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Volver a Cayo Hueso

Armados hasta los dientes contra el coronavirus con mascarillas, guantes y desinfectante para las manos, el lunes 3 de agosto mi familia y yo subimos al auto y pusimos proa al sur, hacia Cayo Hueso.

Era la primera vez que salíamos de Miami desde que la pandemia del COVID-19 llegara a nuestras costas y nos obligara a cambiar nuestros hábitos cotidianos y a vivir con miedo.

Fuimos a pasar tres días en el lugar más al sur de los Estados Unidos continentales, la bellísima isla que fue española hasta el primer cuarto del siglo XIX, cuando se la conocía como “la Gibraltar del Oeste” por su posición estratégica en el estrecho de la Florida, en la entrada del golfo de México.

En esa época el Cayo tenía una población muy escasa, mayormente cubanos y bahameños que se dedicaban a la pesca y a recoger restos de naufragios para venderlos. Los Cayos de la Florida eran un teatro de operaciones de piratas y contrabandistas, que ocultaban sus naves y sus botines en los tupidos manglares.

Dejando atrás Florida City, la última ciudad de la tierra firme, cruzamos la larga carretera sobre el mar que une la cayería con más de 20 puentes. El más notable es el famoso Puente de las Siete Millas, entre Marathon y Little Duck Key. Junto a esa maravilla de la ingeniería podíamos ver el puente original, construido entre 1909 y 1912 como parte de la vía férrea del tren del empresario Henry Flagler, que conectaba la península floridana con los Cayos y que fue destruido por el huracán de 1935. El gobierno federal se hizo cargo de la ruina y la convirtió en una carretera para automóviles sobre el océano. El puente actual se construyó entre 1978 y 1982.

Por la extensa vía sobre el agua pasamos contemplando las espléndidas vistas del mar, con el Atlántico a un lado y el Golfo de México al otro, desde Key Largo –escenario de la memorable película de gánsteres del mismo nombre protagonizada por Humphrey Bogart, Lauren Bacall y Edward G. Robinson– hasta llegar a Cayo Hueso.

Hacía nueve años que no visitábamos la isla. Nada había cambiado, excepto que se veía en la calle menos gente que de costumbre, y los empleados de los restaurantes y las tiendas andaban con las ya habituales mascarillas, al igual que muchos visitantes, aunque no todos. De esos huíamos como de la peste, literalmente.

Recorrimos los lugares entrañables que en estancias anteriores en el Cayo habíamos visitado una y otra vez. Entramos en la casa de Ernest Hemingway, donde vive el recuerdo del escritor en sus libros apilados en los estantes, en los muebles medievales que llevó de España, en su estudio apartado de la casa principal, donde se aislaba para escribir novelas en una máquina Underwood (la misma marca de la que yo tenía en mi casa en La Habana). La mansión de dos pisos está poblada por sesenta gatos, muchos de los cuales tienen seis dedos y son descendientes de una gata llamada Snow White, que el capitán de barco Stanley Dexter le regaló al novelista. A los marinos les gustan los gatos con dedos extra, porque piensan que traen buena suerte.

Paseamos por la céntrica calle Duval, con su larga hilera de comercios, galerías de arte, restaurantes y bares. Algunos establecimientos estaban cerrados temporalmente por la epidemia, entre ellos el legendario Sloppy Joe’s, el bar frecuentado por Hemingway, y el también célebre The Bull. Nos fotografiamos junto a la boya de concreto pintada de rojo que marca las 90 millas que separan a Cayo Hueso de Cuba. Y contemplamos la puesta del sol en Mallory Square, en la ceremonia diaria en la plaza marítima a la que asisten cientos de personas, animada por talentosos artistas callejeros. Este año, por culpa del virus, había menos personas y menos artistas, pero allí estábamos, en medio de una multitud que cumplía con la norma de seis pies del “distanciamiento social”, esperando que un sol rojo y radiante se hundiera en las aguas del estrecho.

La última noche en el Cayo cenamos al aire libre en Fogarty’s, un acogedor restaurante en la calle Duval con un delicioso y abundante menú. Cuando nos marchábamos, el camarero que nos atendió, con la cara cubierta por una mascarilla, nos dijo: “Gracias por su apoyo en estos tiempos difíciles”.

Estos tiempos difíciles pasarán, mi familia y yo regresaremos, me tomaré un whisky en el Sloppy Joe’s, y veremos de nuevo a Cayo Hueso lleno hasta los topes de visitantes cautivados por su magia, su arte, su mar y sus atardeceres deslumbrantes.

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