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Entrevistamos a María Teresa Andruetto: “no es mi propia vida lo que me interesa contar”

La cordobesa María Teresa Andruetto es autora de una ya voluminosa obra, en la que alternan la poesía (Pavese/Kodak,Sueño americano), el ensayo (Hacia una literatura sin adjetivos), la narrativa (La mujer en cuestión, Cacería, Los manchados, Lengua madre, No a mucha gente le gusta esta tranquilidad) y la literatura para niños y jóvenes (La niña, El corazón y la casa, El país de Juan). Buena parte de sus títulos fueron publicados por pequeñas editoriales de su provincia, pero ahora se vienen reeditando y distribuyendo en la región. Entre otros galardones fue finalista del Premio Rómulo Gallegos, le fueron otorgados el prestigioso Premio Hans Christian Andersen y el Konex de Platino, y fue elegida para ofrecer el discurso de cierre del Congreso de la Lengua Española en su edición 2019.

–Sus personajes parecen estar siempre a la búsqueda de algo: el padre, una mujer, un idioma, un pasado. ¿Podría decirse que es el tema de la identidad el centro de su narrativa?

–Si tuviera que mencionar un solo asunto para resumir lo escrito, diría que el tema es la identidad. Lo que Clarice Lispector llama el largo camino hacia la propia cosa, solo que a ese lugar una se aproxima muchas veces hurgando en la identidad de otros (personajes, narradores, puntos de vista) y que, en esa exploración, en esa búsqueda de lo singular siempre aparece, o al menos me aparece a mí, lo colectivo, porque en lo más propio, en lo íntimo, se refleja la sociedad en la que un personaje o quien cuenta una historia está sumergido. La reconstrucción de una vida, la historia de una familia o la de dos vidas que se encuentran o se distancian son vías a través de las cuales me asomo a la identidad de un pueblo.

–¿Cómo se relacionan esos personajes con la historia de su entorno, de su país?

–Me interesa mucho la relación entre sujeto e historia, pero no una historia cerrada, consolidada, mucho menos una historia oficial, es por eso que imagino distintas voces narrando versiones distintas, muchas veces contrapuestas; en esa búsqueda aparecen los sucesos que la Historia marcó en la pequeña historia de cada uno de nosotros. Escribir es para mí intentar comprender lo singular, ciertos comportamientos de hombres y mujeres, eso es lo que me lleva a la escritura, por ese camino me encuentro con las condiciones sociales, políticas, económicas en las que esa singularidad está inserta, las condiciones que determinaron su modo de vivir. Eso es lo que voy buscando, lo que rige y ordena el tanteo, el balbuceo, de la escritura. Imagino que en esa búsqueda de identidad individual y social mucho tiene que ver el ser hija de inmigrantes italianos y un cierto mandato familiar, justamente el de no vivir como inmigrante ni como hija de inmigrante, el mandato de pertenecer, con todo lo que eso implica, al país de acogida de mis padres.

–¿En Argentina es posible una literatura que no se sienta impactada por el período de la dictadura y de sus atrocidades?

–Todo es posible. Lo imposible cede cuando alguien lo vuelve posible. De cualquier modo, puede que eso (el trauma social) no este explicitado, puede incluso que un lector de otro contexto ni siquiera lo advierta, pero es muy probable que habite en el sustrato de quien escribe. Que esté de diversas maneras, incluso como negación, hartazgo, parodia o rechazo, porque está o estuvo en lo social. En mi caso (yo hice estudios universitarios en la ebullición política de los años 70, tenía veintiún años cuando se produjo el Golpe y treinta cuando se recuperó el orden democrático) el asunto siempre muerde por alguna parte, a veces de modo más potente, como un asunto casi absoluto, tal como sucede en La mujer en cuestión o en alguno de mis cuentos, o como vertebrador de las novelas Lengua madre y Los manchados, otras veces en el relato de un asunto por completo distinto. Como los personajes son muchas veces de mi generación puede que aparezca algo, una alusión al pasar, un reproche o un reconocimiento de un personaje a otro, pero yo nunca fuerzo; si eso aparece con frecuencia es porque ha formado parte muy importante de mi vida, tengo muchos recuerdos en esa zona y me formé a la comprensión de la vida adulta básicamente en esa década. Todo eso está incrustado en la memoria y tiende a aparecer, resuena en las conciencias, en el habla y en la oralidad de los personajes, en el descubrimiento de una cultura mestizada que todavía no termina de encontrarse a sí misma.

