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Vivir en la luna

 

Hoy ya no vivimos poéticamente en la tierra.

Byung-Chul Han

 

No hay más que encender la televisión o la radio, o abrir un periódico, para que a nuestra cabeza lleguen innumerables noticias espeluznantes a las que nos estamos acostumbrando y que contemplamos y escuchamos con naturalidad, como si ocurrieran lejos de nosotros, o no nos afectaran. Guerras, hambre y frio de los que intentan encontrar un hueco de tierra para vivir, locos que dejan que su vida se haga pedazos con tal de hacer pedazos las vidas de otros, inundaciones que se llevan por delante la existencia de muchos, como siempre ocurre, de los más desprotegidos, o sequías devastadoras tras las cuales solo se otea un horizonte de desolados desiertos, de hambruna y enfermedades. Noticias de corrupción que nos indignan, pero que tragamos una y otra vez adormecidos en nuestro mal menor, y que parece que aceptamos como algo normal. Personas impresentables que ocupan cargos políticos o jurídicos, mercaderes de hombres, mujeres y niños, de bienes ajenos. Los poderosos, que se sustentan de las miserias de los otros y que nunca tienen bastante dinero. Ya nos advertía Quevedo de la capacidad que tenía el dinero para volver al mundo del revés, como en las siguientes letrillas satíricas, “Madre, yo al oro me humillo; / él es mi amante y mi amado, / pues de puro enamorado, / de contino anda amarillo. / Que pues, doblón o sencillo, / hace todo cuanto quiero, / poderoso caballero /es don Dinero.”

 La virtud, el honor, la verdad y la ley, parecen ser de otro tiempo. Mientras tanto, se asfixia la economía de lo público. Recortes en cultura, en sanidad, en educación… tres pilares básicos para una sociedad saludable, que pasan a ser los últimos de la fila, junto al empleo. Los trabajos, escasos y cada vez más precarios, no alcanzan a ser el sustento de las familias. Muchos jóvenes se ven obligados a marchar lejos de casa, a danzar continuamente de un lugar a otro sin que nunca puedan llegar a establecerse, con lo que esto conlleva. “… ¿Quién la montaña derriba / al valle; la hermosa al feo? / ¿Quién podrá cuanto el deseo, / aunque imposible, conciba? / ¿Y quién lo de abajo arriba / vuelve en el mundo ligero?…”

¿Estamos ante una crisis espiritual globalizada? No se trata ya de saltar de un país a otro. Ante este comercio salvaje que se ha instalado sin el menor escrúpulo en el mundo entero, que descarta de sus presupuestos el amor al prójimo y toda clase de valores morales por unas cuantas monedas,  le entran a uno ganas de irse a vivir todavía más lejos, más lejos aún, ¡mucho más lejos!, a la luna…

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