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La dificultad para hacer amigos después de los 40

Siempre hay alguien que nos pregunta ¿y cuántos amigos tienes? Y uno no puede evitar cuestionarse el por qué de esa cifra tan raquítica de gente en la que uno confía o que al menos comparte algo íntimo, algo que necesita sacarse del pecho para liberarse de un peso insostenible. Digamos que es algo tan necesario como el dasayuno, como leer el diario, como mirar por la ventana y tratar de comprender el mundo. La amistad es una terapia que no tenemos que pagar, es una charla a solas que nos libera o enaltece, la que nos ilumina a escondidas, en voz baja.

La primera respuesta que se me pasa por la cabeza es que a cierta edad uno empieza a volverse selectivo con las nuevas amistades. La vida sucede muy rápido en estos tiempos y no tenemos las ganas/tiempo/interés de conocer a otros y vale la pena aclarar, que tampoco para darnos a conocer.

En una rápida búsqueda online sobre la amistad encuentro un artículo titulado Friends of a Certain Age, que Alex Williams ha publicado en el New York Times, y este declara las dificultades para hacer amigos después de cierto número de años. El autor nos pasea por algunas lista de intereses comunes que pueden unir a la gente como por ejemplo el mismo círculo social, que los padres de los amigos de nuestros hijos se vuelven nuestros amigos, que hay grupos de internet que buscan encontrarse para compartir la soledad y crear lazos. Pero el artículo de Williams se enfoca demasiado en cómo hacer amigos a los 30 o los 40, pero no en los fundamentos que hacen a una amistad. Analiza intereses del momento y no a largo plazo, lo que hace sentir que el texto es algo inmaduro y superficial en su análisis. Los eventos de la vida dejan una cicatriz muy profunda en la amistades, los divorcios llevan a que pierdas a ciertos amigos, o que ganes nuevos con una nueva cita. Los cambios de trabajo van dándote nuevas prioridades, las mudanzas, los cambios de intereses. Hoy tenemos amigos para ir al bar, amigos para cenar, para llevar a los hijos algún lado, o para compartir algún nuevo pasatiempo.

El tema de los medios sociales y, Facebook en particular, merece un párrafo aparte. Cuando miro el número de ‘amigos’ que tengo, cercano a los cinco mil, no puedo dejar de preguntarme a cuántos de ellos conozco realmente en esa lista. Algunos son familiares, amigos de ahora, otros son amigos de la infancia, del colegio, de la universidad, de antiguos trabajos o del trabajo del momento, compañeros de proyectos compartidos, pero… En fin, contactos la gran mayoría, la palabra amigo aún queda muy grande para muchos en esa lista.

Yo tengo la suerte de haber hecho muy buenos amigos después de los cuarenta, pero no es un proceso fácil. Cuando pienso un poco más detalladamente en la palabra amigo, veo que en general con la persona a la que le has dado esa categoría, has construido puentes más allá de lo que se puede ver. Tienes una confianza que supera cualquier nebulosa. Has construido una historia junto a ellos, has compartido experiencias en la que has dado y recibido ciegamente y te has dejado llevar por el momento. Algo que es más normal en la juventud y ya no tanto en la madurez. La amistad está cimentada en eso, en confianza, en recuerdos, en miradas complices, en risas que se repiten en lo absurdo sin cansar y sin desgastar. En fin, en historia. Necesitamos tener lazos emocionales como para sentir la paz necesaria para aceptar a una persona como amigo. Necesitamos construir historia. Hoy en día, la vertiginosa necesidad de vivir no nos permite hacer precisamente eso, vivir, ni tampoco darnos paciencia para crear historias en común con otros.

El ritmo que hoy llevamos juega en contra de los sentimientos y las necesidades espirituales y emocionales de los seres humanos. Pareciera que vamos camino a una soledad irremediable. Es cierto que el hombre cambia con la edad y que fuera natural que nos volvieramos desconfiados. También la perspectiva cambia según las experiencias que tenemos. Y si preguntamos a otros cuántos amigos reales tienen, normalmente pueden contarlos con los dedos de la mano y la mayoría dice que se quedaron en sus lugares de origen y que aquí no han hecho realmente amigos verdaderos. Lo que me lleva a pensar si es que la necesidad nos obliga a crear amistades que de otro modo quizás no existirían.

Pero no todo está perdido, dice la canción. Está bien ser desconfiado, el mundo lamentablemente es un lugar peligroso. Todos los días escuchamos historias que nos estremecen. Pero también hay de las otras, de las que valen la pena escuchar, de las que inspiran, de las que enseñan, de las que motivan. Hay gente que vale la pena conocer. Hay historias por vivir y contar, tardes para conversar y compartir. Sí, todavía y a pesar de todo la vida vale la pena y hacer amigos es uno de sus puntos altos. ¿Cómo seguía la canción de Fito? Ah sí, …yo vengo a ofrecer mi corazón. De eso se trata después de todo.

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