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On Spanish Creative Writing In Iowa: ensayo sobre la escritura creativa en español en Iowa

El IC Ugly estaba localizado en la zona norte de Iowa City, a la vuelta del Georges y a dos cuadras del Fox Head. Era un bar más bien decadente a donde los escritores no iban. La dueña tenía otro bar en el sur de la ciudad, cerca de la carrilera. Los dos bares compartían la misma luz púrpura, el mismo público, hombres y mujeres que habían visto crecer el pueblo y para quienes este bar era lo último que les quedaba.

Algunas personas de Los Ángeles, Miami, New York o de otra parte del país, me preguntan cómo es Iowa City, si es cierto que los escritores crecen como las plantas en esta ciudad, y yo les digo que sí, está llena de escritores, algunos crecen, otros llegan cuando ya han crecido; y otros pocos se pierden en un sueño etílico creyendo que algún día serán recordados como Raymond Carver o Cheever que esperaban sentados en las escaleras de John’s Liquors Store a las diez de la mañana para comprar la primera botella de Bourbon del día antes de empezar a escribir.

Denison, Iowa está localizada a 220 millas de Iowa City en el condado de Crawford. Por más de veinte años, Rogelio Cabrera trabajó en una empacadora de carnes. Hoy tiene una tienda de botas en el centro del pueblo. Se proyecta que para el 2050 el condado de Crawford se convertirá en el primer condado en Iowa con una mayoría latina. Steve King representa el cuarto distrito de Iowa del que Crawford hace parte.

Viajé a Iowa City desde Dallas para hacer un MFA en escritura creativa en español después de trabajar por varios años en la cocina de un restaurante de comida mexicana y las bodegas de ropa de Macy’s. Para llegar, hay que tomar el tren y después el bus, aunque es cierto que la regla es conducir o tomar el avión cuando se puede. El Amtrak sale de San Antonio a las ocho de la mañana, al mediodía atraviesa Texas, pasa por Arkansas y Missouri en la madrugada; entra en Illinois con los primeros rayos de sol del día. En chicago hay que tomar el Greyhound que pasa el Mississippi sobre el puente que conecta las Quad Cities. Desde allí, si se mira a la izquierda se pueden ver las luces del casino a la orilla del río, The President, Riverport Casino, Davenport, Iowa.

John y Mary vinieron a recogerme a la estación de buses tarde en la noche. Debieron esperar mi llegada en el interior del auto por más de dos horas; y, sin embargo, juntos me recibieron con una cordialidad inesperada. John levantó mi maleta, la metió en el baúl de su Volvo Hybrid, me abrió la puerta de atrás y antes de conducir a casa me dio un tour por el centro de la ciudad. Nos tomamos una cerveza de paso a casa en el IC Ugly.

John nació en Iowa, es un hombre alto, rubio, de contextura gruesa, de finos modales; Mary es de Massachusetts, tiene ojos azabaches, pelo negro, su familia es de Ecuador, al igual que John siempre expresa una gentileza ilimitada. Se conocieron en la escuela secundaria, se casaron en una granja y compraron una casa en Friendly Avenue, al sur de Iowa City. Era una casa de 2300 pies cuadrados construida por Howard Moffit en 1936. Tenía cuatro habitaciones, pisos de madera y un jardín lleno de árboles frutales, flores y huertos de lechos elevados. Tenían pollos, perros y cultivaban Kale y otros vegetales.

Vine a vivir con ellos en una habitación de la segunda planta durante mi primer año de estudios. Los conocí por Craigslist, y todo lo que sabía de ellos era que se habían casado el año anterior, vivían como en un sueño y con mi renta de cada mes iban a pagar la hipoteca de la casa construida por Howard Moffit.

En octubre del 2002, los cuerpos de siete hombres y cuatro mujeres hispanas fueron encontrados sin vida en un vagón lleno de maíz del Union Pacific en Denison, Iowa. Murieron de hipotermia y deshidratación cuando viajaban al norte de Estados Unidos escapando de una muerte casi segura en su país de origen.

