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La patria se hace así, Puerto Rico

En Puerto Rico no se habla tanto de izquierda o de derecha como en otros países, sino de los tres principales partidos políticos y sus objetivos: estadidad (Partido Nuevo Progresista, PNP, actualmente en el poder), estado libre asociado (Partido Popular Democrático, PPD), e independencia (Partido Independentista Puertorriqueño, PIP).

Obsesionados con el estatus (para ellos la causa de todos los males), más que con atacar los problemas de la isla, los fines políticos de cada partido están afiliados de una manera u otra a las corrientes izquierdistas y derechistas que se conocen comúnmente. Y dentro de cada partido, hay sus vertientes liberales y conservadoras.

Pero, no importa cuán pro anexión o pro independencia o pro indiferencia sean, si son zurdos o si son derechos, los tres partidos han fracasado rotundamente en sus metas.

Teatro del absurdo

Los estadistas han visto cómo la estadidad ha ido ganando adeptos con el tiempo, no tanto porque los líderes del PNP hayan hecho un trabajo ejemplar en convencer al pueblo de los derechos y responsabilidades de la incorporación a la unión, sino por los desaciertos catastróficos del otro partido hegemónico, el PPD.

Este 11 de junio, se llevará a cabo en la isla otro plebiscito, que no conmina de ninguna manera al gobierno estadounidense a tomar acción, y que vuelve a ser reclamo de quienes consideran que definiendo de una vez por todas el estado de este territorio de los Estados Unidos, se resolverán sus problemas.

Los del PNP no sólo tienen que vender el concepto de la estadidad a muchos puertorriqueños que aún no la compran, sino al gobierno de los Estados Unidos y a los demás conciudadanos. En esto, los anexionistas han sido ineptos e incapaces. Han fracasado. Abogar por la estadidad en momentos tan políticamente polarizados y turbulentos en Washington, D.C. y en el resto de la nación, es teatro del absurdo.

Los estadolibristas de las últimas cuatro décadas han fracasado una y otra vez en ser creativos a la hora de energizar la economía, en afrontar cambios generados por el Congreso estadounidense, en crear empleos, y en enfatizar la educación, maximizando las ventajas y minimizando las desventajas que posee el actual estatus político de la isla desde 1952.

Nunca han sabido ser astutos ni negociar. Ayudaron en vez, junto con el movimiento independentista, a sacar a la Marina de Estados Unidos de la isla de Vieques, municipio puertorriqueño, pero sin tener un plan de desarrollo económico concreto que pudiera paliar la crisis que se lanzaría sobre la costa este del país al perderse miles de millones de dólares que la base aportaba a la economía. Hoy, los pueblos del área son ruinas, y la antigua base sigue en espera de que alguien la rescate.

Sí, en los gobiernos del PNP y del PPD, ideas ha habido, planes han ejecutado y todo ha sido cacareado en la prensa. Se anuncia este o aquel proyecto, se implementa alguna iniciativa, pero a la final, casi todo queda incumplido o es inservible o es imposible. Las promesas son lindas, pero huecas. Que es justamente lo que le aflige al Partido Independentista.

Independizados de la realidad

La definición de la locura es repetir una y otra vez los mismos errores, y esperar que el resultado sea diferente. El PIP se empecina en adherirse a esa definición.  Siempre se ha presentado como la patriótica, noble e idealista alternativa a los otros partidos, pero por fallar precisamente en materializar esa imagen con hechos y no poesías, es que su fracaso ha sido mayor.

Una colectividad política que nunca saca más del 5 porciento en las elecciones debe comenzar por admitir que su mensaje ni llega ni cala ni resulta atractivo para la mayoría de los puertorriqueños.

En los otros dos partidos aflora el cinismo, pero al menos saben lo que quieren y lo dicen. En el que aboga por la independencia, lo que hay es deshonestidad.

En el PIP no se habla mucho de soltar la mano de Estados Unidos de inmediato, sino de pasar por un proceso de transición en el que los fondos federales, la moneda, y la ciudadanía se mantendrían por algunos años en tanto se lleve a cabo la separación y la fundación de una república soberana.

