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“Uno no tiene por qué negar que devora seres humanos”. Entrevista a Salvador Luis

Salvador Luis (Lima, 1978) es editor, narrador y crítico cultural. Dirigió la revista de creación Los noveles (www.losnoveles.net) y actualmente es director de Specimens (www.specimens-mag.com). Licenciado en dirección de cine y literatura hispánica y doctorado en Romance Studies por la Universidad de Miami, ha publicado recientemente la compilación Shogun inflamable (Editorial Casatomada, 2015 – Suburbano Ediciones, 2015), un conjunto de relatos donde desde la antropofagia cultural y de estilos crea un conjunto de historias donde la serie B, el cine de culto, el rock, la perversidad y el humor negro se aúnan y resulta algo diferente. Salvador Luis siempre fue un samurái de las letras, y en esta compilación mira desde su taburete de tijeras la batalla, imaginando su camino de guerrero mientras, con los cascos puestos, escucha a Siouxsie & the Banshees.

En tu relato “Froilán, anthropophagus”, que abre el libro, dices que un antropófago artista es “aquel que reconoce la originalidad como el producto inextinguible del maridaje entre la herencia de lo clásico y la mixtura de estilos”, ¿aplicas esa máxima también a los relatos?

De algún modo se aplica a todo el libro. Un artista –sea escritor, músico, cineasta, etc.– se debe a su naturaleza, pero también a lo que aprende a través del tiempo. Nunca me he sentido muy cómodo en un solo estilo. Si alguien lee de un tirón los libros que he publicado, se dará cuenta de que no se asemejan. Comparten el autor, pero varían bastante en ejecución y tono, que es la manera en que me gusta enfrentarme al arte. Prefiero las hibridaciones, las mezclas, de ahí mi fanatismo por Faith No More y Frank Zappa. Hay gente que piensa erróneamente que escribo terror o fantástico. Lo más exacto sería decir que hibridizo subgéneros, porque no deambulo precisamente entre Poe o Lovecraft. Puedo tomar algo de ellos, como quien condimenta, pero este libro, aparte de las referencias a la cultura de masas, tiene más sombras de Camus, Foster Wallace, Fogwill o Bellatin, es decir, escritores que no se dedican al horror. Creo que la ubicación de ese relato, “Froilán, anthropophagus”, es importante porque plantea un discurso estético, aquel “maridaje” que se acrecienta conforme uno avanza en el libro.

En las páginas hay sangre de Gerry Mulligan, Kurt Cobain, Magritte, Frank Miller, David Lynch o El Mago de Oz, por citar algunos, ¿es la antropofagia el estado natural del escritor?

No sé si todo el mundo estaría de acuerdo, porque hay escritores y escritoras que piensan que son más “serios” si no celebran ese tipo de discurso, pero en general me parece que sí. Uno no tiene por qué negar que devora seres humanos. He hablado hace un rato de las hibridaciones, y alguien podría especular que la hibridación provoca nuevas identidades, pero también hay que admitir que son las partes, las células primitivas las que permiten dicha hibridación. Negar las relaciones o los préstamos de un artista es siempre una cobardía. Lo pongo de este modo: sin una noche de pasión de mis padres a fines de los años 70, yo no estaría aquí. ¿Cierto? No necesito esconder, por miedo al qué dirán, que me nutro de un anuncio de detergente o de los X-Men tanto como de El monte análogo de René Daumal. Negar los préstamos, sean de alta o baja cultura, en cierto modo es no aceptar la identidad que cada uno tiene.

Y si nos paramos en el relato “Tendencia mundial”, ¿qué puedes decirme de Ricky? ¿Prefieres como él las pelis de zombies a David Lynch?

Prefiero sentarme cuatro horas a babear con David Lynch (risas). Mi tesis doctoral fue en parte sobre zombies, aunque el tema central era la mutación y su uso estético y cultural. Sí conozco bastante sobre los muertos vivientes porque me empapé de ello como investigador y también cuando era un púber (los viernes por la noche en los 80, una videograbadora, palomitas y Pepsi), pero salvo contadas excepciones, las de zombies no son “grandes” películas. Lo que sucede es que tengo un gran archivo de serie B, como ese personaje del cuento, y me dedico a estudiar la cultura pop. Pero si se trata de elegir, pues cuando hacía la licenciatura en dirección de cine no estaba interesado en nada más que en las vanguardias: surrealismo, expresionismo, etc. Lynch es una manifestación de neovanguardia, de los años 80. Disfruto muchísimo de todo eso; claro, no odio a los zombies, les aprecio como expresión pop, pero sí se nota en mi escritura que me siento más conectado a los hermanos Quay, o Fassbinder, o Maya Deren. El segundo Fellini, a ese le adoraba. Magnífico.