Una vez, en un workshop una escritora me dijo que cómo me atrevía a decirle que su personaje era un personaje plano siendo su texto una historia de auto ficción. Desde esa vez, no volvimos hablar entre nosotros. En otro workshop dos escritores colombianos se enamoraron, pero sus diferencias sobre sus estilos literarios eliminaron toda posibilidad de que encontraran la pasión entre los dos. Para algunos escritores, un taller de escritura es la máquina celestial por excelencia de autoafirmación de su genialidad, para otros, es una lección de aprendizaje y humildad.

Conocí a Anne en mi segundo año de estudios en una clase de pedagogía. Los viernes después de clases nos gustaba ir a la orilla del Iowa River que separa el campus central con el Carver College of Medicine. Allí el equipo de remo de la Universidad de Iowa practicaba mientras nosotros los mirábamos acostados en la orilla del río. Leíamos y escribíamos, también. Ella lo hacía en alemán, su lengua materna, y yo lo hacía en español. Cuando el equipo de remo se perdía en el ocaso del atardecer colocábamos una manta sobre nuestros cuerpos, nos acercábamos y calentábamos nuestras manos en la piel.

A veces me preguntan si Iowa es muy blanca y conservadora. La crisis del sector agropecuario en los 80’s transformó drásticamente el mapa político, económico y cultural del estado. Hoy los trabajos administrativos, el sector de la tecnología y las finanzas son parte esencial de la economía. Iowa tiene un número similar de votantes demócratas y conservadores y es un estado políticamente elástico, con un alto número de votantes independientes. Aunque el noventa por ciento de la población es blanca, se estima que para el 2050 el veinticinco por ciento de la población se compondrá de otras razas.

….

Siempre que me encontraba a John durante mi segundo año de estudios, cuando ya no vivía en su casa, le decía “¡hey John, tenemos que vernos para tomarnos una IPA!”, pero nunca lo hacíamos, nunca lo llamaba o simplemente lo olvidaba hasta la próxima vez que lo volvía a ver y le decía “¡hey John, tenemos que vernos para tomarnos una IPA!”.

Me gustaba pasar las tardes de otoño sentado bajo la sombra de las alas del Ángel negro en Hickory Park. Venía con Anne y mientras ella se perdía en los senderos pensando sobre el futuro después de que termináramos nuestros estudios en Iowa, yo permanecía absorto en la figura de aquel ángel representando la vida y la muerte, sintiendo la brisa limpia del otoño tardío, leyendo, anotando pensamientos. Cuando Anne regresaba de su caminata, me preguntaba si había pensado sobre el futuro y volvíamos a casa hablando sobre planes en abstracto. Por lo general, yo la escuchaba, no decía mucho. Nunca hablamos sobre nuestros planes, en realidad. Mucho tiempo después, cuando ella ya se había casado y formado una familia en Berlín, comprendí que aquel silencio de mi parte había sido una abstracción tímida de cobardía.

Antes de mudarme a Ann Arbor este año, me encontré con John en The Mill de Iowa City. Una banda de rock de Illinois tocaba en una pequeña tarima. El bebía con sus amigos del trabajo y yo con mi pareja de California. Nunca lo había percibido en tan buen estado de ánimo. Bailaba con un vaso de cerveza en la mano al frente del guitarrista, un rubio con trenzas hasta la cintura. Durante el concierto, bebimos el mismo número de IPAS que nos habíamos prometido cada vez que nos encontrábamos. Recuerdo sus palabras exactas antes de despedirnos en el parqueadero del bar.

—Me divorcié —dijo.

—¿Y la casa? —dije.

—La vendimos.

Dejó escapar un hipo. Se puso la mano en la boca.

—Excuse me….and, thank you for the beers.  —dijo.

Abrió la puerta de su auto y se subió a su chevy blanco, precario, que había comprado por mil dólares a un maestro nicaragüense de matemáticas en West Liberty. Nunca, ni siquiera cuando estaba así de borracho, perdía sus buenos modales, pensé, al despedirnos.

 

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