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Volver a Madrid

Viví en Madrid dos años, en los 80, y me enamoré de la ciudad. Debí haber vuelto mucho antes. No sé por qué no lo hice. Tal vez porque la vida no es lo que uno planea, sino lo que acontece. Tal vez porque –excepto en algunos períodos relativamente breves de felicidad financiera– no me pagaron bien en los diversos empleos que he tenido en los Estados Unidos, al menos no a la altura de mi esfuerzo y de mi labor. Tal vez porque viajé a otros lugares que deseaba conocer. Porque tuve que gastar mi dinero en otras cosas. Por lo que sea.

Pero he regresado, y me siento feliz. Encontré el mismo Madrid que conocí hace décadas, con sus calles llenas de gente caminando sin fatigarse, una urbe bellísima, tradicional y al mismo tiempo muy moderna, animada por esa exuberante alegría de vivir que allí llaman “marcha”.

Por la calle de Alcalá

Mi familia y yo, fascinados, anduvimos por todas partes. Subimos por la calle de Toledo hacia la Plaza Mayor, cruzamos la Puerta del Sol, donde una vez esperé el Año Nuevo, nos solazamos en el Parque del Retiro, nos maravillamos con las obras de los grandes pintores en el Museo del Prado, deambulamos por la calle de Alcalá, viajamos en el metro, que este año cumple su centenario. O que es 100 años más joven, como dice su web.

Nos encantó ver a mujeres mayores reunidas en un bar a cualquier hora para tomarse unas copas de vino o unas cervezas, a parejas homosexuales paseando cogidas de la mano o dándose un beso sin que nadie las mirara con prejuicio o desaprobación, a novios de cualquier edad besándose apasionadamente en el metro, sin que los pasajeros se escandalizaran.

Nadie nos exigió nunca que habláramos en español cuando nos comunicábamos en inglés, ni les molestó nuestro acento hispanoamericano cuando usábamos la lengua castellana.

Contrasta la apertura de Madrid que recién he disfrutado con el discurso xenófobo y antiinmigrante que retumba en mi país de residencia y en otros lugares.

Madrid te abraza

Es que Madrid te abraza, como anuncia la campaña que se lleva a cabo en la capital española para convertir al conjunto del Paseo del Prado y el Parque del Retiro en Patrimonio Mundial de la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

Ambos, el Paseo del Prado y el Parque del Retiro, forman un área de cultura y esparcimiento cuyo origen se remonta al siglo XVI, pensado como un espacio verde en la capital abierto a todos, sin distinguir entre clases sociales. En medio, la calle popularmente conocida como la Cuesta de Moyano es una feria del libro permanente, una hilera de casetas donde se venden libros de todo tipo. El entrañable y espectacular conjunto cultural del Prado-Retiro merece, sin duda, la distinción de Patrimonio Mundial.

La web oficial de turismo esmadrid.com dice en su página inicial: “¡Hola, madrileño! Seas o no seas de Madrid, aquí siempre te trataremos como uno más y estaremos encantados de recibirte”.

Fue precisamente lo que sentí al regresar –por fin– a Madrid. La sensación de que uno es parte de la ciudad, de que uno también es madrileño. La acogida que disfruté desde que llegamos hasta el día del regreso, que coincidió –sin que lo supiera de antemano– con la Verbena de la Paloma, la celebración de la Virgen cuya iglesia queda frente al hotel donde nos hospedamos, a dos pasos de la Puerta de Toledo.

Nos fuimos de Madrid en aire de fiesta, con los balcones engalanados con mantones de colores y la gente celebrando en las calles. Prometo que regresaremos lo antes posible, en cuanto consiga el dinero, para envolvernos en su abrazo y abrazar a su gente.

Foto: Javier González

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