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El mundo a sus pies

image1-2Si las cosas salen como se planean, Miami-Dade será dentro de poco el hogar del centro comercial más grande de los Estados Unidos. La nueva capital del lujo y el despilfarro de Norteamérica.

Triple Five, la empresa constructora del Mall of America en Minneapolis –hasta el momento el de más tamaño en el país–, ha puesto la mira en un enorme terreno vacío cerca de Miami Lakes para edificar un mall gigantesco que tendría, aparte de un sinfín de tiendas, un parque acuático, un lago de siete acres con un arrecife de coral y paseos en submarino, una villa Art Deco de restaurantes gourmet, un teatro, una pista de patinaje en hielo, una cuesta con nieve artificial para esquiar, bajo techo, una noria desde cuyo punto más alto se podrá ver desde los Everglades hasta el océano, y muchas otras atracciones.

Pero hay más. Junto a la bahía de Biscayne, en el centro comercial Bayside Marketplace, se planea una torre con mirador, SkyRise Miami, que los entusiastas ya consideran que será la torre Eiffel de Miami. Y no muy lejos, en el downtown, se alzará la estación del tren All Aboard que llevará a Orlando. Más que una estación: será un enorme complejo con las instalaciones ferroviarias y además un hotel, residencias y tiendas, todo de alto nivel, high-end. Los residentes disfrutarán de piscinas, pistas para correr, una cancha de baloncesto y un área para pasear a sus perros, un detalle de gran importancia, desde luego.

Todo esto suena muy bien. Viene más lujo y más esplendor para Miami, para consolidar su condición de metrópoli internacional. Y más empleos para los vecinos. Por ejemplo, se calcula que en el ciclópeo mall que se proyecta cerca de Miami Lakes, la construcción generará 25.000 empleos, y otros tantos la operación del enorme centro.

Pero siempre hay aguafiestas. Sean Snaith, economista de la Universidad Central de la Florida, dijo que el gigantesco centro comercial tendrá cierta cantidad de empleos bien pagados en el nivel gerencial, pero que “si se habla de personas trabajando en tiendas y ocupándose de los aparatos del parque de diversiones, estamos hablando de los típicos empleos turísticos mal pagados que hay en toda la Florida”.

¿Quiénes llenarán el mall, subirán a la torre de la bahía y tomarán el tren a Orlando después de regalarse un opíparo almuerzo de manjares exóticos y costosos? Los urbanizadores, los agentes de bienes raíces, los dueños de restaurantes y negocios, todos los que se beneficiarán del crecimiento de Miami, no tienen el menor reparo en señalar con el índice hacia el horizonte. Esperan la llegada de hordas de compradores foráneos, de Colombia, de México, de Europa, de Rusia, extranjeros con la cartera llena y fondos suficientes para disfrutar unas vacaciones o una estancia por todo lo alto en el Sur de la Florida, en los nuevos palacios de la diversión que se construyen para satisfacer sus ansias de tenerlo todo.

Los de aquí no contamos mucho como clientes. El costo de la vida en nuestra región se ha disparado, pero los salarios no han crecido. El nuevo auge de la urbanización, los edificios que se levantan cerca de la costa, están dirigidos a adinerados compradores extranjeros. La clase media local no da más.

En Miami, la miseria existe a pocos pasos del lujo, la desesperanza muy cerca de la ostentación. La rutilante imagen del glamour tiene un lado oscuro. Más del 17 por ciento de la población vive por debajo del nivel federal de pobreza.

Al pie de los opulentos rascacielos del downtown y de Brickell, hay bolsones de penuria económica, cada vez más asediados por el afán de convertir las zonas pegadas al litoral en terrenos de juego de los ricos y los famosos. Sucedió en Miami Beach, donde nos han robado el mar; sucede en Wynwood, donde los pobres tienen que largarse a otra parte para hacer lugar a las galerías de arte, los restaurantes de moda y el público sofisticado o esnob. En el downtown, las autoridades están echando a los desamparados, para que los homeless no afeen el centro con su presencia indigente, una denuncia de que algo anda muy mal en la sociedad más próspera del mundo, pero donde la prosperidad está muy mal repartida.

Miami, antes paraíso de la clase media, se ha convertido en una metrópoli internacional donde lo mejor se reserva para los que tienen bolsillos abultados, en su mayoría extranjeros, porque ricos locales no hay tantos. En Miami, los dueños del paraíso ahora son otros. Son de afuera. Ellos son los clientes esperados en el mall más grande de los Estados Unidos y en la torre junto a la bahía desde podrán ver el mundo a sus pies.

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