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Un juego entre la metaliteratura y la vida

Por Carlos Gamez

aurora lee

Cuando en 1977 murió Vladimir Nabokov, dejó indicado a su mujer que destruyera las 138 tarjetas indexadas –una metodología muy del gusto de Nabokov— que conformaban el embrión de su última e inacabada novela. Pero su mujer, Vera, fue incapaz de hacerlo, y legó las tarjetas a su hijo: Dmitri Nabokov. Este se pasó casi treinta años decidiendo qué hacer con ellas, si cumplir la voluntad de su padre o preservar el texto para la posteridad. Finalmente, ahora hará casi cinco años que se decantó por lo segundo. The Original of Laura, la supuesta novela póstuma de Vladimir Nabokov, se publicó en 2009. Ni que decir tiene que la polvareda que se levanto en los ámbitos literarios, agentes incluidos, fue máxima. La opinión se dividió entre quienes, como Martin Amis, consideraban que tal publicación manchaba la impecable hoja de servicio de Navokov por su baja calidad artística, y los que aplaudían la iniciativa al poder disfrutar de las tripas del último libro del escritor norteamericano nacido en Rusia, como fue el caso de David Lodge. Pues bien, precisamente esa novela es el tema central de otra novela: Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee; la última novela del escritor español Eduardo Lago, profesor de literatura en el Sarah Lawrence College de Nueva York.

            En el libro, el autor se sumerge en una trama hilarante a la búsqueda del manuscrito original de Nabokov mediante dos personajes que también son escritores: Hallux y Marlowe. Como el primero tomó su nombre de una novela de Nabokov, al lector le da la impresión de que se encuentra ante las dos caras de la literatura: la alta y la baja. Aunque con el devenir de las páginas se descubre que Marlowe debe más al Marlow de Conrad que al personaje de Raymond Chandler, por lo que se trata de una literatura de entretenimiento matizada. También nos encontramos ante la pareja literaria clásica, personificada en Don Quijote y Sancho Panza: los dos amigos que se enredan en un eterno debate y se transforman por medio de este.

            El caso es que Hallux le encarga a Marlowe un informe del manuscrito antes de la supuesta publicación. A partir de ahí se suceden las aventuras y persecuciones en torno a las tarjetas, con desapariciones de personas y manuscritos incluídas. No faltan a la cita Peter Bailey, más conocido como el Chacal, el famoso agente literario, y una serie de aprovechados y advenedizos del mundo literario, como una tal Jennifer López, supuesta Lolita envejecida que pretende reescribir la novela del genio ruso-americano. Y la trama se solapa con la de una rica millonaria, amante de Marlowe, que le ha encargado una biografía de su esposo fallecido (con lo que nos enteramos de que Marlowe es un negro literario).

            Lago, que en 2006 ganó el prestigioso premio Nadal con la novela Llámame Brooklyn, gusta de entremezclar los formatos, en especial los digitales, como se observó en su libro de relatos Ladrón de mapas (2008). Aquí también se observa, con manuscritos que se encuentran dentro de ordenadores, como el informe de Marlowe, en la versión contemporánea del manuscrito encontrado cervantino. Pero también hay juegos con las notas al pie (uno de los capítulos más divertidos, y un claro guiño a Pálido Fuego) o con la utilización de diálogos dramatizados. Sin embargo, la trama de este libro se conduce esta vez impecablemente en el relato de humor (cosa que no ocurría al menos de una forma tan clara, en los anteriores libros de Lago), con situaciones hilarantes que se intercalan con un texto que, mediado el libro, parece focalizado en la metaliteratura. Como dice uno de los personajes a pie de página: “No hablo de entretenerlos como subnormales, sino de introducir algún elemento humorístico que aligere la densidad de los conceptos. La inteligencia no tiene por qué estar reñida con el humor” (163). De hecho, la novela es en todo momento un juego, un juego con el lector, que si es leído disfrutará de los giros, los giños y las bromas que encontrará. Pero también un juego de géneros, pues pese a tratarse de una novela, se encuentran cuentos, relatos de viaje, diarios y transcripciones de conversaciones en medio de la narración, un tipo de estructura muy compleja que ya desarrollara Lago, conocido por su gusto por la estructura y su disgusto por el estilo, en Llámame Brooklyn.

            Para cuando se acerca al final, uno está tan inmerso en el libro póstumo de Nabokov y su trama metaliteraria, que no se espera encontrarse con otro libro: What I Loved –traducido en español por Todo cuanto amé—, de Siri Hustvedt (sí, la mujer de Paul Auster). Es entonces cuando uno se da de bruces con la vida a través de las notas y los cuadernos de Marlowe, o con la vida narrada desde la literatura, que es otra cosa. Y se acuerda de que eso ya lo conseguía Lago en Llámame Brooklyn, porque se trata del punto fuerte del autor: mezclar literatura y vida. Solo que esta vez lo consigue en una tesitura aún más compleja y en muchos momentos divertida.

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