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El violinista de la esperanza

El joven músico traicionado por el falso liderazgo de Gustavo Dudamel, que camina con su violín por calles convulsionadas, atravesadas por estelas de gas lacrimógeno, custodiadas por los esbirros militarizados del gobierno.


Es en momentos de desesperación y rabia cuando las expresiones artísticas más viscerales emergen. Cuando las paredes se cierran y nos amenazan con la asfixia, la voz se enciende y canta sus versos más aguerridos, proféticos y rebeldes. La indignación se vuelve un derrotero por donde se encaminan las chispas de nuestra energía vital. En estos casos, el consejo del poeta Dylan Thomas es categórico:

No entres dócilmente en esa noche quieta.

Rabia, rabia contra la luz que agoniza.

La situación de asfixia se vive hoy en Venezuela, país que alguna vez fuera símbolo del progresismo y democracia en latinoamericana. Hoy está en ruinas. Represión política, hambre, crimen, corrupción, violencia institucional contra civiles, son algunos de los ladrillos que se apilan alrededor de las voces desesperadas por hacerse escuchar. Y la luz agoniza.

Pero una de esas voces rabiosas ha florecido recientemente y su mensaje se escucha en las calles de Caracas. Su nombre es Wuilly Arteaga (23) y no quiere que la llama se apague. Es músico, es venezolano, es parte de la protesta. Se ha convertido en líder de la lucha no violenta y utiliza su virtuosismo para inspirar a otros ciudadanos a encaminar su indignación y rabia contra la luz menguante, contra el rostro encubierto de las milicias represivas financiadas por la dictadura.

Wuilly, quien pulió sus rudimentos musicales durante su estadía en el Sistema de Orquestas, es otro estudiante venezolano traicionado por el falso liderazgo de Gustavo Dudamel. Sin embargo, Wuilly ya ha superado largamente la estatura moral del comedido Dudamel, ha sabido intuitivamente cumplir con el verdadero propósito institucional del Sistema, es decir: el de convertir la música en una herramienta para la rebeldía y acción política. Eso es lo que podemos observar al ver al joven violinista aferrado a su instrumento, el rostro perfilado de indignación y piedad por los que sufren a su alrededor. Lo vemos caminar por calles convulsionadas, atravesadas por estelas de gas lacrimógeno, custodiadas por los esbirros militarizados del gobierno, lo vemos cantar con voz hercúlea, produciendo melodías afiebradas que avivan la llama del valor entre otros jóvenes que luchan contra la barbarie.

La historia de Wuilly es fascinante. Criado en el seno de una familia pobre y ultra-conservadora que no le permitió socializar ni comunicarse con el mundo, Wuilly logro independizarse a los dieciocho años. Fue recién a esa edad que empezó a practicar el violín. Ahorró dinero para obtener un instrumento y se embarcó en un febril proceso de autoaprendizaje. Practicaba el violín días enteros, con una determinación casi descabellada. Su padre lo amenazaba para que dejara de tocar. El ‘ruido’ le molestaba. Nada pudo detener a Wuilly. Una vez, tocando en una plaza, fue descubierto por el Sistema. Junto a la orquesta Simón Bolívar recorrió Europa y los Estados Unidos. Vivió el sueño de todo músico y gozó de reconocimiento.

Pero ahora ya no toca en los grandes escenarios de la cultura de occidente. Ahora está en las calles. Guía al pueblo rebelde, a los jóvenes cansados del hambre y la matonería. Ya no toca el violín bajo la batuta de un perfumado Dudamel sino bajo arcos de gas ponzoñoso desplegados por la guardia nacional. Sigue tocando porque, como el mismo nos dice, con la música el pueblo venezolano “tiene una razón más para seguir resistiendo.” Aunque los esbirros militarizados le destruyan el violín y lo persigan con sus fusiles, él sigue tocando. A la vista de sus compañeros caídos, Wuilly se lamenta: “Parecía que se me iba la esperanza, que me apagaban las luces.” Sin embargo, frente a la luz que agoniza y pareciera diluirse en puro salvajismo, Wuilly ha respondido con rabia y belleza, con una música de esperanza casi alucinada. Y otras voces se le han unido, reavivando la chispa. Enfrentando al coloso sin voz, el madurismo, el monstruo que solo responde con gemidos y disparos, Wuilly interpreta melodías proféticas.

 

 

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Muela

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