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Un acercamiento a Svetlana Alexievich

En julio de 2016 fue la 14 edición de la FLIP (Festa Literaria Internacional de Paraty), uno de los mayores eventos de la reflexión literaria de Brasil. La invitada especial fue Svetlana Alexievich, la ganadora del Premio Nobel 2015.

De su participación en aquel evento escribí este texto entre la crónica, el perfil y la entrevista.

AFP PHOTO / JOEL SAGET (Photo credit should read JOEL SAGET/AFP/Getty Images)

La FLIP

La nómina de invitados de la FLIP 2016 hizo honor a un festival internacional de literatura; pero también en honor a un festival multidisciplinario donde se reflexionó sobre cine, música, teatro, periodismo y hasta de neurociencia: destacados escritores a nivel mundial como el noruego Karl Ove Knausgård (autor de la multivendida obra autobiográfica Mi lucha) e Irvine Welsh (escritor de Trainspotting; obra llevada al cine en 1996), por solo nombrar a dos de las plumas más relumbrantes. Tampoco faltaron los referentes de las letras brasileñas: Caco Barcellos, Leonardo Fróes Marcilio França Castro, y latinoamericanas: Álvaro Enrigue, Valeria Luiselli, Gabriela Wiener; esto solo por citar algunos. Ahora bien, un invitado estaba en el foco de muchos de los asistentes, y no era para menos, y es que en contadas ocasiones se tiene al vigente Premio Nobel frente a frente. Por eso, y por su obra totalmente periodística, que había logrado captar la atención de la Academia, «por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo», yo también había ido allí para estar más cerca de la historia de vida de Stvetlana Alexievich.

En busca de Alexievich en Paraty

El jueves por la madrugada llegué, desde São Paulo, en autobús, a esta histórica ciudad del estado de Río de Janeiro. Ciudad que en su momento fue, durante el periodo colonial brasileño (1530-1815), sede del puerto exportador más importante de este país continental. Fue un viaje de más de seis horas, en el que pasamos por un camino de sierras empinadas y amenazantes (la sierra de Ubatuba) que finalmente termina en la vía Río-Santos hasta llegar a Paraty. Al bajarme del autobús, cerca de las cinco de la mañana, sentí como si hubiese viajado algunos siglos en el tiempo. Esto debido a su centro histórico de calles empedradas, rodeadas de casonas e iglesias de mampostería rustica (la gran mayoría pintadas de blanco) con sus ventanas en madera gastada y cubiertas con colores pasteles acompañando a las grandes puertas, también de madera. Sin duda, una fuerza arquitectónica colonial “Es aquí donde han venido grandes nombres de la literatura cada año durante trece años para este festival”, me dije, “hasta aquí han llegado escritores, editores, periodistas, académicos, y personas amantes de la letra para dialogar sobre libros y sobre el proceso creativo y la relación de sus obras con la realidad; pues bueno, aquí también estoy yo, aquí está o estará Stvetlana”, concluí mientras caminaba hasta el hotel donde me hospedaría.

Ya instalado, después de los trámites de rigor, y de haber visto nacer el sol, descansé un poco, y sobre las diez de la mañana, después de un ligero desayuno, fui a medirle la temperatura a uno de los eventos literarios más valorado de América Latina. Llegué hasta la plaza central donde una estructura metálica y cubierta de telas (me recordó la carpa de un circo) había sido montada para la programación central de la FLIP. Ahí, ya empecé a oír personas que rumoraban sobre la ganadora del Premio de la Academia Sueca. Dos mujeres mayores, rubias, con gafas oscuras y ambas con vestidos blancos, parloteaban sobre el día y la hora del evento de la primera persona que había ganado el premio Madre de la Literatura, con una obra de corte periodístico. Era el sábado, lo sabía, pero no estuvo de más recordarlo. Por mi parte fui a la oficina de prensa del festival, reclamé mi acreditación y desde entonces asistí a diferentes charlas con los autores. Gratas impresiones obtuve de un evento literario, que por primera vez no sentía excluyente y de la elite. Si bien es cierto que la programación principal era paga, no faltaban actividades alternas donde los autores compartían con los asistentes. Proyecciones de películas, exposiciones fotográficas, lanzamientos de libros y saraus estaban también a la orden del día y, literalmente, de la noche, para todos los interesados. Desde el jueves que llegué hasta el viernes por la noche vi a varios de los escritores invitados andando las calles adoquinadas, o en alguna mesa de un bar, compartiendo con propios y extraños. A quien todavía no había visto era a Svetlana. Como periodista me llamaba la atención sobremanera la historia de esa mujer de quien había leído que recopiló, para algunos de sus libros, testimonios por hasta diez años; testimonios de hasta 500 personas (bomberos, liquidadores, políticos, psicólogos, sobrevientes); esto para el caso de su libro documental Voces de Chernóbil; testimonios también del dolor y la desgracia de madres de soviéticos que participaron en la Guerra de Afganistán, en Los chicos de zinc (1989);  testimonios  sobre la crisis que vivieron aquellos que no soportaron la idea de la caída del régimen soviético, y se suicidaron, en Cautivos de la muerte (1993).En fin, una mujer de quien quería conocer su opinión de haber sido la cronista de la tragedia de los hombres y las mujeres soviéticos y postsoviéticos.