Realismo con rostro humano

–En un momento en que la llamada “literatura del yo” o “autoficción” se ha convertido en uno de los géneros más poderosos, usted sale a buscar en la vida cotidiana de sus prójimos el argumento esencial de sus historias. Parecería ir a contramano…

–Sí, porque el interés no está exactamente en ser motivo de mí misma; me interesan los otros, me interpelan los otros pero, casi invariablemente intentando comprender a unos otros posibles o imaginarios, termino aprendiendo también de mí misma y, por supuesto, de la sociedad de la que tanto esos otros como yo formamos parte. Siempre pienso que lo autobiográfico aparece en mis cuentos y novelas estallado, hay aquí y allá pequeñas esquirlas de lo propio, de lo vivido o escuchado o visto, que se incrustan a menudo en el texto, porque la documentación que utilizo para mirar a los otros está bien regada por la propia experiencia de vida. Aunque tal vez en un grado muy diferente al del personaje o narrador en cuestión, también yo he sentido dolor, celos, envidia, amor, resentimiento, miedo, prejuicios, he sido traicionada y he traicionado, he tropezado y caído y me he levantado, he pasado necesidades de todo orden y aprendo de eso y con eso también alimento a mis criaturas. Pero ese desván de memoria emotiva que, con mayor o menor riqueza, todos tenemos, no está en mí para hablar de mí misma sino para ponerlo al servicio de otros. No es mi propia vida (que por otra parte no es tan interesante) lo que me interesa contar sino más bien, con algunas experiencias de mi propia vida, mirar y contar la vida de otros. Lo más autobiográfico está en mis poemas, ahí el origen es casi siempre mi propio sentir, mis recuerdos personales, pero aun en ese caso, no es la fidelidad a lo vivido lo que rige, sino las formas. En la búsqueda de una forma, de un sonido, de una materialidad de la lengua, la fidelidad se repliega en busca de algo que todavía no conozco…

–Afincada en la provincia de Córdoba desde hace muchos años, sus historias se desenvuelven en un territorio reconocible, solariego incluso. ¿Su obra podría tildarse de regionalista, en el sentido que los estadounidenses dan al género?

–Un regionalismo crítico, psicológico tal vez también, la búsqueda de un realismo con rostro humano. He leído mucho a los escritores del profundo sur, y muy especialmente a las escritoras, que por otra parte han influido mucho en nuestras literaturas. También fui a ellos a través de Pavese y tengo especial predilección por una generación de escritores argentinos de las provincias que le hicieron un corte de manga al costumbrismo para ahondar en los dramas de la vida país adentro, escritores como Daniel Moyano, Libertad Demitropulos, Elvira Orphee, Antonio Di Benedetto, Juan José Hernández o Sara Gallardo por nombrar algunos, porque son muchos y son espléndidos. Me gusta esa línea de escritura, que me permite ir hacia la comprensión de mundos diversos y muy especialmente hacia los comportamientos de las clases populares y de la clase media pueblerina, especialmente de sus mujeres, que son por otra parte los comportamientos sociales del pequeño mundo en el que me crie.

–¿Qué diferencias encuentra entre la escritora de obras para niños y la escritora para adultos? ¿Es difícil la convivencia entre ambas? ¿Se contaminan? ¿Se rechazan?

