¿Dónde estamos cuando observamos un cuadro, una obra de teatro, un objeto, un atardecer? ¿Estamos conectados con lo que vemos o estamos conectados con lo que esperamos que los demás piensen cuando se enteren de lo que vimos? ¿O en la fotografía que obtengo de lo que veo? Una tarde en el Museo PAMM.
Domingo de tarde, una semana antes de los Grammys.
Locación: PAMM. Perez Art Museum Miami, ahí, de cara a la bahía en esta soleada, mágica e invernal Miami.
Tenía un compromiso más tarde, asi que podía destinar puntualmente dos horas a la muestra de Julio Le Parc, escultor y pintor argentino, quien a sus 88 años vive en Francia y es una figura clave en el arte moderno.
La sonriente muchacha que me recibió en la entrada del Museo dijo en inglés con fuerte acento hispano «Puedes tomar fotos y grabar video, sin utilizar el flash.»
No supe en ese instante que esa frase iba a convertirse en motivo de este artículo.
Las colecciones del Museo no habían cambiado mucho desde mi última visita para la exhibición de los cuadernos de Basquiat. Los 3 Kuitcas seguían allí, les di una mirada fugaz, los grabé en mi retina y subí la escalinata de madera que lleva a la otra planta.
El Museo destinó dos salas completas a los 100 trabajos de Le Parc realizados entre 1958 a 2013 y que componen «Form into Action», su primera exposición panorámica en los Estados Unidos.
Julio Le Parc ha sido siempre un hombre adelantado a la época. Busca involucrar al espectador dentro de la obra y para eso recurre a efectos, luces, reflejos y movimientos. Y sin duda lo logra.
El recorrido de la muestra ya es, en sí misma, un laberinto que comienza con sus cuadros en blanco y negro con planteos de geometrías para desestabilizar la superficie bidimensional, sus espectros de colores, el poder del metal que refleja luz y ondulaciones en movimiento en simulaciones de cielos o mares inmensos.
Las muestras interactivas tienen el poder de transformarnos en artista por un instante. El simple acto de apretar un botón para poner en funcionamiento un ventilador que mueve unas pelotas de ping pong o agita un trozo de tela, nos hace parte responsable de la obra. Ejecutor de la última etapa. Aunque no hayamos nunca cursado una clase de arte y ésta sea nuestra primera visita a un museo.
Seguí avanzando hasta la puerta de su laberinto de espejos. La muchacha que iba delante mío se detuvo un instante antes de entrar.
Pensé que podía ser claustrofobica y la pausa era una forma de replantearse el ingreso y la observé detenidamente.
Pero no, no era claustrofóbica. Lo confirmé cuando simplemente abrió su bolsa, sacó su celular, lo puso en modo video, apretó record y comenzó a grabar su caminata por los pasadizos de espejos móviles.
Yo iba detrás, respetando la distancia para no tropezarnos, pero el brillo de su teléfono se reflejaba en los espejos y me impedía ver mi propia imagen.
La muchacha iba muy concentrada con su película. No quise molestarla, pero se detuvo a mitad del recorrido para chequear la calidad de su grabación y me obligó a frenar en seco. Le pregunté gentilmente si pensaba seguir caminando porque había gente que quería continuar el recorrido y disfrutar de la obra.
Me miró como si le hubiese hablado en japonés. Ahí se dio cuenta de que efectivamente, estaba deteniendo el fluir normal de la muestra.
Las ambientaciones de luz de la siguiente sala ofrecían una experiencia sensorial impactante y desorientadora. Obras para detenerse y observarlas un largo rato. Formas de metal sostenidas por invisibles hilos de nylon que giran sin orden y reflejan haces de luz contra el piso inmaculado del lugar.
En eso estaba cuando una pareja enamorada, decidió tomarse una foto justo delante de la obra.
Sonreí e imaginé el lindo recuerdo que estaban generando. Quizás sus hijos o sus nietos un día observarán esa misma foto y harán comentarios jocosos sobre su vestimenta o sus peinados.
Se tomaron una foto. La vieron. No les gustó. Volvieron a tomarse otra. Y otra. Y otra. Y otra. Y no les gustó. Y tomaron otra más.
Me aburrí de esperarlos y desvié mi atención a otra parte de la sala.
Un señor se encontraba absorto hipnotizado por la pantalla de su celular. Había tomado varias fotografías y ninguna le gustaba. Las vió, las borró, las volvió a mirar, intentó editarlas mientras continuaba con su paso sin mirar.
Un «excuse me!» a tiempo, evitó que se tropezara con una de las intrincadas instalaciones de Julio Le Parc.
¿Dónde estamos cuando observamos un cuadro, una obra de teatro, un objeto, un atardecer? ¿Estamos conectados con lo que vemos o estamos conectados con lo que esperamos que los demás piensen cuando se enteren de lo que vimos? ¿O en la fotografía que obtengo de lo que veo?
El 21 de enero desde hace un par de años, Internet instauró el «Día del selfie en el museo» una movida para incentivar más las visitas a estos espacios de arte.
La idea es subir a las redes sociales una foto tuya al frente de una obra. No sé si con esto se logra convocar a más personas a los museos, lo que sí creo es que voy a tener que cambiar mis horarios de visita. Los domingos los dedicaré a descansar y solo visitaré museos los días de semana, en los horarios menos concurridos.
Estoy despojándome lentamente de ciertas cosas que no me hacen falta.
Entre ellas, Facebook (cerré mi cuenta) y con él se fue esa necesidad imperiosa de fotografiarlo todo, como si el hecho de no registrarlo, no hubiera existido.
La muestra de Julio Le Parc se extiende hasta el 19 de marzo del 2017.
En el PAMM. Perez Art Museum Miami.
1103 Biscayne Blvd. Miami FL 33132
Todos los días, excepto los miércoles.