Y finalmente llegó el sábado. A las 15 horas estaba programada la rueda de prensa con Svetlana Alexievich, la flamante Nobel que andaba por las calles de Paraty, como un visitante más. O al menos eso decían varias personas. Algunos colegas resaltaban su humildad: “Habla con todos los que se le acercan”, me dijo un reportero enviado de Globo, uno de los más grandes emporios comunicativos del Brasil; “con todos se toma su tiempo para responder y nadie le niega una foto o un autógrafo”, me había dicho un reportero español que se encontraba en el festival.  Durante la mañana fui a la plaza central y vi por la pantalla (telón de proyección) el conversatorio con el poeta Leonardo Fróes. Luego asistí a la charla titulada “De Clarice Lispector a Ana Cristina Cesar”, moderada por Benjamin Moser, biógrafo de Lispector, y por Heloisa Buarque de Holanda, académica, que ha dedicado una gran investigación a la obra de Cesar, poeta que murió en 1983, y que fue la homenajeada de esta FLIP.  Mientras me encontraba en estos eventos pensaba qué podía preguntarle a Alexievich.  Hasta entonces poco sabía de ella. Solo había leído algunas páginas de La guerra no tiene rostro de mujer (algunos pasajes me habían tocado, por su crudeza, pero también por la reflexión del oficio periodístico que la autora hacía) y una que otra reseña de Voces de Chernóbil, publicado en 1997, y uno de sus pocos libros traducidos al español y al portugués, y que era como el santo grial de todos los que le seguían la pista a bielorrusa ilustre. A más de uno ya se lo había visto debajo del brazo, como he visto algunos cristianos que llevan la Biblia, o como he visto a algunos de los seguidores de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días llevar el Libro del Mormón. ¿Lo habrán leído?, me preguntaba.

Días anteriores al evento traté de informarme más sobre su vida: Alexievich nació en Stanislav (Ucrania, ahora llamado Ivano-Frankivsk) en 1948, pero creció en Bielorrusia, de donde era originario su padre. Desde antes de graduarse en la Universidad de Minsk empezó a trabajar como periodista en periódicos locales. También me entré que su trabajo ha sido descrito como «coral» o «sinfónico», pues se basa en testimonios de la gente común sobre eventos de gran trascendencia histórica para la antigua Unión Soviética.

En términos generales, hasta allí llegaban mis referencias. Lo demás lo sabría producto de la observación. No todos los días se tiene la oportunidad de compartir con un Premio Nobel, y menos con un Nobel vigente. Quería ver cómo una mujer a quien se identificaba por su sensibilidad, su paciencia y su entrega al oficio periodístico, lidiaba con la fama y el asedio. Pues bien, a las 14:45, después de un almuerzo ligero, llegué al sitio de la rueda de prensa, que bien lo conocía; días anteriores había estado en las charlas de Caco Barcellos y Karl Ove Knausgård. Al llegar vi que cámaras y grabadoras ya estaban instaladas en el salón; este era en promedio para unas 40 personas. Por suerte todavía no estaba lleno y encontré en un asiento en una silla de la primera fila. Ese era el mío.

Vale aclarar, antes de seguir, que las siguientes respuestas de Alexievich son producto de una traducción del ruso al portugués. Finalmente del portugués yo he traducido al español.

