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Trescientas veces más

En Estados Unidos, el CEO (presidente ejecutivo) promedio gana alrededor de 300 veces más que el trabajador promedio.

Tras anunciar su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, a principios de abril, Hillary Clinton sorprendió a muchos con un mensaje considerado populista. La aspirante demócrata envió un correo electrónico a sus seguidores, diciendo que muchas familias norteamericanas todavía sufren penurias económicas mientras el CEO (presidente ejecutivo) promedio gana alrededor de 300 veces más que el trabajador promedio.

Los críticos de la derecha –que ya le han estado lanzando fango a Hillary, incluso antes de que anunciara su candidatura– saltaron inmediatamente. Glenn Beck, uno de los comentaristas radiales favoritos de los conservadores, dijo que Hillary ganaba más en un solo discurso que un CEO en un año, lo cual, por supuesto, es una exageración de Beck.

Pero los ataques no importan. Lo cierto es que Hillary puso el dedo en la llaga al señalar la desigualdad en los ingresos que acosa a la nación.

Un estudio del Economic Policy Institute, una entidad de Washington con un enfoque liberal que aboga por las familias que ganan ingresos de bajos a moderados, indica una desproporción alarmante. Según el estudio, en 1965 los CEO ganaban unas 20 veces más que un trabajador típico. Hoy, las cosas han cambiado: los CEO de las 350 mayores empresas del país ganaron en 2013 un promedio de 15.2 millones de dólares anuales, 295.9 veces más que el trabajador promedio. Y aunque todavía no están los datos de 2014, se cree que la diferencia puede haber aumentado.

De 1978 a 2013, según el estudio, la compensación de los CEO aumentó 937 por ciento, más del doble del crecimiento del mercado de valores y muy por encima que el débil incremento del 10.2 por ciento en la paga del trabajador típico en el mismo período.

El estudio no incluyó a Facebook, el gigante de los medios sociales. Si lo hubiera incluido, entonces la proporción de lo que ganan los CEO frente al salario de los trabajadores se habría elevado a 510.7 veces más.

La desigualdad económica es una plaga nacional. Mientras los ganadores se lo llevan todo (la Oficina de Estadísticas Laborales identifica solamente a 246,240 personas como CEO), desde la década de 1970 el salario real de la mayoría ha tenido un crecimiento muy débil. La consecuencia de la desigualdad en los ingresos ha sido una reducción de la movilidad social: actualmente, en los Estados Unidos lo más probable es que uno permanezca en la clase social en la que nació.

Las historias de éxito individual tan arraigadas en la psiquis de la nación y que tanto les gusta repetir a los medios, son cada vez más la excepción. Los demócratas han contemplado aliviar la desigualdad mediante una redistribución de los ingresos y de los impuestos, pero los republicanos han atacado ese tipo de medidas como socialistas, un adjetivo peligroso en un país todavía influido por la polarización de la Guerra Fría.

Sin embargo, muchos privilegiados ya dan señales de alarma ante una desigualdad en descontrolado aumento que no puede traer nada positivo.

Un artículo de Reuters firmado por Caren Bohan, Emily Flitter y Amanda Becker, publicado el 13 de abril, expresa claramente la inquietud. Según el artículo, Lynn Forester, CEO de la compañía de inversiones E.L. Rothschild y simpatizante de Hillary, dijo: “si a los ricos no les preocupa el nivel actual de desigualdad en los ingresos, entonces son estúpidos”.

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