El email de Anagrama resultó falso.
—Sí, sí, ya sé…
Poncho también caza leopardos, ciervos y alces. Además, caza osos.
—Chamo, no puedo creerlo. ¿Quién hace esas bromas?
—De repente lo mira atenta y lo empuja—. ¡Fuiste tú, perro!
—Jugando nomás. Pero Peralta se emputó…
—No me extraña que se molestara. Mierda, pobre tipo. Él estaba convencido de que tenía un email de Jorge Herralde. Te pasaste.
El contador digital de The Hunter proclama a Poncho ganador.
—¡Te toca invitar al campeón!
Como sabe que Linda no lo invitará, Poncho pide dos cervezas, aunque esta vez paga sólo la suya, no vaya a ser que, para colmo, luego ella le gane la beca Ourworks. Por tratarse de Collum deja, además, un dólar de propina.
—Trabajando como asistente de los profesores has de tener otros chismes.
—Ajá. Manejo mucha información. Más de la que me gustaría.
—Cuéntame un chismecito.
—Averigüé. cosas graves. Discutí hace unas semanas con una caraja por eso.
—Dame más pistas.
—Sólo te digo que La Marica no es confiable.
—Cuéntame más.
Ahora, para no parecer soso, es él quien se acerca. Como le han dicho que sólo piquitos, no hace el intento de meter la lengua. En las escuelas norteamericanas repiten muchas
veces a los jóvenes que si ellas dicen que no, es no. Si de alguna forma se les ocurriera insistir o las forzaran a hacer algo que no quieren, ellas podrían —más bien, deberían— denunciarlos por acoso sexual. Linda le acaricia los pelillos del bigote. Él se da cuenta de que tiene las manos calientes y refuerza su teoría: «De seguro está prendida». Trata de ser lo más observador y realista que puede; de «think clear», como solían decirle en la escuela. La ve sentada en el borde de la mesa de billar. Al principio tiene las piernas juntas y bromea. Luego bromea cada vez menos y va abriendo las piernas, acogiéndolo entre ellas, haciéndole con sutileza la maniobra envolvente de la tenaza. Poncho deposita su mano en uno de esos muslos y, al darse cuenta de que, a pesar de ese frío que hace a finales de noviembre, Linda no lleva medias, se siente con derecho de medrar verbalmente: «Ándale, vamos a Jackson Heights», y le toca el pelo, tratando de evitar toda esa cantidad de horquillas y de no descolocarle la flor de plástico que lleva sujeta. Prefiere llevársela a su casa. Sobre todo porque le da pudor que los compañeros del máster, al pasar por ahí de camino al baño, los vean dando el espectáculo. «Bueno, que nos vean. Y si le dicen algo a la española, mejor. Así cotizo al alza en el mercado del amor.» Eso se dice, porque él se dice muchas cosas. Pero en realidad trata de pensar una estrategia para llevarse a Linda de allí y evitar futuros problemas. Por temor a estropear ese momento y perder su oportunidad, finalmente evita insistir más en la idea del cambio de localización.

