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#ElAlmaPorElPie: La cultura (de) Trump

¿Qué ha pasado con la cultura en EE. UU. bajo el influjo Trump? Es una pregunta que amerita una reflexión extensa y cuidadosa; es demasiado pronto para responder de manera categórica. No obstante, hay elementos salientes que ayudan a comprender el momento.

Por un lado, está claro que al actual presidente de los Estados Unidos no le importa demasiado la cultura vista como manifestación artística e histórica de una sociedad. Por ejemplo, para celebrar el mes de la herencia afroamericana en febrero, Trump leyó unas notas, pero como nunca se atiene al guión preparado habló del esclavo, abolicionista y orador del siglo XIX Frederick Douglass como si estuviera vivo en el siglo XXI; sus palabras textuales fueron: “ha hecho un gran (amazing, epíteto favorito del presidente) trabajo”. Está claro que los ejemplos de la ignorancia Trumpiana podrían seguir llenando el calendario. Entre las primeras cosas que se anunciaron como medidas políticas con consecuencias tangibles estaba la posible eliminación de dos instituciones federales: el National Endowment for the Humanities y el National Endowment for the Arts. No es difícil imaginarse a este gobierno preguntándose para qué sirven el NEH y el NEA y proponer eliminarlos o matarlos de hambre en aras de la eficiencia gubernamental. Por supuesto, estos organismos no sirven para nada. Por supuesto, preguntar para qué sirven es hacer la pregunta incorrecta. La ignorancia y el bolsillo.

Por otro lado, pareciera que las palabras “Trump” y “cultura” son un oxímoron— no van juntas. En sus discursos el presidente no habla de cultura, de libros o de música, sólo de programas televisivos. Y ahí está la clave: la cultura como hábito social pasa por los medios de comunicación, que, para Trump, son solamente dos: la televisión y Twitter. ¿Por qué esta preferencia? Los utiliza como canales de exhibición —producto de su paso por los reality shows y su status como celebrity— y de retroalimentación. Es decir, y lo ha dicho, mientras se hable de mí (no importa si bien o mal) estamos en el buen camino. En 1985, Italo Calvino publicaba Seis propuestas para el próximo milenio, de las que sólo completó cinco: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad. Treinta años después, Trump se salteó la exactitud, porque es él quien determinaría lo que es falso, y abrazó las demás recomendaciones: hay que alivianar el discurso, hay que usar 140 caracteres, hay que estar en todos lados y opinar de todos los temas. Estar en todas partes para vender imagen (bolsillo) pero no lo suficiente como para quedar pegado a nada y, en todo caso, embarrar el campo dispersando falsedades (ignorancia): esa es la cultura en la “era” Trump. Pobre Calvino.

Para concluir por lo pronto, cabe detenerse en algunas respuestas de distintos sectores ante el embate de un autoritarismo cultural que ni siquiera se disimula. A nivel macro, la tríada favorita de la academia norteamericana y de ciertos sectores de la izquierda—raza, género y clase— hace su aparición cotidianamente en las noticias estadounidenses. Trump y sus comentarios tibios sobre los supremacistas blancos; Trump como sexópata; Trump y su denuncia de los medios, en una versión del ellos vs. nosotros casi como si fueran clases sociales. ¿Qué ha hecho la cultura con esto? Sacar películas como Get Out para explorar y cuestionar las relaciones raciales; poner de moda la serie televisiva The Handmaid’s Tale (1985), basada en la novela de la canadiense Margaret Atwood y crear una explosión mediática y controversial a partir del #Me Too; y quejarse del ataque al cuarto poder proponiendo una defensa del periodismo como último bastión democrático—quizá un buen ejemplo de esto sea la película The Post, donde la ley les da la razón a los medios por sobre el gobierno. A nivel micro, ha habido varios sondeos sobre el significado de ser artistas en esta época. En la mayoría de los testimonios de pintores, artistas gráficos, y músicos como Natalie Frank, Tona Brown, Roxanne Jackson y otros, por ejemplo, se nota una voluntad de resistir el status quo y una fidelidad a la idea del arte como una actividad participatoria y comunal (https://www.huffingtonpost.com/entry/artists-respond-president-trump_us_582c785ee4b0e39c1fa743a0). Para más ejemplos de artistas y sus respuestas al efecto Trump, puede consultarse la publicación Mother Jones (http://www.motherjones.com/politics/2017/11/its-been-an-amazing-year-for-political-artists-telling-donald-trump-to-shove-it/). Recomiendo especialmente detenerse en el retrato que el artista francés JR instaló en la frontera: un niño de 9 metros de alto se asoma desde el lado mexicano al lado estadounidense.

Lo que más me ha llamado la atención es la continua degradación del lenguaje y, en consecuencia, la paulatina pérdida de su filo crítico y reflexivo. En su “Prólogo para franceses” de La rebelión de las masas (1930) José Ortega y Gasset anotaba: “La lengua, que no nos sirve para decir suficientemente lo que cada uno quisiéramos decir, revela en cambio y grita, sin que lo queramos, la condición más arcana de la sociedad que la habla”. Casi cien años después, ¿ese uso de la lengua —la lengua Trump— nos está revelando algo que no queremos ver? Por lo pronto, me hago eco de lo que dice Stephanie Sarley, una de las entrevistadas por el Huffington Post: “el arte es un lenguaje, usémoslo sabiamente”.

 

* Este artículo fue publicado en otra versión en Laberinto, suplemento cultural del diario Milenio el 20 de enero del 2018.

 

 

 

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