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La derrota de Trump

En las elecciones de 2020, el candidato demócrata, Joe Biden, vicepresidente en el gobierno de Obama, ganó los votos electorales de los estados y también el voto popular: en el momento de escribir este artículo, Biden tiene 290 votos electorales –20 más de los necesarios para ganar la presidencia– y Trump 217. En la votación general de toda la nación, Biden también lleva una ventaja de más de 5 millones de votos. Biden ganó la mayoría de los votos electorales de los estados y la mayoría del total nacional de votos individuales. ¡Doble victoria!

Como había estado indicando durante la campaña electoral, Trump no estaba dispuesto a admitir su derrota. Mucho antes de la elección del 3 de noviembre, aseguró repetidamente que se planeaba un fraude a gran escala con las boletas enviadas por correo, y que él no lo iba a aceptar.

Trump utilizó asimismo otra estrategia contra su contrincante demócrata. El 25 de mayo de 2020, en Minneapolis, el policía Derek Chauvin asesinó al afroamericano George Floyd, asfixiándolo al aplastarle el cuello con la rodilla. Ese crimen brutal causó un estallido de protestas en muchas ciudades. Aunque la mayoría de las manifestaciones fueron pacíficas, hubo saqueos e incendio de negocios. La policía reprimió ferozmente muchas protestas. En Minneapolis, durante una manifestación el 27 de mayo, la fotoperiodista Linda Tirado perdió el ojo izquierdo cuando un policía le disparó una bala de goma a la cara. Tirado culpó de su tragedia a un sistema que “permite a la policía disparar impulsada por el racismo y atacar a las multitudes y a los periodistas, sin rendir cuentas”.

Una de las consignas repetidas por los manifestantes era que se redujeran los fondos asignados a los departamentos de policía (defund the police). Trump y sus asesores utilizaron de inmediato las revueltas y las peticiones de reducir el presupuesto de la policía para acusar a los demócratas de querer llevar el caos al país e imponer un sistema socialista. Varios anuncios de la campaña de Trump afirmaban que Biden y su compañera de boleta, Kamala Harris, estaban al servicio de grupos socialistas radicales; los anuncios concluían con la voz de Trump diciendo: “Yo apruebo este mensaje”. Por supuesto, ni Trump ni los suyos denunciaron en ningún momento los frecuentes casos de brutalidad policial. Tampoco les importó mentir: Biden y Harris no son socialistas.

Los Estados Unidos jamás serán socialistas o comunistas”, proclamó Trump en repetidas ocasiones. El mensaje contra el socialismo surtió efecto, sobre todo entre electores de regiones como el Sur de la Florida, donde hay una numerosa población de cubanos, nicaragüenses y venezolanos.

Al mismo tiempo, la acusación contra los demócratas de provocar revueltas y anarquía fortaleció el respaldo a Trump e incluso le ganó votos entre personas que anteriormente no apoyaban su reelección o que no estaban seguras de por quién votarían. El 2 de junio, mientras la policía despejaba con gases lacrimógenos y balas de goma a cientos de personas que protestaban pacíficamente frente a la Casa Blanca, Trump se proclamó como “el presidente de la ley y el orden” en un discurso pronunciado en el Jardín de las Rosas de la mansión presidencial. En ese mismo evento, amenazó incluso con desplegar al Ejército para reprimir las protestas por el asesinato de Floyd.

A la vez, Trump mantenía su campaña contra los votos enviados por correo, repitiendo sus acusaciones infundadas de que se tramaba un fraude descomunal para arrebatarle la reelección.

La realidad es que los líderes demócratas estimularon en 2020 la votación por correo con el objetivo de evitar la propagación del COVID-19. El propio Trump ha usado varias veces la votación por correo: en las primarias republicanas de la Florida en 2020, en las elecciones al Congreso en 2018 y en la elección a la alcaldía de Nueva York en 2017.

Trump sabía que muchos demócratas, conscientes de la gravedad de la pandemia y de su alto nivel de contagio, iban a votar por correo para evitar la aglomeración en los sitios de votación el día de la elección, mientras los republicanos, siguiendo el ejemplo de su líder de desdeñar la epidemia, iban a votar mayoritariamente en persona y el mismo día del sufragio. Por lo tanto, desde mucho antes del 3 de noviembre Trump trató de deslegitimar el voto en ausencia, una decisión irresponsable con la que socavaba el sistema electoral, base de la democracia.

El 23 de septiembre de 2020, en una conferencia de prensa, Trump se negó a comprometerse a realizar una transición pacífica en caso de que perdiera la elección presidencial. “Tendremos que ver qué pasa”, dijo el mandatario.

Lo que pasó fue que perdió la elección. Pero había estado preparando el terreno para impugnar los resultados de la votación; no reconoció su derrota, se declaró ganador la noche del 3 de noviembre, el mismo día de la elección, e inmediatamente ordenó a sus abogados que lanzaran una lluvia de demandas por fraude electoral en estados decisivos donde perdió cuando se contaron los votos por correo: Michigan, Pensilvania, Arizona y Georgia. Sin embargo, el equipo de abogados de Trump no pudo exhibir pruebas de fraude, y las dudosas evidencias que ha presentado no tienen el potencial de cambiar el resultado en esos estados.

Numerosos funcionarios y políticos, entre ellos algunos republicanos, han reconocido la validez de las elecciones. El 12 de noviembre, el Departamento de Seguridad Nacional se unió a los funcionarios electorales al negar la existencia de un fraude. “La elección del 3 de noviembre fue la más segura en la historia norteamericana”, manifestaron dos comités del Departamento de Seguridad Nacional a cargo de supervisar las elecciones.

Sin embargo, la teoría infundada de que Trump fue víctima de una conspiración demócrata para impedir su reelección cobró fuerza entre sus partidarios. Según una encuesta de Político/Morning Consult, el 70 por ciento de los republicanos cree que la elección no fue “libre ni justa”.

Trump no parece advertir que su obstinación en ganar la reelección será otra mancha más sobre su ya cuestionable legado. Peor aún: al insistir en un fraude en los comicios que en realidad no existe, está poniendo en tela de juicio el sistema electoral sobre el que se fundamenta la república estadounidense y el propio sistema democrático que forma el alma nacional. Esa alma nacional por la que los vencedores en el sufragio, Joe Biden y Kamala Harris, están librando una dura batalla con entereza y tenacidad.

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