En “La Dama Mamut”, The Mammoth Lady es una empresa capaz de realizar fabricaciones a pedido, con modelos únicos y preparados con atención quirúrgica y personalizada, con confeccionistas reconocidas que pueden realizar cualquier corte facial por imaginar, ¿Shogun inflamable también es crítica al sistema?

Todos criticamos los sistemas de alguna forma. Pero ya que Foucault lo ha hecho siempre mejor que la mayoría por ser el más paranoico de los paranoicos, pues diré que cualquier cosa que mi libro haga en ese sentido tiene menos “pedigrí”. Aquel cuento, “La Dama Mamut”, juega con elementos del discurso de la mercadotecnia y la publicidad. Yo estudié cine en una facultad de Ciencias de la Información, y se puede notar la retórica de las comunicaciones, pero pocas personas saben que también estudié empresariales por dos años, con una especialización en marketing. Aunque nunca terminé esa carrera, la influencia se puede apreciar en ese cuento, aquella “mixtura de estilos”, que señalabas, está presente.

La intertextualidad es otro de los elementos que integras en los relatos, creas “otro lugar desde el que ves” (eso dota de una personalidad y una voz propia al conjunto) y además lo relacionas con lecturas, música, cine y otros productos, o subproductos, culturales. ¿Dónde te has situado, en qué ángulo, en qué perspectiva, para escribir tu Shogun inflamable?

Aquí es donde se inserta otra vez ese grupo de rock Faith No More. La primera vez que los vi en 1989, en la televisión, me di cuenta de que eso era lo mío: fusión, procesos de hibridación, intertextualidades absurdas. Era algo que ya tenía dentro de mí, pero que ellos me enseñaron a pulir. Entonces, cada vez que escribo un libro nuevo mi cabeza está pensando en qué hacer después de Angel Dust, que es el disco más valioso de Faith No More, desde mi punto de vista. Estoy tratando constantemente de crear un nuevo Angel Dust. La mezcla y la re-mezcla que uso, el mix y el remix, me da personalidad y especificidad, pero parte de la base ilógica, de buscarle un sentido al sinsentido, y además de que no te importe lo que piensen acerca de ti, pues todo eso se lo debo a Faith No More. Del modo que lo veo, no me expreso artísticamente para dejar contentos ni a mis maestros de la escuela primaria ni a otros escritores ni al comité de adoctrinamiento de un partido político. Para mí se trata de secretar, es pura masturbación, masturbación sofisticada, pero placer solitario a fin de cuentas. Hay gente que lo va a disfrutar, claro, pero no será porque yo les dije que se masturben conmigo, sino porque la gente se masturba sola.

En tus relatos también hay juego. No narras desde una seriedad estirada, las partes más truculentas de tus historias están narradas desde el humor, uno no puede evitar leerlas con media sonrisa. ¿Eso es malo, doctor?

Es malo para la gente que no sabe reírse de sí misma. Hay escritores que solo quieren ganar el Nobel o ser citados en un diario, y eso los induce a no mostrar su lado “cómico”, incluso en una presentación o entrevista. Se puede hacer sociología y antropología sin caer en el fingimiento, la verdad. Así como se puede filosofar sin ponerse una corbata de lazo. Ahora bien, esa es la diferencia entre Shogun inflamable y mis otros libros. Para Shogun me interesaba un tono lúdico, que no practicaba desde algunos pasajes de mi primer libro de cuentos, Miscelánea o el libro geminiano. En las nouvelles que he publicado entre esos dos libros y en otras inéditas, la voz es en realidad mucho más gélida, metálica, sin mayores emociones que la frialdad. Transito entre ambos tonos, me es fácil reír y también mostrar una cara completamente vacía de entusiasmo o pasión. Una parálisis facial, por momentos, como en las películas de Haneke o en las que Ratanaruang tiene a Tadanobu Asano de protagonista.

