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El hombre vomitando sangre en la calle

Pese a la contingencia, tuvimos que salir a la calle. Dimos un paso, dimos dos, dimos mil, y del otro lado, antes de llegar a nuestro destino, un hombre cayó al piso. No me di cuenta hasta que mi novia me lo dijo y lo vi derramar sangre desde su boca. Me acerqué a ayudarlo. Ya a unos centímetros de él me contuve de tocarlo, porque tocarlo podía significar contagiarse de COVID-19. Hice lo que pensé que era correcto: llamarle al 911.

El tono de llamada sonó un par de veces y tres personas estábamos junto al hombre. Le preguntamos dónde vivía, cómo se llamaba, qué le dolía. Él estaba desorientado y no podía articular una respuesta clara. Otro hombre cerca de la tienda se atrevió a tocarlo, a colocar la cabeza del sangrante sobre el pavimento para que pudiera descansar.

Pasó una patrulla para ayudarnos a asistir al hombre. Los vecinos gritaban: «Cuidado, se van a contagiar», y yo me sentí miserable de no querer tocar al hombre por miedo al COVID. Como en estas ocasiones, me invandió el nerviosismo. Cuando por fin pude pedir una ambulancia, mi novia me dijo que estaba tan pasmado que no me di cuenta que el policía ya la había pedido y que ella llevaba varios minutos diciéndome que colgara. Todo fue muy rápido.

Dejamos todo en manos del policía y de la familia, que llegó al lugar. Nos metimos a nuestro destino, cerca, y vimos impotentes cómo aún no llegaba la ambulancia. Tiempo después, los familiares se llevaron a su abuelo, así me lo dijo un joven delgado con tapabocas negro como de policía. Un adolescente apenas.

Cuando me senté a la mesa a comer me di cuenta que tuve que haberles advertido: no se lo lleven en auto particular, los hospitales están saturados, estarán de un hospital a otro y quién sabe qué tenga el señor, quién sabe si esté grave. Solo las ambulancias saben a dónde llevar las emergencias, ¿para qué jugar con la suerte?

Quién diría que a los 26 me tocaría ver esta crisis cada vez menos silenciosa. No me lo imaginé jamás. Uno nunca quiere pensar que los tallos de plantas malignas crecerán en las calles y que el hambre morderá la carne en millones de casas en la ciudad. Mi novia me lo preguntó, ¿estás bien? Le dije que sí. En ese tipo de situaciones uno quiere actuar mejor, tener mejores oportunidades, mejores tiempos, la posibilidad de que una vida se salve. Ese 911, y la poca pila en el celular, fue algo que hizo agitar con fuerza el corazón.

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