–No mucho. La convivencia no es difícil, no sé bien por qué, pero cuando aparece algún germen de escritura, ya me orienta en un sentido o en otro. Digo, me impulsa o me orienta, lo que no quiere decir que el camino sea certero o seguro ni que no pueda cambiar en el trayecto. Por otra parte, casi todo lo publicado en la zona infantil/juvenil podría tal vez ir hacia un lector adulto, es tan resbaloso ese límite, por fortuna es tan incierto… Solo cuando se trata de lectores muy pequeños, lectores que aún no pueden leer por sí solos un texto, siento que ese destinatario está presente en la escritura; es el caso de Benjamino, Zapatero pequeñito, Agua cero, la colección para primeros lectores Fefa es así o el libro álbum Clara y el hombre en la ventana. Creo que en ningún otro caso sentí, durante el proceso de escritura, esa presencia de un potencial receptor niño. Por otra parte, primero por trabajo y después ya por modo de estar y de ser, tengo permanente relación con lectores muy diversos, desde niños muy niños hasta adultos, maestros y profesores, personas no alfabetizadas o precariamente alfabetizadas, lectores de alta formación académica, personas en contextos de encierro. Me gusta que sea así. Detrás de todo esto está la pregunta ¿para quiénes se escribe? Es una pregunta que me interesa mucho. Todos tenemos derecho a escuchar buena música o a leer un buen libro, todos tenemos derecho a la democratización de los bienes culturales en la búsqueda de una emancipación de los modos de pensar y de sentir, formas creativas que nos ayuden a vivir despiertos.

Los modos desobedientes

–En su discurso de cierre del Congreso de la Lengua Española realizado en marzo de 2019 usted sostuvo que “el lugar de quien escribe es, en lo que respecta a la lengua, un lugar de desobediencia, de disenso”. ¿Eso es siempre así? ¿No hay instancias de acuerdo previas entre escritura y lenguaje?

–Una de las cuestiones que más se me imponen en el proceso de escritura es la desobediencia, el disenso, pero es un disenso que todo el tiempo se transforma, se presenta y se escurre, y al que trato de estar muy atenta. Tener oídos y ojos abiertos a los desvíos que la misma escritura propone, desvíos de los modos obedientes de usar la lengua o los asuntos, desvíos hacia lo azaroso, lo inconsciente o lo imprevisible. Y sobre todo desobediencia para con lo políticamente correcto, lo lingüísticamente correcto, el deber ser y otras imposiciones que están en nosotros y muy especialmente y sobre todo desobediencia para conmigo misma, para con mis modos soldados de pensar y de sentir, porque lo que primero se pone en cuestión cuando escribo son los prejuicios, los míos propios por supuesto, que son a su vez ecos de los prejuicios de la sociedad a la que pertenezco. En cuanto a los acuerdos, sucede que en mí la escritura nace ahí donde no comprendo, ahí donde hay herida, rajadura, desgarro, una grieta por donde ingreso a ver qué pasa y a través de la que muchas veces, no siempre, encuentro algo de luz.

–Literatura y corrección no suelen ir de la mano…

–Lo impecable no ofrece resistencia, sino la capacidad de amoldarse y de amoldarnos. No se trata sólo de superficies, podemos hablar también de comunicación pulida y de lo políticamente correcto como lo sin discordia, porque con su falta de resistencia (de asuntos y lengua) clausura todos los aspectos que representen un obstáculo. Son los obstáculos los que nos llevan a pensar, los que nos enfrentan con nosotros mismos para advertir que no todo es como creíamos, que las cosas podrían ser de otra manera, que hay otros y que esos otros puede que piensen y vivan de modo distinto, que deban hacerlo, que quieran hacerlo… La corrección política omite todo quiebre, toda fisura. Se trata de una búsqueda de efecto inmediato en la que nada queda para interpretar, para develar, sobre todo nada para disentir. Un llamado a la complacencia. Pero el arte no suscita complacencia, conmociona, va más allá, es cualquier cosa menos tersura. Escondrijo, ocultamiento, en eso consiste su erotismo. Quien ingresa a un texto literario, se expone a la desgarradura por la que se anuncia lo distinto. La literatura desvía la mirada, convierte a lo secundario en principal, porque escribir es velar para que el lector levante el velo, intuya lo secreto, el corazón de lo escrito. Según San Agustín, Dios oscurecía intencionadamente las sagradas escrituras con metáforas, para convertirlas en objeto de deseo. Son esas veladuras las que convierten a la lectura en un acto amoroso. VER en un sentido enfático, es siempre ver de forma distinta y no se puede ver de manera distinta sin exponernos a una vulneración, a una herida. La herida es el momento de verdad que encierra el ver, sin herida no hay verdadera percepción. Lo que mantiene despierta la mirada (y de eso se trata, de vivir despiertos) es la alternancia rítmica de presencia y ausencia, encubrimiento y desvelamiento. Porque la permanente presencia de lo visible destruye lo imaginario, no ofrece nada para ver.

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