Search
Close this search box.

La isla


El retintín en el techo de lata persiste, me está volviendo loco, es una lluvia de aguacates incipientes. Son tan pequeños, tan endebles que el viento los desprende de sus vástagos y se precipitan como pequeñas bombas, rebotan contra el techo, el suelo, las cabezas de las palomas. En este patio hay cientos, vienen a posarse en el muro que separa las dos casas. La vecina les da pan con leche. ¿Las palomas toman leche? ¿Se puede decir que se han vuelto carnívoras por probarla? Experimenté con darles jamón, un pedazo del bife chorizo de antier, en pedacillos bien pequeño. Pidieron más. No les di por temor, ¿y si se ponen agresivas?

La parcela huele a muerto dulce. Yo vivo en el patio, en una caseta convertida en estudio para alquilar. En la casa principal vegeta un anciano que se está muriendo hace años, pero no termina. Nunca lo he visto, lo he olido, conozco sus humores por el olfato. Hay días que huele a lavanda agonizada, son los más alegres. Me lo imagino soñando con hembras y parrandas. La mujer que lo cuida dice que tiene la mano suelta, que en medio de su inconciencia le mete la mano por debajo de la falda buscando orígenes.

Antier parecía emitir una hediondez empalagosa y profunda, como un anuncio. Lo pude ver asomado a una ventana, diciendo algo, gesticulaba y movía un brazo, diciendo adiós. La cuidadora estaba delante de él, culipandeada, jadeaba y ponía los ojos en blanco, como si se la estuvieran culeado bien. Apoyaba las manos en el cristal, dejando una marca excitante.

Froté mis ojos y no había nadie, ¡pobre viejo! La marca estaba allí, pero no estaba seguro de si la había hecho la enfermera follada o si llevaba más tiempo y yo le había añadido la escena usando mi imaginación. Qué más da, la marca estaba y ya tenía un origen, un significado. Como la marca del zorro, solo que esta iba sobre la lujuria o la esquizofrenia.

Me paré un instante en la puerta. Pensé en la Habana y en las cuatro horas que me pasé tomando triple sec en la embajada de Canadá en el DF en mi camino hacia la yuma. Traté de recordar el tiempo que viví en Ámsterdam y en aquella vez que estuve moviendo una piedra de un lado a otro de la ciudad durante años. A todos le digo que fue mi idea, pero no lo fue, Ni sé dónde está ese amigo, el de la idea de la piedra viajera. Oí que estaba en New Orleans preparándole mojitos a los turistas rusos.

¿Qué hago yo aquí?

Entonces creí recordar que no era libre en Cuba, que me había ido para serlo, yo, el más habanero de todos los habaneros de la historia. Yo, que verme cruzar 23 era como visitar un barrio o constatar en letra diminuta que estuviste en un monumento inmancillable.

La cuidadora salió y me dijo adiós con la mano, con la misma mano.

El aire olía a libro del Gabo y supe que el viejo no llegaría a la mañana.

Mi novia salió a trabajar hace media hora. Dentro de un rato pensaré en mi familia y después sentiré que este cuartucho de mierda es un palacio. Querré decírselo a alguien. Todos están más cerca y más lejos. Eso lo sé, como sé que soslayaré por un tiempo mis raíces para tratar de ser feliz. Llamaré a Calixto y le diré que estoy bien, que por fin mi cuerpo no son paredes. Que aquella vez que me dijo que no se podía ser más feliz de lo que yo era ha quedado, como los afectos, en un sitio lejano y doloroso. Ahora todo son luces.

¿Eh, pero qué pinga é?

 Pobre viejo.

La gente tiene un concepto errado sobre el infinito.

Después, me sentaré en una silla de plástico y escribiré este poema sin pensar mucho en nada:

 

Me fui de mí,

a ninguna parte,

me fui

a una isla donde no existen los pájaros

a un lugar sin mar

sin rampas

sin despedidas.

 

Me fui de mis odios

me fui de ti,

y al dejarnos atrás

convertí en recuerdos

mi felicidad…

 

 

Relacionadas

Muela

Suburbano Ediciones Contacto

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Reddit