La hora con ella

Desde que llegué hasta pasada las tres de la tarde revisé algunos apuntes, y recordé que un amigo, que pasó una temporada en Sochi, me había dicho que los soviéticos son puntuales, y que son intolerantes con quienes no lo son. En ese momento caí en la cuenta de que eran las 15:05, y de repente, antes de yo emitir un juicio, ella llegó. Solo podía ser, porque los colegas se colocaron en pie, y un júbilo se tomó el ambiente. A primera vista no la recocí. Si bien había visto algunas fotos suyas, no lograba identificarla, pues venía acompañada por seis personas, y entre ellos, una mujer, que bien podía ser soviética también, la cual no se le separaba por un momento.  Finalmente quedaron ellas dos junto a nosotros. Ahí fui consciente de que aquella señora más bien pequeña (entre 1, 55 y 1,60 metros), de cabello lacio suelto, de cara bermeja y redonda, de gestos sutiles pero seguros, vestida casual con una chaqueta rosada, era Stvetlana Alexievich. Después de algunas palabras entre ellas dos, se sentaron. La inseparable mujer era Tatiana Kardash, la traductora e interprete, que tenía la ardua tarea de hacer inteligible un idioma que nos era indescifrable para muchos de nosotros. La Nobel nos sonreía a todos, pero se le veía una cierta desesperación. Tal vez, pensé, quiere comenzar, para superar el retraso. “Los soviéticos son puntuales”, volvió aquella idea a mi cabeza.  Fue así que se dio inicio al conversatorio. Una breve introducción de la invitada y desde entonces se habría el espacio de preguntas de los periodistas. Su experiencia en el periodismo de guerra, su actitud frente a la tragedia, la democracia en Rusia y su visión sobre Brasil fueron los ejes centrales de algunas preguntas de los colegas, y en todas pude percibir su posición en defensa de la mujer y sobre la actitud de estas para preservar la vida. Al punto de decir que: “Si los ministros de defensa del mundo fuesen mujeres habrían muchas menos guerras en el mundo”.

La reivindicación de la mujer

Por las páginas leídas de La guerra no tiene rostro de mujer, en el que la autora recoge testimonios soviéticas que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial, sabía de la importancia que daba en su obra a la mujer. Esto lo confirmó al decir que en su labor periodística, ella siempre encontró que las historias de las mujeres siempre fueron las más interesantes. Entonces un colega le preguntó ¿Cómo había sido su proceso, siendo justamente mujer, para encontrar un espacio en el periodismo de guerra?

Entonces ella escuchó atentamente a la traducción. Pensó por un momento y respondió:  “Cuando yo comencé como periodista muchas veces se me cuestionó que hacía en el periodismo, y sobre todo en el de guerra, espacio en el periodismo que era solo para hombres”.

En palabras que la traductora pasaba a la tercera persona, entendí que su espacio ganado en el periodismo fue de mucha constancia y de trabajo doblemente bueno. Pues además de vivir en una sociedad machista, estaba en un oficio machista.

Recordó que cuando era joven era casi imposible que una mujer viviera sola.  “Las mujeres que escogen esta profesión debe tener mucha fuerza de voluntad y un coraje muy fuerte. Lo único que va a salvar a la mujer en este oficio es su talento”, dijo, y agregó una anécdota para evidenciar cómo los hombres quieren sacar provecho de la mujer: “Un hombre una vez me dijo que él no podía responderme en ese momento, pero que podíamos hablar después de unos vodkas”. Resalta que solo dando lo mejor de sí en cada trabajo logró ganarse un espacio. Fue así que cuando entró a trabajar a un gran periódico, le preguntaron a la persona encargada que por qué había escogido para ese cargo a una mujer, y él respondió que el talento hablaba por ella.

Noto entonces que ella en sus respuestas no generaliza; contextualiza la situación de la mujer al espacio geográfico en el que ella ha vivido y trabajado. Por eso con seguridad afirma: “Las mujeres en mi tierra escriben mejor sobre la guerra. En parte porque para los hombres la guerra es algo cotidiano. Algo normal e inevitable. Mientras que para ellas es algo de mucho sufrimiento.  El comportamiento de estas en la guerra es de mucho coraje”. En ese instante que ha terminado su respuesta alzo mi mano. Decido preguntarle sobre cuál cree que deben ser las precauciones de las mujeres-periodistas, ante los peligros de la guerra, entre esos: violaciones, maltratos físicos y psicológicos. De una sola vez ha captado la esencia de la pregunta. Me responde, mirándome fijamente: “La violencia contra la mujer debe ser una lucha que no debe ser solo de las mujeres. Toda la sociedad debe luchar junto por esto”.  Sigue la charla…

El rol del escritor y el periodista

Una pregunta trata el tema de la relevancia del escritor y periodista. En esto es enfática (su expresión se cierra un poco y sus palabras son más secas): “La gente del arte, de la cultura y la literatura en general deben ser más humildes, pues en realidad la influencia de estas como tal no es tanto como se espera o se asume que es.  No es tanto como los escritores creen que son.  Y agrega después de una pausa de algunos segundos en que parece que va a concluir su respuesta: “Todo escritor, poeta o periodista tiene la obligación de fortalecer el lado humano por medio de su expresión”.

