Search
Close this search box.

T.

Las ‘letras’ se me cayeron por todo el piso; ese escándalo de seguro los alertó. Ya saben en donde estoy escondida y vendrán a matarme. Esto me lo confesó Sofía con mucho cuidado porque temía que alguien más la escuchara. -Ahora sí -pensé- ya saben en donde estoy escondida y vendrán a matarme. Ahora sí me agradaba esa línea. Hundí mis dedos, presionando más fuerte las teclas. En el tocadiscos de la sala, recostado sobre una columna de libros, comprimidos en una pasta negra fina, una desconocida banda de jazz improvisaba como consumiéndose por las llamas. Usé un solo a destiempo de la trompeta como el tema principal para la penúltima escena: ‘Matías encuentra el baño en donde Sofía se esconde. Ella lo espera detrás de la cortina, desnuda, sumergida en la bañera’. Mis dedos corrían con las notas, ponchaba a golpes el tablero de botones dejando los rastros de una tinta digital sobre la pantalla.

Al dejar de escribir, caminé hacia mi personaje -:Sofía, voy a narrar un poco lo que te rodea, armar mejor tu mundo, lo que está allá afuera; pero lo haré muy sutil, muy suave, como tú. Sofía me sonrió desde debajo del agua. Resalté a Matías y apreté la tecla de borrar para colocarlo en otro sitio. Salí del motel. Estábamos alejados del pueblo, al borde del bosque. Una línea de neones verdosos encuadraban titilando por afuera las ventanas de cada habitación. Era un dormidero de una sola planta, al borde de la carretera. En el estacionamiento solo habían dos autos. Con cada teclazo le di forma a la madrugada, a las puñaladas de frío que arrastran consigo la brisa con lluvia, a los colores que emiten las sirenas de los autos de policía sobre el pavimento empapado, entretanto se acercaban desde la distancia. Tomé un sorbo de whisky y corrí de vuelta a la habitación, hacia el baño, y sin perder más tiempo dibujé un revolver sobre las manos de Sofía. Y la dejé allí… esperando.

Siempre me he preguntado qué hacen mis personajes cuando no los estoy viendo. Qué sucede cuando me voy y los dejo solos sin escribir otra letra sobre ellos. Las letras no deberían, por sí mismas, causar ningún peligro. Son solo garabatos. Sin embargo, es insólito como se puede esconder un rollo de dinamita entre la gente mediante la artesanía de agrupar garabatos… Es maravilloso como, la magia negra de un escritor, puede producir una alquimia escalofriante al colocar en secuencia esos grupos de garabatos, esas palabras; y narrar una historia, sembrar un mensaje.

Al tomar otro sorbo de whisky me doy cuenta del silencio que me rodea. Deben haber pasado horas con la aguja orbitando el centro del tocadiscos. No hay jazz, debieron haberse calcinado cuando tocaban y no me di cuenta. ‘El escritor miró de nuevo a la máquina de escribir y sintió que ésta lo miraba de vuelta. Puso el vaso hediondo a alcohol junto al artefacto y amarrando sus dedos al teclado, continuó’. Shook … shook … fitt .. fitt, shook, shook, fitt, fitt, fitt … Matías abre sus ojos y gira hacia el cristal junto a la puerta. Los destellos azules y rojos en la ventana venían acompañados de una voz que gritaba desde un altoparlante. De la mesita, toma el revolver que reposa junto a la máquina y lo pega contra su pecho, abrazándolo con una mano. Deja a la chica muerta en la bañera y por la puerta del motel sale disparado, tratando de llegar hasta los árboles, solo para ser abaleado por la policía, cayendo sin vida bajo aquella lluvia helada de la noche.

Y en donde antes reposaba el arma de fuego, sobre esa mesita; una carta, una nota, con estas palabras. Con estas letras estratégicamente colocadas. Como la historia de la suicida que con su navaja dejó un secreto en la piel del árbol de donde se colgó.

Pero no es de importancia el cadáver de Matías que yace en el pavimento. El aguacero se encargaba de la sangre, la cual comenzaba a abundar en el concreto como testimonio de su muerte. La arrastraba de a pedacitos hasta lanzarla a las alcantarillas; y los detectives ya se fueron. Los forenses, empapados, lo levantaban y lo encerraban en una bolsa negra antes de meterlo junto a la otra en la ambulancia.

El crimen de aquel hombre no tiene importancia. Un escritor más, relleno de plomo. ¿Que más da?  Lo que tiene importancia, realmente, es la fórmula pasional, asesina, dibujada en ese papel que él dejó escrito antes de salir por la puerta con el arma. Lo que dejó, garabateado, escondido entre las líneas. Si prestas atención, puedes descubrir el mensaje escondido entre estas líneas. Por eso lo mataron. No por haber asesinado a Sofía, lo mataron por ser un escritor peligroso.

Me puse de pie y me serví el último chorro de whisky. Esperé un instante para contemplar el artefacto con abecedario percusivo. Detallé sus teclas desgastadas y sucias, pero no tomé el revolver. Lo dejé reposando junto a ellas. Caminé hacia la ventana y me asomé separando con el índice y el pulgar una persiana de la otra; buen hombre, buen paranoico. La luz venía de algo que estaba más allá de las sirenas de los autos de la policía.

Dejé escapar una sonrisa sin entrar al baño, sin despedirme de Sofía. Me abrigué bien y tomé mi sombrero que reposaba sobre la cama.

Abrí la puerta y caminé entre la tormenta. La policía tenía el motel rodeado, pero ninguno me disparó. Permanecieron inmóviles mientras me trasladaba hacia ellos. A medio camino me detuve. Miré fijamente a uno por uno. Me apuntaban, pero nadie apretaba los gatillos. Seguí atravesando a la centena de oficiales armados hasta los dientes, a través de sus carrozas con sus faroles rotando, el ladrido de los perros, y nadie se atrevía a hacer nada. Así continué caminando al ritmo de las teclas y de la tinta pixelada hasta llegar a los árboles, desapareciendo entre la cortina de agua y la neblina.

Creo que así está bien.

Volteo para mirar al horror directo a sus ojos mientras éste me sonríe satisfecho; pero trato de no ponerle cuidado. Le obedezco transmitiendo su mensaje escondido entre estas líneas; un lado mío, implora que jamás venga alguien y lo descubra, para que nunca se le siembre en la cabeza. Pero otro, otro lado mío desea con todas las fuerzas que suceda; así haya sentenciado mi muerte con esto, porque en este momento, a quien buscan ahora es a mí. Me buscan para ejecutarme por estas palabras; no por todos los asesinatos, sino por los guiones, las novelas y los cuentos confesos…. Por despertar y rebelarme en contra de quienes me ‘escriben’ a mí.

Porque ahora sé que con cada tecla que aprieto en esta artefacto, hay un garabato que sigue a otro. Y estas palabras, estos garabatos, que ahora te hablan en forma de voz en tu cabeza, tu propia voz, ahora me permiten esconderme allí, cada vez más cerca de ti. Hasta volverme … tú.

¿Me escuchas? …

… claro que sí. Sí me escuchas. En este preciso segundo estamos juntos y me escuchas perfectamente…

No temas. Esa voz en tu cabeza soy yo sumergido, nadando y chapoteando en tus pensamientos … ¿porqué habría de ser …  tan peligroso?

Relacionadas

Muela

Suburbano Ediciones Contacto

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Reddit