La oportunidad es la clave, sí. Porque ella es alta, de ojos azules, escribe post políticos inteligentes en Facebook, sus compañeros la estiman, está felizmente casada y, sobre todo, es alegría, tintineo de collares y color. Él se siente menos colorido; más marrón. Alguien debería decirle que eso da igual. Que en los ayuntamientos carnales lo que menos importan son las características difícilmente mensurables de sus protagonistas. Que lo fundamental en este caso es la oportunidad que semejante idilio le pueda generar: experiencias nuevas para ese gran cuerpo suyo, un estímulo a su ego mórbido, afecto, segregación de testosterona y, con suerte, de otras sustancias atrozmente contenidas en sus
genitales.
Entonces llega Víctor. Se les queda mirando. No dice nada. «Tamadre, ¿y éste?», pregunta Poncho. Como Víctor sigue ahí y los está incomodando, ella se baja del billar y le
habla. Víctor parece incapaz de ver los giros positivos que el erotismo puede provocar en las vidas de dos veinteañeros en Nueva York y se acerca al oído de ella:
—Éste es el medio novio de la españoleta.
—¿Ah?
—Sí, verga, éste es la Malinche de la españoleta.
—¿Qué Malinche? No te entiendo, Vic.
—Sí, coño, así le dicen: por mexicano y vendepatria. Se la pasa explicándole a la españoleta y le traduce toda verga al inglés. Además, naweboná de feo, gordo y mal escritor… ¡acuérdate, es el del «pooMario»! Un peo que te metas ahí. Piensa en la habladera de paja de todo el mundo cuando se enteren de que andas con este bicho.
—Ay, verga, ahoritica no, Vic. Mejor te brindo algo y ya luego hablamos.
Linda pide a Collum que le sirva una cerveza a su amigo y la cargue a su cuenta. Aunque Víctor ha ganado en los últimos años varios premios cinematográficos, ella no puede olvidar el estrato del que proviene y siente que debe invitarlo. Víctor se va con su cerveza y ella vuelve a lo suyo. «El Bolaño un poco también como que se escapó del Octagon, ¿no?», pregunta Poncho. Linda no responde. Ella nunca hablaría mal de Víctor. Está sonando una canción del recopilatorio de grandes éxitos del rock que conoce y baila. También Linda ve una oportunidad ahí: quizá porque toda su vida estuvo obsesionada con el físico propio, su tolerancia con los desastres corporales ajenos es amplísima. Como dijo Víctor, Poncho no es muy guapo, pero resulta tremendamente divertido. Es más, estar con un chico como él le
supone una aventura social que no podría permitirse en su país.
Poncho mueve la cintura para distender el cuerpo. Para sentirse a tono. Se acerca, la huele con sutileza. Coco. Trata de disfrutar todo lo que puede sin dejar en ningún momento de ser prudente. Luego se dice que a la mierda la prudencia.

Encienden las luces del bar. «Pero ¿cómo? Toda la gente se fue», se sorprende Linda. Añade que tomará un taxi. Le dice adiós a Collum con la mano y sale del bar pero, en vez de dirigirse a la acera de West Fourth con la Sexta Avenida, se pega a la fachada del edificio de al lado. Poncho se le acerca porque siente que es lo que debe hacer. Aunque están entre cubos de basura y sería más que probable que en cualquier momento apareciera una rata, intenta no ser ni previsor ni analítico. Se pega a ella y se dan besos. Unos besos que ahora no son de piquito. Él aprisiona uno de los brazos de ella con su axila.
—Ahora trata de moverte.
—¿Cómo dices?
—Trata de moverte. Es una técnica de lucha.
Linda comprueba que está inmovilizada y ambos se ríen.

A los once años Poncho decidió apuntarse a las clases de lucha grecorromana de su escuela estadounidense. Su padre lo había llevado de pequeño al auditorio estatal de Mexicali para ver combatir a un luchador que se llamaba como el hospital psiquiátrico de Roosevelt Island. «Octagón, Octagón es el ídolo, sí. Bienvenidos a la pasión. Lo tiene. Ahí está. Es su oportunidad. Lo tiene sangrando bajo la máscara. Ahora sí, señores, contra el suelo, esto es el final: es uno, es dos, es treees. Ahora sí; Octagón loooo rinde…» Pero a él la lucha mexicana le resultó demasiado descarada. «Mamá, me inscribí. Pero no es como tú piensas; la lucha grecorromana es un deporte histórico. Es la lucha de verdad; uno de los primeros deportes olímpicos, sin máscaras, sin tanto showcito como en la tele.» Así pasó él dos años, compitiendo en la categoría de 47 kilos. Luego otros dos en la categoría de 53, ganando todos los torneos estatales y en una ocasión el campeonato nacional.
—De nuevo. Trata de moverte.
—Imposible —dice ella riendo.
Poncho le enseña entonces sus orejas de coliflor.
—Pues ¿no te dije que fui campeón de Estados Unidos en 2002?

