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La cultura radiactiva

Las instituciones culturales tienen la labor de ejecutar la cultura, no de segregarla a un público ni mucho menos a un “sector de escritores”. Son como el poder ejecutivo de la nación, pero en este caso su legislación es la cultura, no las instancias burocráticas ni el compadrazgo.

En el estado de Nuevo León hay un sinnúmero de eventos “culturales” que se pierden en el cúmulo de expectativas que nos ofrece la comunidad a través de movimientos y grupos independientes cuya validez es innegable; sin embargo, algo sucede con las instancias culturales de gobierno, las cuales, en vez de ser participantes activos, están dormidas porque sólo replican modelos de años anteriores en la ejecución cultural. Entonces surge un estancamiento que es foco de infección para los escritores, creadores e intelectuales emergentes que procuramos hacer una cultura propia en la ciudad, no un cacicazgo.

La promoción cultural en Monterrey es más que evidente, pero se refugia y aparece desde la otredad a falta de espacios propicios que provoquen la discusión y el diálogo.

Se opta más por la “reseña halagüeña” que por una reflexión crítica. Yo sugiero un recambio, pero no en la superficie sino desde la raíz y eso implicaría revisar el trabajo hecho por los líderes directivos. Preguntarnos: ¿son personas aptas para el cargo?, ¿tienen conocimiento de gestión cultural? Y poner en una balanza lo siguiente: ¿importa al estado la cultura?, o ¿es un duplicado de lo que es la cultura política de las instituciones?

Por otra parte, el enfoque cultural es hacia “el creador” -como si fuera el gran regente del universo-, no hacia el público. Esto es una falla porque quien debe enriquecerse con la cultura es el ciudadano, principalmente. Por tanto, el creador se obligue a sembrar la cultura con actividades, no encerrándose en “su torre de marfil”. En el pedir está el dar. Repito, que se obligue de buena gana a generar cultura porque hay herramientas intelectuales las cuales lo invitan a ser actor, y no bajo la máscara del creador inmaculado.

Ahora, el gobierno, con sus organismos dedicados a la cultura, tiene la obligación de instar a sus funcionarios a ejercer una cultura que se cree a partir de los ciudadanos, y no a través de instancias ajenas, las cuales son parte de cultura creada, no propia. Si enriquecen, es una herramienta útil. Cuando no, sólo es válvula de escape para llenar presupuestos anuales.

La cultura debe ser creada por el ciudadano, no por el gobierno, porque así adquiere autenticidad y se afirma la identidad de un sitio. Desde luego, toda cultura busca la legitimización… ¿pero quién es el que pone los acentos bajo este criterio?

Monterrey es un caso extraño, porque organismos culturales de gobierno institucionalizan su cultura, pero no la identifican ni la definen como referente. Por este motivo, el centralismo se refiere a los que habitamos en el norte como un ente ajeno. Tal vez sea por el carácter un tanto conformista o desear la independencia de las élites culturales que dominan el país, pero el ser de una región idealmente no debería interferir en la actuación cultural. Lamentablemente es así.

Cito al crítico Barrera Enderle con lo siguiente: “Los caracteres de nuestra cultura se fueron forjando en otras actividades de la sociedad: el trabajo, la industria, el comercio, pero nunca en la creación y la reflexión” (La otra invención: pág. 61). En ese contexto, la “constante evolución” de la cultura resulta imprescindible para  renovar los viejos odres por nuevos, que realmente aporten algo significativo al campo del saber. En el estado de Nuevo León pareciera una zona virgen que espera ser trabajada, pues hay tanto material. Si miramos a nuestro alrededor, la ciudad demanda que las ideas cobren forma a través de la acción civil (reforzada con la palabra), pero a nivel cultural las dependencias de gobierno no lo ejecutan, pero sí legislan con la bandera institucional.

Más que un reclamo, escribo este artículo pensando en la unidad de todas las voces independientes, porque tal vez sea un instinto de tener una utopía cultural con la idea de encontrar afinidades para obrar en beneficio de la cultura social. La cultura debe ser más democrática, donde el egoísmo y las élites no existan; sólo el bien hacer.

Ahora bien, si las instancias culturales de gobierno se rigen por normas burocráticas y presupuestales, entonces no contemos con ellas porque siempre será más importante lo económico que lo intelectual.

La situación demanda que los proyectos independientes sigan en la puja por hacer crecer una cultura propia, porque, a mi ver, es más auténtica.

La respuesta está en nosotros, en los ciudadanos, que deseamos un contexto más habitable en todo lo relacionado a la cultura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

“De literatura neolonesa y otras ficciones”, en La otra invención. Ensayos sobre crítica y literatura de América Latina. Ed. Consejo para la cultura y las Artes de Nuevo León, 2005, pp. 168.

 

 

 

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