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En la cuadra de casa había un conventillo. Yo me juntaba con algunos de los niños que vivían en esa casona con piezas de techos altos y húmedos –distintivo arquitectónico de una Buenos Aires lejana en el tiempo, alguna vez clásica y europea– donde se apilaban inmigrantes paraguayos, algunas familias venidas del Norte argentino, trabajadores golondrina, tipos solitarios.

Había uno que me saludaba con timidez. Era un hombre que debía andar por la edad que tengo yo ahora, pero en ese tiempo lo veía como a alguien muy mayor. Era el padre de un niño con el que a veces jugaba. El chico era gordo, tenía una cabeza muy grande y el pelo era bien negro, siempre brillante.

Y no más. Si era bueno jugando al fútbol, o si nunca lo descubrían en la escondida, es algo que no sé.

Su padre era un hombre bajito, con un bigote negro, la nariz fina y chica. Salía y entraba de ese conventillo en silencio. Saludaba con la cabeza, y se iba.

Habré jugado muchos años con el chico, y solo recuerdo esos rasgos y una charla que tuvimos una noche apoyados sobre un auto.

Al padre le decían “El negro” porque era de piel oscura. En verdad, tenía el color que cualquier argentino puede tener, algo común, nada extraño. Pero el hijo me lo remarcó por lo siguiente: su abuelo, el padre de su padre, siempre creyó que “El negro” no era su hijo. En la piel estaba la desconfianza. Por eso el apodo que le puso como una cruz.

Nunca lo trató como a un hijo. Una noche de Reyes de Magos, cuando los niños dejan jarritos de agua y pasto para que los camellos puedan alimentarse y seguir su camino, como es la tradición, y los zapatos para que éstos recompensen la buena acción con regalos, “El negro” encontró adentro de los suyos estiércol. El padre le dijo que ese regalo era el único que se merecía.

“Esas cosas no se hacen, Hernán”, recuerdo que dijo el niño con una inocencia que aún me lastima.

Seguí viendo a ese hombre entrar y salir del conventillo por algún tiempo. Siempre me pregunté cómo era su vida, cómo habrá curado, si acaso se puede, esas heridas. Qué clase de padre sería con su hijo.

Son cuestiones que nunca me atreví a preguntarle. Era un chico, y los chicos, saben muy bien los grandes, solo piensan en jugar.

 

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