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Mujeres negras, brassiers blancos

Hablar de racismo a menudo resulta un tema incómodo para mucha gente, en muchas partes del mundo y en diferentes contextos de vida diaria o académicos. Si a las conversaciones sobre racismo, se les añaden los discursos sobre misoginia junto al racismo, las conversaciones son aún más difíciles. Por ejemplo, en mi experiencia como profesora de literatura y culturas del mundo hispano en los Estados Unidos, recientemente me ha pasado que un estudiante expresara su incomodidad frente un texto de la escritora contemporánea afro puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro. El texto, titulado Las Negras, es una recopilación de cuentos inspirados en las historias de las esclavas negras que hasta hoy la historia oficial ha olvidado, cancelado, o simplemente no ha contado. El estudiante en cuestión expresó su incomodidad al leer un texto donde los personajes masculinos faltan o están representados de manera negativa. La falta de hombres positivos es lo que lo ha hecho sentir incómodo, como también la falta de glorificación y reconocimiento de esos hombres buenos.

La incomodidad de ese estudiante universitario es algo que acontece en el momento en el que no solo los hombres no ocupan un lugar positivo, de glorificación o de salvación, sino que el sentimiento acontece en el momento en el que se exponen y se obliga al lector a enfocarse en los cuerpos de mujeres, negras, abusadas, violadas, usadas, y maltratadas tanto por los hombres blancos como por los hombres negros. Esa mirada obliga al lector a ver algo que por muchos siglos se ha querido ocultar, y por lo tanto la exposición del tabú desemboca en ese sentimiento de incomodidad que mi estudiante ha sentido leyendo el texto de Arroyo Pizarro.

Morivivi Antes

Cuando la imagen del cuerpo de la mujer negra sale de las páginas de un texto y se materializa en un mural gigantesco las incomodidades también se materializan más allá de las conversaciones. Es lo que ha pasado recientemente en San Juan capital, Puerto Rico. El grupo de artistas Moriviví, formado por mujeres jóvenes de la isla no solo ha desafiado un sector, el de los grafitis, normalmente ocupado por hombres, sino que a través de sus obras visuales ha llevado la reflexión y el desafío a los lugares incómodos de la violencia doméstica y del racismo contra el cuerpo femenino. Varios son los murales de este colectivo de artistas que representan a mujeres, pero uno en particular ocupa una fachada urbana familiar a los ciudadanos de San Juan: el puente del expreso 22 que cruza sobre la Avenida Fernández Juncos en el barrio de Santurce.

El mural representa a dos mujeres negras, desnudas, cuyos cuerpos muestran mariposas obscuras. El mural es una metáfora visual que habla y representa el problema de la violencia doméstica en un país donde la misoginia, la cultura machista y la violencia sobre el cuerpo femenino lleva a más de once mil casos de violencia doméstica reportados sólo en el año 2013. Si consideramos que muchos son los casos que no se reportan, ese número refleja una realidad simbólica que esconde un problema mayor. El mural ha sido pintado en colaboración y con el apoyo de la organización Coordinadora Paz para la Mujer y con el Departamento de Transportación y Obras Públicas. Las reacciones a la obra han sido inmediatas así que mientras el colectivo Moriviví estaba en proceso de pintar el mural, en la página de Facebook las artistas compartían la experiencia diaria de recibir el apoyo de muchos ciudadanos y los comentarios de otros que al pasar les gritaban de ponerle un brassiere a las muchachas del mural. Desde luego, enfrentarse cada día en una de las esquinas más visibles de la capital con dos cuerpos enormes de mujeres negras, desnudas, anónimas pero que en su anonimato cubren su cara y muestran sus cuerpos maltratados, con un pecho más pequeño que el otro como emblema de un cuerpo femenino real y no representado por el deseo masculino, provocan y demandan una reacción.

El pasado 27 de octubre de este año la reacción al mural se ha hecho más concreta y las mujeres del mural han sido “vestidas” de ropa interior. A las mujeres afro puertorriqueñas desnudas algún anónimo les ha pintado brassiere y pantis blancos. Este acto, sin embargo, no hay que confundirlo con un episodio de vandalismo sino es una respuesta precisa a una imagen con otra imagen: la imagen del cuerpo de la mujer afro puertorriqueña con una imagen de abuso, poder y censura que oculta el cuerpo femenino, lo normaliza y lo hace invisible en su denuncia. Recordando la obra del filósofo Franz Fanón Piel negra, máscaras blancas de la misma manera a estos cuerpos negros se les han puesto pantis y brassieres blancos para que sean aceptados y aceptables dentro de un contexto social que construye y acepta la imagen de la mujer para uso y consumo sexual masculino y hetero normativo, mientras que rechaza cualquier otra forma de exposición al cuerpo femenino.

Las reacciones al acto de censura del mural también hablan del tipo de resistencia y abuso moral y conceptual hacia el cuerpo femenino. Varias han sido las mujeres que han ido en frente al mural a manifestar su derecho a quitarse ese brassiere que se les ha impuesto a las mujeres del mural. Esta protesta, como el mural, ha provocado comentarios negativos hacia la iniciativa incluyendo la respuestas de algunos jóvenes que se han quitado la ropa interior delante del mural mostrando sus genitales y posteando posteriormente la foto en redes sociales.

Las respuestas a la obra literaria de Yolanda Arroyo Pizarro, al mural del colectivo Moriviví, a la protesta de las mujeres sin brassiere tienen algo en común: el sentimiento de incomodidad de una sociedad frente a una imagen de la mujer poderosa en su fragilidad por exponer sus heridas, sus luchas y su memoria. La visibilidad impone reconocimiento, admisión y, por ende, exige respuestas, diálogos y soluciones. Las historias de las mujeres han sido ocultadas, ignoradas y olvidadas, por siglos. Cuando estas historias se exponen, se cuentan y se visualizan en un mural que contiene y denuncia varios tabús en un solo cuerpo femenino, negro y abusado las reacciones tienden a querer cubrir, tapar, cancelar estos cuerpos para que se sigan confundiendo y silenciando a través de una denuncia de incomodidad o a través de un brassiere blanco que le devuelve a la mujer esa “pureza” y “pudor” que ha arrinconado a las mujeres por siglos.

El acto de censura a las mujeres de Moriviví se tiene que leer en un contexto que va más allá del mural: es la exposición de un síntoma social preciso de misoginia y racismo. No obstante, es en esa visibilidad que se puede encontrar una vía para empezar una conversación y un proyecto de educación social. Si la visibilidad del cuerpo femenino y negro del mural lo ha hecho más vulnerable a los ataques “físicos”, también una reacción tan visible se expone a medidas que obligan a nuevas conversaciones y reflexiones sobre esas mujeres de cuerpos negros y brassieres blancos.

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