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Un día cualquiera detrás de cámaras

La directora de contenidos corría a toda velocidad por los pasillos del canal, debía avisarle a la señora Jones que esperarían media hora más para el inicio de su baile. La señora Jones, vestida con lentejuelas y zapatos de tacón, se encontraba acompañada de un joven con el mismo estilo de atuendo. Ella sonreía paciente, su ternura desarmaba, y con un notable acento inglés, le dijo a la joven ‘no, niña… yo estoy perfectamente bien.’ La directora se retiró cerrando la puerta del camerino, detallando la pequeña estrella de papel dorado que ella misma había pegado horas atrás: ‘Paddy y Nico. Bailarines.’ Al encender de nuevo su walkie-talkie, los gritos se habían intensificado. Volvió a correr, esta vez al camerino nueve.

Los camarógrafos recibían por cuarta vez el conteo regresivo del director. El stage manager gritaba, ’ahora sí’, tratando de animar a la audiencia.

Cinco: los presentadores ajustaban la corbata y el vestido.

Cuatro: la cámara seis hacía un zoom-in drástico para coger foco directo en los senos de ‘Alana la bailarina’.

Tres: el público se acomodaba una vez más.

Al segundo conteo, la directora volvió a irrumpir de golpe al control room, suplicando parar la grabación. El director, un señor bajito, bastante rechoncho y de aspecto noble, respetado por su trayectoria en la TV, gritó enfurecido desde las entrañas: ‘again?!.… fuck me in the ass!’

Entonces la grabación se detuvo por media hora más. Era el cuarto retraso de la noche y en el stage la gente estaba rabiosa. El que la comida hubiera consistido de solo unas galletas húmedas con un juguito no ayudó para nada la situación. El público estaba conformado en su gran mayoría por personas de la tercera edad. Si le ponías cuidado al plano de la cámara dos, las gradas parecían un campo de algodón. Esto enloquecía a la productora ejecutiva, quien estaba presionada por el canal para lograr producir un show para la gente joven. Una sexagenaria le advertía a su marido que se le había bajado la presión y que había que llamar al rescue. El marido, notablemente incómodo, le explicaba que a él se le habían dormido las dos nalgas, que si no se había dado cuenta que no lo dejaban levantarse de su asiento y que ella no lo estaba ayudando en nada.

Otro hombre, también de la tercera edad, me gritaba desde el público a la vez que batía sus brazos al aire como si fueran las hélices de un helicóptero. Lo habían sentado justo al lado de los músicos. Quería que lo movieran porque algo le hacía interferencia en esa cosa que tenía puesta en la oreja para oír, porque era como un chillido demoníaco que lo iba a enloquecer: oye, sácame de aquí, acere, ¿tú no me crees?

En el camerino siete, sin embargo, el ambiente era un paraíso. A pesar de que todo afuera sucumbía al apocalipsis, en el cuarto de la invitada Jones las risas no se detenían. La prensa de uno de los programas de farándula del canal aprovechó el retraso para entrevistar a la pareja bailarina. El encanto de Paddy Jones y de su compañero era deslumbrante. La misión que Paddy tenía era clara: enseñarle a la gente que nunca es tarde para ser feliz. La periodista finalizaba con una pregunta más íntima: ¿podría decir que la razón por la que usted, a sus 82 años, sigue tan llena de vida, fue por haber tenido, quizás, una infancia maravillosa? Paddy observaba el pendiente que la reportera llevaba sobre el cuello, luego sus zapatillas, finalmente su bolso. ¿Qué es lo más valioso que hay en tu bolso?, preguntó Paddy . La periodista, intrigada, respondió que todo lo que tenía en ese bolso era importante. Yo crecí en un tiempo, como decirlo, incomprensiblemente difícil, mi querida, añadió Paddy. No tuve la infancia que muchos se imaginan que pude haber tenido porque creen que alguien con mi personalidad, que solo busca hacer reír y dar alegría, solo pudo haber tenido una infancia de cuento de hadas. Puedo garantizarte que ese no fue mi caso. Todos en la habitación permanecieron un instante en silencio…

El presentador anunció el siguiente acto como ‘Nuestra próxima invitada, escuchen bien, tiene 82 años de edad, pero la energía de una bailarina colegiala. Con más salsa que un latino, y directo desde el Reino Unido, recibamos con un fuerte aplauso a Paddy Jones y a su pareja de baile, Nico Espinosa”

Cuando salió la señora, la vimos demasiado chiquitita. Parecía que sería aplastada por Nico, su bailarín compañero. Pero Paddy Jones ya había maravillado a millones de espectadores con sus pasos de salsa. Se hizo conocer muy bien en Britain got Talent hace varios años, recibiendo una ovación de pie. Simon Cowell la llamó: ‘Su nueva héroe’, y su baile pronto se convertiría en un fenómeno viral dentro de las redes sociales, en un acto que sería replicado millones de veces a través de un tour por numerosos shows de televisión al rededor de todo el planeta. Desde Europa, pasando por Asia, regresando a América, y terminando en nuestro pequeño, pero hecho con entregado corazón, show en Miami. Cuando la multitud en las gradas reconoció a la doña, comenzaron las campanas y los tambores. La clave. El piano. Volví la mirada y en instantes tomó velocidad el alucinante espectáculo que parecía una bomba de dinamita clásica, paso tras paso, una explosión tras otra.

Cuando a Paddy Jones la lanzaron por quinta vez hacia las luces del techo en una serpentina de vueltas canelas al son de Celia Cruz, yo temí lo peor: un derrame, un descalabre masivo óseo, un infarto fulminante. Pero siempre sucedía lo contrario: caía impecable en brazos de Nico, con una habilidad asombrosa, conquistando la pista de baile con agresividad y dulzura juntas, en una secuencia de movimientos perfectos. El público aplaudía en un trance de locura que nos puso a todos la piel de gallina. La pareja decidió cerrar el acto con Paddy cayendo de rodillas a medida que se deslizaba por el piso brillante, arribando con una sensación de absoluta victoria y ternura a los brazos de su fiel compañero de baile. Otra ovación de pie. La vida no se ha desvanecido del cuerpo de esta hermosa bailarina. La demente jornada de grabación había culminado satisfactoriamente. Todos estaban contentos; tal y como sucede en este negocio, volvieron a ser amigos al final de la noche. Y aún ahora mientras escribo estas líneas, puedo escuchar los aplausos.

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