Pero ningún nacionalista explica cómo en estos tiempos de globalización, donde las monstruosas compañías transnacionales tienen tanto o más poder que los gobiernos, y donde la tecnología continúa arrasando con los empleos, una pequeña isla, empobrecida y sin recursos como petróleo, minerales, etc., que todavía hoy ni siquiera sabe explotar al máximo su mejor valor, el turismo, va a sobrevivir en esta realidad y encarará el futuro por su cuenta.

Puerto Rico no es, ni ha sido, ni será, otra Singapur. Porque, para empezar, al buscar emular el desarrollo y el éxito de esa isla nación asiática, habría que adoptar un modelo autocrático de gobierno, y el mero atisbo de eso generaría no el éxodo que están protagonizando los puertorriqueños ahora hacia Estados Unidos, sino un tsunami de gente maleta en mano que dejaría al territorio despoblado.

Entonces, en vez de pensar fuera del molde, de prever, de planificar, de dialogar, se marcha. Hay protestas en la Universidad de Puerto Rico, y la cierran, reclamando que no haya recortes presupuestarios cuando apenas hay dinero, y olvidando que fondos federales en calidad de becas permiten que sean muchos los puertorriqueños que puedan estudiar.

Un paro efectuado el 1 de mayo en solidaridad con la UPR y otras causas iba bien hasta que degeneró en vandalismo. Sus defensores han señalado que en otras ciudades del mundo, la ira de las protestas igualmente desemboca en violencia y destrucción a la propiedad. Las teorías conspirativas tampoco se hicieron esperar, y de inmediato se achacaron los destrozos a agentes encubiertos que buscaban mancillar la voluntad del pueblo.

Si vamos a aceptar esa posibilidad, también hay que aceptar una realidad: que las protestas se vinculan políticamente a grupos que anhelan la separación de Estados Unidos, y que al no lograrlo en las urnas, se vuelcan a la calle a manifestar su descontento.

Los manifestantes de la izquierda arrojan términos como fascismo, imperialistas, nazis, vendepatrias, y otros epítetos insultantes a la derecha, mientras que los de la derecha devuelven el fuego con calificativos como comunistas, criminales y terroristas. Los independentistas alegan que esas palabras son injustas y erróneas, pero ellos mismos se desacreditan cuando en sus manifestaciones aparece algún fanático encapuchado ondeando banderas del extinto comunismo soviético, la hoz y el martillo, o portando camisetas con el rostro del incompetente asesino de la revolución cubana, Ernesto “Che” Guevara, mientras tiran piedras.

La derecha puertorriqueña peca al no defender enérgicamente los valores democráticos y al no promover una pluralidad de voces, pero la izquierda se embarra al atacar y después querer hacerse mártires. Por eso les han resultado tan inconvenientes las protestas estudiantiles en Venezuela que suceden a la vez.

El silencio ensordecedor

Es vergonzoso el silencio de los partidarios de la independencia de la isla que no pueden ni quieren reconocer la calamidad de lo que sucede en Venezuela debido al fracaso estrepitoso de las políticas de charlatanes como Chávez y Maduro.

La incapacidad de desligar la causa de la soberanía de Puerto Rico de los fiascos socialistas y comunistas de la historia es el mayor obstáculo que enfrentan sus partidarios. Y uno que se niegan a confrontar aún con la evidencia de frente.

Un paladín de la libertad para Puerto Rico y de la integración con Latinoamérica, el cantante René Pérez Joglar, o Residente, ex integrante de Calle 13, se contuerce ahora en entrevistas con los medios o por redes sociales para no hablar del tema venezolano, destacando que prefiere concentrarse en los asuntos de su país. Al parecer, los derechos humanos en algunos lugares para él tienen fecha de expiración.