Como shogun y gran general apaciguador de los bárbaros, samurái a la suma, ¿Salvador Luis se considera integrante de alguna escuela o de algún grupo literario? ¿Cómo catalogarías el estilo que resulta de tu Shogun inflamable?

Grupo literario nunca he tenido, porque gran parte de mi vida he residido en ciudades donde solo había un escritor en castellano (que lamentablemente era yo). Salvo Lima, claro, pero salí de Lima justamente cuando empezaba a escribir, muy joven, así que nunca tuve un grupo in situ ni fui parte de un taller (más que todo por falta de oportunidades, porque sí me hubiera gustado ser parte de una pandilla literaria cuando era más joven). Hay personas con las que me identifico, algunos contemporáneos de distintos países. Pero en general me siento contento con autores que se alejan un poco de las convenciones, vengan de donde vengan. Leo de todo, mi trabajo como editor y como profesor no me permite distracciones en ese sentido, sin embargo me enamoro de autores que no precisamente hacen algo “nuevo”, sino de quienes no tienen temor de alejarse de lo que es tradicional en su comunidad artística. Y para eso no necesitas pintarte el pelo de azul ni tener argollas en los genitales, es simple actitud. Shogun inflamable está planteado de ese modo, pero no trata de ser “extraño” por capricho, en mi caso es solo lo que me pone contento. Otras personas son felices tomando de Bolaño, Eloy Martínez o Vargas Llosa, que es algo que a mí me causa dispepsia, estéticamente hablando. Pero nadie vino al mundo para complacerme, cada quien hace lo que puede en esta vida (nos guste o nos disguste). Los autores que nombré hace un rato afectan a alguien tanto como en mí intervienen Lynch o Zappa, y no tiene nada de malo. Es solo que yo vivo contento en otros parajes. Salud para estos y aquellos.

Vayamos a tu relato “Compendio y disección de Cynthia Plaster Caster”, uno de los relatos donde creo que expones parte del arte y la estética de la que te nutres. La escultura de Cynthia tiene dos pilares sustanciales, que son el rock y las partes sexuales del ser humano. ¿Tus relatos también? ¿Qué es el plaster casting?

Bueno, el plaster casting es una forma de escultura: escultura en yeso. Cynthia Plaster Caster es famosa por la especificidad que le da a dicho arte. En cuanto al rock y las partes sexuales, pues soy sincero al decir que me nutro mucho más del rock que de la literatura. Eso ya es un poco anticuado de todos modos. El rock es viejo. No me siento “novedoso” por la influencia de ese género, pero a lo que iba era a que yo puedo vivir varios días sin leer, pero no sin escuchar música. La falta de rock me estresa. Ahora bien, el sexo es, como se menciona en el relato al que te refieres, “un vocablo tabú que no discutiremos por ser este somero informe una exposición de carácter familiar”. Nótese que dije “discutir” y no “debatir”, para no alejarnos del verbo to discuss ni de la esencia del rock.

¿Los personajes para Salvador Luis son como esos extraños que ve el taxista de tu relato Taxi Driver? Miles de extraños que cree conocer en la ciudad de las vendettas

Algunos son un poco extraños. Aunque, la verdad, por más que intente plasmar la extrañeza, la vida real es peor. No hay nada que pueda hacer con la estética del absurdo o con la manera en que a veces tuerzo un poco el realismo (me gusta torturar al realismo, odio la mímesis pura) que la realidad no pueda aplastar de golpe. La realidad es más cruel y estúpida que Alfred Hitchcock conduciendo un taxi en Nueva York al lado de un cuervo disecado.

Ramiro Sanchiz, de hecho, habla de la extrañeza, de la tradición uruguaya que Ángel Rama llamó de “los raros”, ¿la extrañeza que perturba al lector en tus relatos es innata? Es decir, ¿cuánto hay de construcción dirigida, de intención de crear rareza en tus relatos?

El libro tiene un tono y un discurso, claro, pero yo soy así. La gente que me conoce sabe que me interesa perturbarla. En el buen sentido de la palabra, desde luego, no es que haga maldades, sino que no soy tan predecible por naturaleza, y me encanta jugar. Para algunos debo ser un bromista tonto, un niño, pero eso se debe a que descalifican la sofisticación y la desinhibición de los niños. ¿Has visto a los niños que juegan con crayones y dibujan abstracciones en un pedazo de papel? Bueno, ¿por qué frenar eso? Las personas pueden tener una opinión electoral o saber quién es Heidegger sin matar al niño. Matar al niño es un crimen.

