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Un transexual llamado Hemingway

 

“Cuando la gente me pregunta si es difícil tener un apellido tan famoso, contesto que no ha sido fácil, pero que ya estoy a una generación de distancia de mi abuelo. Yo no crecí con el gran escritor […] ni su hijo favorito, ni el chico que tanto prometía y que había heredado […] todo el lado oscuro que terminaría por arrastrar a mi abuelo hasta la desesperación y el suicidio” (John Hemingway, nieto de Ernest Hemingway)

John es hijo de Gregory, el segundo hijo del segundo matrimonio de Ernest con Pauline Pfeiffer (Hemingway se casó cuatro veces). Gregory, o simplemente Greg, resultó siendo el integrante más cuestionado de la familia Hemingway, por a la relación conflictiva con su padre debido a su travestismo. Incluso, la relación con su madre fue igual o más problemática. En una conocida revista, se reproducen estas palabras que en las que Greg se refiere a su madre: “Odiaba a aquella zorra […]. Que yo sepa, no me dio un solo beso en toda su vida. Nunca me cogió en brazos”.

Ernest Hemingway se enteró del travestismo de su hijo cuando lo descubrió poniéndose unas medias de su madre. John afirma que Greg no era homosexual, pero sí ambiguo y, por ello, decidió concretar su operación para cambiarse de sexo. A la par de esa nueva experiencia, compartió su vida con sus esposas y confesaba abiertamente que le gustaban las mujeres, lo cual evidencia los dos polos de su personalidad. John afirma que su padre alguna vez le explicó que “vestirse de mujer lo ayudaba a gestionar el estrés y hacía que se sintiera mejor, lo relajaba. Me dijo que así eran las cosas cuando sufrías psicosis maníaco-depresivas”.

John cuenta que su padre Greg solía robar la ropa de su madrastra Mary, la cuarta esposa de Ernest, cuando aún era un niño. Y esta escena de vestirse de mujer se repetiría cuando era adulto para frecuentar los bares de la zona. La figura de macho y escritor maldito y desenfadado de Ernest Heingway, seguramente habría sido el detonante para que se complicara aún más la armonía familiar. La vida de Greg fue bastante excéntrica y eso habría disgustado aún más a su padre, “ese ícono de la masculinidad que usaba una metralleta Thompson para mantener a raya a los tiburones cuando pescaba”.

El País reproduce algunos intercambios de palabras que, según John Hemingway, habrían mantenido Ernest y Gregory:

“El vergonzoso episodio provocó un áspero cruce de cartas entre padre e hijo en el que el primero –que ya había pillado al segundo de niño probándose unas medias– denominaba al vástago “delincuente adolescente” y “buitre”, se refería a su “condición patológica”, le echaba en cara “no ser capaz de comportarte como un hombre” y remataba con lo que ha de doler mucho si te lo recrimina Hemingway, nada menos: “El deterioro de tu caligrafía y de tu ortografía es un síntoma muy alarmante de tu enfermedad”. El hijo no se quedó corto en el intercambio: “Monstruo abusivo empapado en ginebra” (dos o tres botellas diarias), “mierda egocéntrica”, “cabronazo” y una terrible advertencia: “Morirás sin que nadie te llore y básicamente sin que nadie te quiera a no ser que cambies, papá””.

Toda esta historia forma parte de un libro que publicó John bajo el título Los Hemingway, una familia singular, y que editó Planeta en el 2012. Aquí, John, quien es además escritor y periodista, describe la experiencia de vivir con un padre travestido y una madre con problemas de esquizofrenia. Además, invita a reflexionar sobre el significado de apellidarse Hemingway y pertenecer a una familia bastante complicada. John hace un recorrido por cada una de las ramas familiares del árbol genealógico. Y, precisamente, en ese recorrido, la figura de su padre Gregory se convierte en el norte necesario para saber cómo eran los descendientes del gran Ernest Hemingway.

Para poder transitar por toda la familia, Greg resulta siendo un personaje clave. Además, ayuda mucho la facilidad del relato que está envuelto de anécdotas y algunos interesantes fragmentos epistolares entre los integrantes. Todo ello permitirá ir descubriendo, poco a poco, datos interesantes de la familia y, sobre todo, del escritor Ernest. Ahí también, el autor, discurre sobre los problemas que se originaban al interior y cómo ello afectaba, muchas veces, la relación entre cada uno de ellos. John afirma que “había cierta tendencia genética a ser bipolar, y uno podía padecerla o no. Algunos teníamos suerte, otros no”. La cuestión genética unida al destino era el ingrediente particular de esta condición del carácter. Según John, Greg y Ernest Hemingway «eran demasiado parecidos. Los dos tenían un carácter fuerte, los dos abusaban del alcohol y los dos eran bipolares».

Según se narra en el libro, Greg estudió medicina. Sin embargo, a pesar de su profesionalización, su vida siguió en conflicto. John afirma que nunca pudo superar ese miedo infantil a ser abandonado y eso habría generado otras consecuencias. Al igual que Ernest, se casó cuatro veces y se divorció otras tantas, y con cada divorcio volvía a aparecer el temor no tener a nadie de quien depender. Era una depresión constante que consumió poco a poco su salud y deterioró sus ganas de vivir.

Greg murió a los 70 años de un infarto mientras cumplía una inusual condena por exhibicionismo en una cárcel de mujeres. Pero, ¿cómo Greg podría haber sido encarcelado en una prisión de mujeres? En realidad, como ya se ha mencionado,  Greg ya no era Greg, sino Gloria, después de la operación de cambio de sexo. Sin embargo, según fuentes cercanas, a pesar de la operación y los escándalos en su vida, esa identidad Gloria-Greg, al parecer, nunca se consolidó por completo, y ello, precisamente, habría complicado más la relación con su padre, con quien habría pasado muchos años sin dirigirse la palabra. En medio de una familia tan inmersa en la literatura, las cartas fueron, quizá, la única forma de vivir el uno con el otro, a pesar de que llevaran dentro una gran carga de reproches, insultos y amenazas. Así fueron los Hemingway, una familia muy singular.

 

 

 

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