Cuando se le pregunta al respecto, como en reciente entrevista en el diario El País de España, http://cultura.elpais.com/cultura/2017/05/04/actualidad/1493920731_569475.html, admite que si bien la situación de Venezuela es terrible, no quiere inmiscuirse en estas situaciones “político-partidistas”. Además, ya se cansó de que tanta gente le pida que tome como bandera sus causas, máxime cuando él considera que nadie lo hace por Puerto Rico.

La alcaldesa de San Juan, independentista que llegó al poder cobijada por el manto del estadolibrismo, cree que utilizando un lenguaje setentista de lucha está haciendo su labor. Sus diatribas salen por ese instrumento del imperialismo llamado Twitter. Mientras, San Juan se cae a pedazos. Para muestra un botón: el abandono obsceno de un tesoro arquitectónico de la ciudad, el Hotel Normandie. Otras ciudades del mundo aspiran y trabajan para convertirse en urbes inteligentes, donde prime la integración, el flujo de idiomas, el progreso. La de la alcaldesa es una visión empequeñecida, politizada, furibunda en sus convicciones anacrónicas.

Manual para patriotas

La patria no se hace por las redes sociales. La patria no se construye con la destrucción de la propiedad ajena. La patria no se edifica gritando “¡Yo soy boricua, pa’ que tú lo sepas!” (frase popular con un tufo que no dista mucho del que tiene el chovinismo político de “Make America Great Again!”). La patria no se hace insultando al que piensa distinto.

La patria se hace cuidando su medio ambiente. La patria se hace exigiendo una mejor calidad de enseñanza, que incluya el dominio del español y el aprendizaje del inglés, así como oportunidades en campos tecnológicos, informáticos y de las ciencias. La patria se hace apoyando a los artesanos de Puerto Rico. La patria se hace abogando por y mejorando las condiciones de vida de los animales callejeros. La patria se hace aplaudiendo los logros de los puertorriqueños dondequiera que estén, sin importar para qué país o equipo jueguen o dónde vivan o si nacieron en la isla o no. La patria se hace interesándose y participando en la vida cívica.

La patria no se hace desde Nueva York celebrando a una figura controversial como Oscar López en el próximo desfile puertorriqueño de esa ciudad el 11 de junio. Terrorista para unos, héroe para otros, el homenaje politiza innecesariamente el evento, divide más a los puertorriqueños y empeora nuestra imagen ante otras colectividades.

Muchos independentistas viven, irónicamente, en los Estados Unidos continentales. Gozan de todos los derechos de los estados por residir en ellos, pero no quieren que sus coterráneos tengan esos mismos derechos. Tampoco se mudan a vivir a la isla para sentirla en carne propia, ni se les ocurre abandonar su ciudadanía americana (el año pasado, más de 5,000 estadounidenses renunciaron a su ciudadanía, según cifras del Departamento del Tesoro. ¡Sí se puede!). Les gusta enseñar o estudiar en universidades gringas o europeas, pero ni hablar de hacerlo en Cuba, Honduras, Guatemala, Nicaragua, Venezuela, etc. Se insultan si se compara a Puerto Rico con esos países y se le clasifica como del Tercer Mundo.

Ese doble discurso, esa incompatibilidad de palabras y acciones, esa conveniencia, y esa falta de moralidad para destacar que las dictaduras de izquierda son tan nefastas como las de derecha (Cuba con los Castro good, Chile bajo Allende bad), les roba de cualquier credibilidad y moral.

Ellos, y los demás partidos, han fracasado. Le deben a Puerto Rico, porque con sus obsesiones, falta de visión, mal manejo de fondos, corrupción, actitudes recalcitrantes, polarizaciones, egoísmos y posturas hipócritas y fantasiosas, han llevado a la isla a la bancarrota en muchos sentidos.

La falta no es sólo de Estados Unidos, como muchos analistas quieren hacer ver. Estados Unidos es culpable también, y tiene una responsabilidad por cumplir con la isla. Pero ya está bueno de señalar a los otros. Ni es la Junta, ni es PROMESA, ni es el estatus, ni es el Zika. ¿Qué tal si por una buena vez los tres partidos se ponen a trabajar juntos a ver si logran algo? Será mucho pedir, supongo.

 

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