Tenemos una primera recopilación de tu libro que apareció en la Editorial Casatomada a principios de 2015 y, poco después, vemos que ahora ha mutado con tres nuevos relatos en una edición de Suburbano Ediciones, ¿Shogun inflamable es un libro mutante?

Creo que sí es mutante, sobre todo cuando interactúas con él. Cada relato es una experiencia transformada y caótica y se pierde la autorreferencialidad, no sabes qué pasará en el siguiente. Y vuelvo ahora a Angel Dust, ya que en ese disco pasa exactamente lo mismo. Es una influencia viva en mí. En cuanto a los tres relatos nuevos, solamente uno, “Lemmy Kilmister me lo dijo”, un cuento de ciencia ficción blanda y a la vez un tributo al grupo de heavy metal Motörhead, fue preparado para la nueva edición de Suburbano. Los otros dos son parte del proceso de creación del volumen original (lo armé en 2013), pero no los incluí en la publicación de Casatomada porque sabía que el libro tendría en algún momento una nueva edición y quería que fuera especial. Este libro es un producto de varios momentos, el texto más “viejo” es de 1999 (“Ximena y Xavier”), y lo restante fue escrito entre 2003 y 2013. La única excepción, como te comentaba, es “Lemmy Kilmister me lo dijo”, que debe tener unos seis meses de vida. Por cierto, en ese relato radica la presencia de Fogwill, es una versión extremista de “Dos hilitos de sangre”.

Para finalizar, póngale música a este final, banda y tema que represente tu compilación. No quiero influir, ¿Bela Lugosi’s Dead de Bauhaus? ¿Qué le parece? Tiene total libertad, obviamente.

Como ya hablé mucho de Faith No More, hagamos lo siguiente: no tengo problemas en que la banda sonora tenga momentos de Bauhaus o The Sisters of Mercy, otro poco de PJ Harvey y Patti Smith, un par de canciones de The Man From Utopia, de Zappa, y luego ser solidarios con lo menos sofisticado que hace KISS o, volviendo a los grupos de ácidos intelectuales, con esos momentos opacos de Type O Negative, e incluso el indie neurótico de los Yeah Yeah Yeahs. El primer relato de Shogun inflamable, sin embargo, habla de The Carpenters, y me parece que no debemos despreciar el amor romántico, como dice la canción: “Why do birds suddenly appear every time you are near?

Ah, toda entrevista que se precie debe tener una pregunta número trece, como todo viernes, ¿y ahora qué? ¿Qué urdes maliciosamente?

Hay una editorial que se interesó hace pocas semanas, gracias a una amiga, en evaluar una compilación de mis nouvelles, eso se mueve paso a paso. Dicho esto, me gusta que los libros respiren un poco, publicar cada dos o tres años me sienta bien. Respecto a lo más reciente, ahora trabajo en dos proyectos de no más de 50 o 70 páginas: uno empezó llamándose Animalito incomprendido, pero ahora se titula Intervención voluntaria, es un texto donde descargo todo mi aprecio por David Cronenberg, por el primer Cronenberg, el de lo aséptico versus lo contaminado. Es muy cinematográfico, porque lo estoy tratando de escribir como un director de cine, que fue lo que estudié, creo que aún no he explotado del todo esa cara. Estéticamente me interesa retocar lo que hice en 2009 en una nouvelle titulada Zeppelin, donde hay gestos técnicos de director de cine. No me refiero solo a la intertextualidad, que eso no es tan complicado, sino a la práctica cinematográfica en papel. El otro libro en el que trabajo se llama Primera Ciberguerra Mundial; llevo pocas páginas, pero me interesa muchísimo. Piénsalo de este modo: El arte de la guerra de Sun Tzu yendo a toda velocidad con Mr. Roboto como música de fondo: “Machines dehumanize”. Lo sé, la canción está incluida en el peor disco de Styx, pero la basura en realidad no es tan mala como alguna gente piensa.

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Lee el cuento «Tendencia Mundial«

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