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Lo que no entendió Burt Reynolds

Uno de los temas más discutidos del gobierno del presidente Carter, fue el de su relación con Cuba en su intento de acercar a ambos países.


 

La Casa Blanca emitió un memorandum en abril de 1980, que al pie llevaba la firma del presidente Jimmy Carter, anunciando que recbiría a 3,500 refugiados cubanos. El gobierno de la isla abrió el puerto Mariel para que los exiliados que vivieran en la Florida pudieran reclamar a sus familiares y amigos, y aprovechó para hacer limpieza en las cárceles y envió embarcaciones con un número significativo de delincuentes y enfermos mentales. El saldo final de refugiados fue de 125,000, de los cuales 20,000 optaron por vivir en Miami Beach, a los que se sumaron haitianos aprovechando que las fronteras marítimas estaban abiertas. La vida en Miami Beach cambió de la noche a la mañana: pasó de ser una ciudad de 85,000 habitantes, donde menos del 10% eran hispanos, a una cuya población hispana ascendió al 23% y llenó las esquinas de mujeres que alquilaban sus cuerpos, de balas, de sangre, y desató la venta de drogas que creció hasta llegar a los estratos más altos de la sociedad.

A Ernest Stickley Jr. lo conocimos en Swag, novela en la que Elmore Leonard nos lo presentó como un atracador a mano armada, junto a su partner Frank Ryan, ex dealer de autos, quienes formaron una dupla que quedará para el recuerdo por su peculiar manera de robar con un decálogo de normas creado por ellos. El autor nunca quiso que un personaje se repitiera en sus libros, pero Stickley Jr. fue la excepción: lo volvimos a ver en Stick, una de sus primeras novelas completamente ambientadas en Miami –después de haber escrito decenas en Detroit– que sigue encontrando lectores que la celebran entre una de sus propuestas más notables. En Stick, Ernest Stickley Jr. queda en libertad tras cumplir una condena de siete años en Michigan, y viaja a Miami, a encontrarse con Rainy un ex convicto y amigo de origen latino, a empezar una vida por el camino correcto. Pero en Miami las cosas se complicaron cuando advirtió que Rainy, que mataron en un tiroteo en las primeras páginas, estaba implicado en negocios con drug dealers. Entonces Stickely se involucra con la mafia anglo y cubana que ya imperaba en el Miami ochentero, pero no únicamente desde lo marginal, como lo han retratado la mayoría de obras de aquella época, sino también en mansiones, en fiestas de tuxedos, en autos convertibles, e incluso, se menciona más de una vez, desde el deck del Mutiny Hotel.

STICK, Burt Reynolds, 1985

Dos años después del lanzamiento de la novela se estrenó la película, dirigida por Burt Reynolds, quien además interpretó el papel de Ernest Stickley Jr., acompañado en otros roles protagónicos de Candice Bergen, George Segal y Charles Durning. Más allá de algunas tomas interesantes de la ciudad -la recorre de punta a punta desde los Everglades, Coconut Grove, Key Biscayne- Stick en el cine pasó de ser una novela pulp, dura, con mucha acción, a ser una película con asomo de comedia, y se limita a ser una suerte de desfile de personajes inverosímiles y grotescos, ridiculizados por el vestuario, a los que cuesta seguir las dos horas. Burt Reynolds no logró captar el sentido de la novela, donde al igual los personajes son bastante grotescos, pero jamás caen en lo ridículo, todo lo contrario: son unos antihéroes creados con mucha precisión para que puedan moverse cómodamente en sus atmósferas sórdidas.

Y tampoco logra reproducir ese contexto de mafia «cubano – americana» de aquellos años y que tan bien consigue hacerlo Leonard.

Es probable que a Burt Reynolds le haya faltado conocer más la obra de Elmore Leonard para comprender su universo narrativo, no se sabe, lo cierto es que la película Stick fue catalogada por la crítica como un total desacierto, y el propio narrador le escribió estas líneas a Reynolds:

“When I’m writing I see real people and hear real people talking. But when I view the picture I see too often actors acting, actors hitting the wrong word, mugging, overstating or elaborating on a punch line, ad-libbing clichés, setting a record for the frequent use of “asshole.” I hear what seem to me too many beats between exchanges, pauses for reactions, smiles for the benefit of the audience -like saying, “get it?”- or sneers or wide-eyed looks that I don’t see in real life.”

Este texto es parte del libro Tour: una vuelta por la cultura popular de Miami, que puedes ordenar haciendo click en el banner.

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