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Varsovia

Adelanto de Varsovia, la nueva novela del escritor Pedro Medina León, publicada por Sudaquia Editores.


1.

Adobaron las chuletas en salsa de soya, azúcar, una pizca de sal, dos limones, medio vaso de Coca-Cola y sesame seeds. Las papas y las cebollas las hornearon. Acompañaron con aguacates de temporada.

El Comanche puteaba por la falta de identidad culinaria de Miami: era inaceptable que no tuviera un solo plato propio. Algún día montaría su restaurante de cocina típica. Vivían en una ciudad de modas y comidas exóticas, la comida miamense tendría lo justo de las dos cosas. En cualquier momento algún venezolano desterrado por Hugo Chávez llegaría con sus “reales” a armar el business en el Doral, se haría más rico y él seguiría arañando la pared para llegar a fin de mes.

—¿Coca-Cola? —preguntó Karina mientras el Comanche servía la comida.

—Sí, gracias.

—¿Viste algo en las noticias sobre el Memorial Weekend?

Según la última Revólver, parecía una carrera armamentista contra Irak: se estaba concentrando a la policía de varias ciudades en Miami Beach, llegaban refuerzos desde Orlando y Broward y armaban barricadas en zonas residenciales. Muchos restaurantes no abrirían y los hoteles ya estaban sold out. Cada año, la gente que recibía era más.

—Qué delicia de chuletas.

—Son los sesame seeds y la Coca-Cola, ahí está el tiro —respondió el Comanche, y pinchó un trozo de papa de su plato.

—Che, yo no entiendo mucho por qué la playa se llena de gronchos este fin de semana.

El Comanche tampoco lo tenía muy claro. Le habían dicho que era en honor a un rapero al que asesinaron unas pandillas ese fin de semana en Miami Beach, hacía varios años. Algo así.

Los platos ya estaban vacíos y el Comanche quería acostarse un rato, pero tenía que hacer unas movidas para conseguir billete. Estaba sin un peso. Se le venía el Child Support de Valentina y el pago del Bikini.

—Te gusta complicarte por gusto, boludo —dijo Karina—, mil veces te he ofrecido ayuda.

—Puedes darme lo que quieras, pero no plata.

—¿Lo que quiera? —preguntó Karina, y lo abrazó por la cintura.

Al suelo cayeron el pantalón, el calzoncillo del Comanche y la tanga de Karina.

2.

Eran más de ciento veinte fotos. Las mirabas. Las mirabas empinando un vaso de Don Q teñido con Coca- Cola, limón, y cuatro cubitos de hielo.

Te tocabas.

Te tocabas ahí, abajo.

Cómo te gustaba su boca. Boca de mamona. Bocota. Bocaza. Te encantaba, se te ponía dura.

Quinto vaso de Don Q, limón, cubitos de hielo, Coca-Cola. Las fotos sucedían en la pantalla y les aplicabas efectos de zoom, crop, undo. Boca. Bocota. Bocaza.

Te tocabas.

Derramaste placer.

3.

El timbre del celular despertó al Comanche. Era Karina. El officer Perez acababa de irse de su casa. A la Kina la habían encontrado muerta. El último número que aparecía en su teléfono era el de Karina, por eso Perez había pasado por ahí. No iba a ser necesario el reconocimiento del cuerpo, pero sí era muy probable que la volviera a llamar para un interrogatorio. Dependía de las investigaciones.

El Comanche acostumbraba pararse bajo el chorro de agua caliente con los ojos cerrados, escuchando canciones de Héctor Lavoe, mientras la espuma mentolada del Head and Shoulders le deslizaba por la cara. Y quedarse así varios minutos, revisando pendientes o echando un vistazo a los recuerdos. Pero esta vez fue breve.

En el suelo estaban el mismo jean y la misma camisa negra del día anterior. Se puso el jean. Olió el cuello y los sobacos de la camisa: aún aguantaban un round más. Las otras cuatro camisas estaban debajo de la cama, entre otros pantalones, medias y calzoncillos. La habitación de mierda era del tamaño de una ratonera. La Cara de trapo la limpiaba una vez a la semana, aunque hacía varias que no le pasaba ni una escoba y el ambiente se empezaba a sentir cargado. Cobraba veinte dólares por limpiar la habitación y eso era mucha plata en ese momento para él.

La recepción del Bikini olía a café, como siempre. En el front desk, Skinny leía un libro de Principles of Management y tomaba notas.

—¿Estudiando, flaco?

—Yeah, man, estas clases de summer son candela.

Antes de que el Comanche saliera, Skinny le recordó que debía tres semanas de habitación. Se le estaba yendo el cheque completo del unemployment en Mariolys, su ex mujer, explicó el Comanche, ¿cuánto tiempo más podía esperarlo? Skinny dijo que si fuera por él lo esperaría todo el tiempo del mundo, pero el manager jodía mucho. Si pasaba por ahí y no estaba el dinero, iba a pedirle que sacara sus cosas del cuarto; podía ser esa misma tarde, o al día siguiente, o no aparecer en una semana. El problema era que estaba rondando muy seguido, porque la computadora para huéspedes, en la recepción, se había malogrado, y hasta que no se arreglara andaría por ahí. Un par de técnicos habían ido a revisarla, pero querían cobrar más de lo que costaba una nueva solo por arreglarla.

—Déjame ver qué hago, flaco.

El cheque del unemployment estaba por llegar, hablaría con su ex esposa para ver si lo esperaba.

En la calle, el Comanche encendió un Marlboro y se puso sus aviadores negros Ray Ban.


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