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Los Prisioneros de la tv



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Había ironía y algo de verdad en elegir “Sudamerican rockers”, del trío chileno Los Prisioneros, para iniciar MTV latino, la señal por cable que desde Miami sería para la generación del ’90 una especie de caprichosa internet. Fue el momento justo que alguien en Buenos Aires se enteraba aquí y ahora de lo que sucedía en D.F., armando una red de cultura rock impensada años atrás. La señal de televisión no extendió puentes, los construyó. A los jóvenes de esas sociedades contradictorias, injustas y también solidarias que son los países de América Latina, los unía la lengua junto a un estilo creado en los Estados Unidos –sociedad contradictoria, injusta y también solidaria– que se reelaboraba creativamente al Sur del Río Bravo.

Ahora en el relato hay un salto en el tiempo –Bill Gates, Steve Jobs y Mark Zuckerberg se han vuelto los rock stars de nuestro tiempo– y Jorge González se mueve por el escenario del Bayfront Park, en el Downtown de Miami. Parece un círculo que concluye un recuerdo íntimo. Pero González, en un inglés de turista con vestigios del español, le dice al público: “I know we are in Miami where a lot of people speak Spanish… but this is the United States. We must speak in English”.

El comentario lo tomo como la patadita graciosa que un profesional de la ironía como es el creador de Los Prisioneros sabe muy bien. Otros que han ido esa noche al Bayfront Park –el ticket ofrecía también a Los Pericos– no lo digieren fácilmente. Agradezco las palabras de González, los años no han logrado cambiarlo. Es el mismo artista de paradojas, que cantaba contra las injusticias del establishment y contrajo matrimonio –y ante la Iglesia– con una muchacha de la alta sociedad chilena; el que cantaba “si viajas todos los años a Italia/si la cultura es tan rica en Alemania/¿Por qué el próximo año no te quedas allá?” y terminó viviendo en Berlin…

Aquella noche Jorge González dejó el escenario caliente. En poco menos de cuarenta minutos de set, el público –la mayoría treintañeros emigrados– recuperó la juventud. González, en tanto, es un artista que jamás perdió el estilo. Esa condición ha hecho de Los Prisioneros –Claudio Narea (guitarra), Miguel Tapia (batería) y González (voz y bajo) – una genuina expresión en las arenas no siempre sólidas del rock en español. Toda gestación de un proyecto único merece contarse.

httpv://youtu.be/dkMYgn22ntE

Como toda biopic, la idea central es entretener. Algunos fanáticos de los datos exactos se han enojado – y también Narea– por algunas escenas de ficción, que nunca ocurrieron en la historia del trío. Pero poco importa. “Sudamerican Rockers” se mueve con soltura en la pretensión. La audiencia ha acompañado en los ratings. Originalmente los productores habían pensando en 12 capítulos que finalmente se extendieron a 18. Las interpretaciones de los actores es realista, hay empatía con ellos: son parecidos –a must del género–. Y la serie remarca dos aspectos de la columna vertebral del grupo: letras descaradamente frontales, el látigo que suena fuerte contra las humillaciones que promueve el establishment contra las clases más desprotegidas, y la música que cristaliza las corrientes de su época: punk-reggae-ska, pop y tecno pop. El líder de Los Prisioneros no cedió los derechos de sus canciones, algo que no impidió que Michael Silva (el González de la ficción) hicera buenas versiones de temas como “La voz de los ’80” y “Paramar”.

Un éxito artístico que logra difusión masiva no se hace sólo con el talento de sus creadores, sin embargo. Allí aparece entre las sombras su Brian Epstein, el Jorge Alvarez chileno: Carlos Fonseca. El manager venía de trabajar en la industria discográfica de Buenos Aires. Por aquellos años el rock argentino consolidaba definitivamente una escena que había comenzado en la década del ´60: Soda Stereo, Virus, Fabulosos Cadillas, un Charly García quemándose vivo hasta consumirse (sería su última década creativa), y una larga lista de grupos y solistas que al lado de éstos serían algo así como grandes bandas de segunda categoría: Fricción, Don Cornelio, Metropilis, Zas y un largo etc.

Fonseca, dueño de la disquería Fusión, con valor e ingenio acomodó la energía adolescente de esa primera etapa de Los Prisioneros y les dio un mejor sonido –pagando de su bolsillo un demo en un estudio semi profesional – e hizo giras por el profundo Chile donde el grupo no sólo se daba a conocer sino que aprendía a tocar arriba de un escenario. En un arco de tiempo, los Beatles habían hecho lo mismo en los cabarets de Hamburgo.

La historia de Los Prisioneros –algo que deja muy en claro la serie de tv– es también un símbolo de la posibilidad de que el destino puede torcerse aún con las circunstancias más adversas. Como los músicos, su publico eran jóvenes que veían insostenible los límites y reglas impuestas por la dictadura. Reglas, por ejemplo, que hacían imposible llegar a la universidad y así acceder a mejores trabajos por el perverso sistema de educación chileno. Esa perversidad continúa aún hoy: universidades públicas con un alto examen de ingreso, universidades privadas prohibitivas por su valor para las clases trabajadoras. “Nada es gratis en la vida”, les dijo el presidente Sebastián Piñera a los jóvenes hace unos pocos años.

Por suerte están siempre las canciones de Los Prisioneros, la inmediata experiencia que a través del tiempo, recuerdan la estupidez de algunos, como la belleza de muchos.

httpv://youtu.be/9NwXMDbrqA0

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