Periodismo de guerra

Un periodista de atrás comentó que su imagen se asocia con la de una periodista que ha plasmado la tragedia humana. Ella, después de escuchar atentamente la traducción de Tatiana, responde: “No me considero la escritora de las catástrofes. Si alguien pendiente de la tragedia humana”. Entonces recuerdo un pasaje de La guerra no tiene rostro de mujer en el que leí: “No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra”.   Sobre esa parte humana, que ella ha querido mostrar y conservar para sí, ha sido cuestionada. Sobre esto comenta una posición “masculina” con la que siempre atacan a los que no hacen parte de la guerra directamente: “Una vez estaba en la guerra de Afganistán y un oficial me dijo cómo podía escribir sobre la guerra si nunca había disparado un tiro. Respondí que justamente porque quería resguardar esa parte humana. Porque cuando una persona dispara pierde esa parte normal”.

Concluye que la guerra no da espacios para los que piensan en paz, por el contrario, los excluye, pues “nadie gusta de los pacifistas en las guerras porque son los primeros que mueren”.

Religión y violencia

Otro periodista le pregunta si el comunismo y la poca creencia religiosa en Rusia potencian la guerra.

La intérprete le traduce, pero algo no ha quedado tan claro en la traducción, o al menos ella así lo siente. Dialoga un poco con Tatiana, y después de reflexionar por unos segundos, responde:

“La situación de guerra en Rusia no es solo por la orientación comunista, también lo es por la orientación humana”.

De entre sus respuestas traducidas, nuevamente a la tercera persona (la interprete no traducía “yo…”, sino de la forma “ella dice que…”) rescato la idea donde sobre esto expone el caso de Brasil, que siendo un país muy creyente y aun así existen grandes cifras de muertes violentas. Para ella la humanidad no aprende de sus errores. “La Biblia, el libro más sabio nunca escrito y las personas lo leen, pero siguen matando mucho. Se debe pensar en lo humano”.  Luego unas cuantas preguntas más son formuladas y respondidas, pero no logro sacar una idea concisa, de lo que anoté y tampoco de lo que oigo en la grabadora, para reportar en este texto.

Finalmente se da por terminado el diálogo. Son las 16:30 horas.  A todos los que preguntamos nos respondió lo más claro posible, claro, teniendo en cuenta las limitaciones de la traducción.  Algunos colegas comienzan a salir del recinto, pero no todos; varios la abordan. Pero ya es tarde. A las 17:15 ella debe estar en la tienda principal de la FLIP: es la cita con el gran público. A su tiempo limitado se suma que otras personas están llegando al salón: algunos parecen estudiantes. También entran algunas señoras. Todos –o casi todos? traen libros de Svetlana para ser autografiados. Otros quieren una foto. A todos Alexievich les dedica tiempo, y pide a Tatiana para que le traduzca lo que le dicen. Así pasan algunos minutos. Una persona de logística le hace un gesto: es hora de partir. La están esperando en el evento principal. Tatiana, ahora, parece negarse a traducir lo que dicen algunos. Alexievich trata de mediar en ruso y pide para Tatiana explicar la situación. Ella lo hace, y algunos se van. A los otros ella les autografía sus libros. Minutos después pocos son los que quedan y la Nobel empieza a caminar hacía el lugar de su cita. Durante el camino para y firma los últimos ejemplares. Vuelvo a pensar en que los soviéticos son puntuales. Veo el reloj, son ya las 17 horas, y aunque a donde debe presentarse está a no más de cinco minutos caminando, debe darse prisa para llegar. Ahora ya está en la calle, pero aun así se detiene un joven para tomarse una foto. Ella sonríe, se toma la foto. Sigue más un poco. Luego vuelve a detenerse para firmar otro libro. Así lo hace dos veces más, aunque varias personas se encargan de espantar a quienes se acercan. Finalmente yo quedo atrás, dejo de seguirla. Veo que son las 17:10. Probablemente en cinco minutos estará en su asiento, en el evento principal de la 14 edición de la Festa Literaria de Paraty. No voy a asistir. La seguiré por el telón de proyecciones. Al final la pierdo de mi plano visual. 17:15 marca mi reloj: “Los soviéticos son puntuales”, me digo.

 

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