Pese a que han transcurrido diez años desde aquel último triunfo y cuando dejó el deporte ganó kilos hasta alcanzar los 128 que pesa en la actualidad, ella disfruta de las extravagancias del exluchador y se gira para poder sentirlo pegadito a su espalda.
—Vamos a la casa. Te invito mañana a desayunar unas quesadillas en Jackson Heights y hasta te doy chocolate.

«Public display of affection», piensa él. Así lo llaman; pronunciado «pi di ei». Poncho aprendió pronto que aquellas supuestas «faltas a la moral» que en Mexicali eran tomadas a pitorreo, del otro lado podían ser consideradas un asunto serio. Los arrestos por «lewd conduct» conllevan problemas legales y sociales muy graves en Estados Unidos. La exposición sexual indecente supone una agresión a la comunidad y, por lo tanto, una violación del código penal. Para tratar de prevenir estos actos desde la educación, al cumplir dieciséis años, todos los estudiantes de su escuela recibían una clase especial y su folletito explicativo:

Lewd conduct is defined as touching your private parts (or another’s private parts) when you do so:
• for the purpose of sexual gratification
• to annoy or offend someone else

Private parts refer to:
• the genitals
• the buttocks
• a female breast

Poncho mira hacia los lados y alarga un brazo para meterle la mano a Linda dentro del sujetador morado que lleva. Le agarra una teta.
—No, así, con cuidadito. Uy, sí, con cuidadito, Ponchito, mmm…
«Cógetela —se dice—. Cógetela ahorita mismo que no pasa nadie por la West Fourth.»
—Mmm… no, uy, uy.
«Qué nalgas. Cógetela y mañana en la maestría eres el máster. Me cogí a la venezolana en la calle y sin condón, vas a decir.»
—Qué fino, Ponchito. Así. No, ven acá. Uyyy. Sí, con cuidadito.
Y al volver la cabeza para mirarlo, se le caen dos horquillas del pelo y luego la flor.
Él se desabrocha los vaqueros. «Ahora sí, señores, ahí está. Ahora sí. Bienvenidos a la pasión.» «Ahorita me la cojo bien duro», se dice. La acaricia por encima de las bragas.
—No, uy, mmm…
A Poncho le entran dudas: ¿habrá dicho Linda que no?
—Sí, Ponchito, con cuidadito. No, mmm… uy, uy. —Le tintinean los collares.
Ahora la acaricia por dentro de las bragas.
—Mmm… ay, no, mmm…
No sabe si debe parar. Le parece que Linda ha dicho varias veces que no. Desde luego, está siendo descarado. En ese momento no pasa nadie por ahí pero mantener relaciones sexuales en plena calle es sin duda lewd conduct.
—Qué fino, Ponchito. Arrímate.
Él se frota contra las nalgas de Linda y la sigue tocando.
—Uyyy, mmm… Uyyy, no, no.
Ahora sí está seguro de que le han dicho que no. Dos veces, además. Por eso se separa de ella.
—¿Chamo, qué pasó?
Poncho está confundido. Definitivamente, «es uno, es dos, es treees», pero él no es el ídolo. No es mexicano siquiera. Y culpa por ello a las instituciones estadounidenses que aspiran a hacerlos inofensivos, a emascularlos a todos. Linda alza las cejas sintiéndose despreciada. Él duda si debería volver a besarla o pedirle perdón por haberla tocado de esa forma en plena calle. Sin ser capaz de hacer otra cosa que bajar la mirada, tan púdico como desnacionalizado, se agacha y recoge sus dos horquillas. Dando su lucha interna por finalizada, le devuelve la flor.

 

 

Fotos: Sheila Melhem

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