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Saltar a una piscina vacía

 

1.

Si esto fuera una película de Woody Allen, piensa Ariel Costa, al llegar a Santo Domingo yo hubiera conocido a dos chicas esa misma noche, en bares distintos. De ambas hubiera quedado ligeramente enamorado. Una de ellas sería norteamericana, actriz, y estaría de vacaciones por el trópico; la otra cumpliría los mismos tres requisitos. Una rubia, la otra morena. Me hubiera casado repentinamente con la rubia y poco después habría volado con ella a Los Ángeles. Su padre encontraría en mí cierto parecido físico consigo mismo años atrás, menos cubano. Conmovido por tal reflejo mi suegro me pondría en contacto con una productora que pagaría por mis relatos hasta convertirlos en guiones de películas taquilleras. Yo aceptaría una casa frente al mar donde no dejaría de escribir, y me abandonaría a una misteriosafelicidad.

2.

Una mañana en el campo de golf mi suegro me presenta a Orson Martínez: la persona indicada para transformar mis relatos en guiones, sin tener ningún crédito en ello. Orson Martínez es un  francés deslumbrado por el cine norteamericano, ha dado vida a varias historias que han llegado con éxito hasta la séptima secuela y la cuarta precuela. Orson Martínez sostiene la teoría de que si un francés siente inclinación por el cine de Hollywood, lo mejor que puede hacer es mudarse a California y hacer películas; lo demás vendrá solo. No sé qué es lo demás. Pero mi esposa y su padre parecen saberlo porque asienten simultáneamente y luego me miran. Orson Martínez se lleva mi libro de cuentos publicado por la editorial Unión; desde su descapotable nos dice adiós con el libro en la mano. Manda un mensaje para confirmar que llegó a su residencia con el volumen, pero aún no lo ha leído. Manda un mensaje luego de leer el primer cuento. Manda un mensaje luego de leer el segundo. No manda más mensajes. Se aparece a las cuatro y doce minutos en mi casa de Los Ángeles con el libro lleno de apuntes. No sé cómo, pero ha descubierto una película allí dentro. Mi esposa pregunta si hay algún papel para ella. Lo hay. Una mujer que ha extraviado a su hijo. Pregunta si hay un papel para su querido amigo Jimmy. Lo hay. Es el tipo que ha raptado al niño, no se sabrá hasta el final. Mi esposa chilla de alegría y se debate entre poner un mensaje o llamar a Jimmy. Lo llama. Jimmy, susurra mi esposa al teléfono, tenemos película juntos. Jimmy chilla del otro lado. Es un guión de Ariel, espera a que lo leas, vas saltar de emoción a un piscina vacía. Orson Martínez gira su cabeza hacia mi esposa como si ella estuviera cometiendo alguna indiscreción, pero es sólo porque le gusta lo que ha oído. Lo anota en un margen de mi libro: SALTAR A UNA PISCINA VACÍA. Le pregunto a Orson Martínez cuál relato precisamente es el que quiere adaptar. Todos, dice él. Todos precisamente. Eso sí, no habrá personajes escritores. No aparecerá ni un libro. La historia armada con retazos de mis historias de escritores es más o menos así:

3.

Una mujer, mi esposa, lleva de paseo a su hijo de tres años por un parque de diversiones. Un vendedor les obsequia un globo en forma de pez. El niño y el globo se suben a un carrusel. Ella comienza a sacarle fotos desde fuera y en un momento, cuando su hijo está del otro lado, ve ascender el pez inflable. Al dar la vuelta completa, descubre el asiento vacío. El pez flota sobre el parque, que se ve cada vez más pequeño, como una subjetiva del pez o como una metáfora sobre la imposibilidad de mi esposa de encontrar a su pequeño. Ella tiene un querido amigo, Jimmy. Lo llama, le dice que su hijo está secuestrado por “el asunto del padre”, que ella está segura de que no puede ser otra cosa. Con las fotos que había tomado ese día en el parque la policía comienza a rastrear algunas pistas. Tienen poco tiempo. El marido, que no sale más que en fotos porque hace años ha desaparecido, era un científico; había hecho pruebas consigo mismo para lograr tener descendencia. Mi esposa quedó embarazada del científico que no sale. Tuvo un hijo. Pero el chico siempre fue especial: después de los tres años no creció más, es la fuente genética de la eterna juventud. Hay mucha gente peligrosa detrás de él. Ella se ha mudado en varias ocasiones, su vida es esa constante huida de la mano del hijo. Y siente que envejecerá rescatando a su hijo de todos, porque el niño, imagínate, nunca dejará de tener tres años.

4.

La noche del estreno yo le preguntaría a Orson Martínez qué pintaba el chico que nunca crece y él me diría que existen cuatro respuestas. 1: Era un guiño francés a todo el cine norteamericano. 2: Era la versión resumida de los escritores que aparece en cada cuento de tu libro. 3: Era Orson Martínez. 4: Era Ariel Costa en persona. Que para que yo fuera más feliz me daba la opción de escoger, y que firmara los contratos de las secuelas y precuelas, que con ese dato me iba a ser muy cómodo trabajar. Visualízalo, concluiría, el chico es eterno. Mientras no pierdas esa ruta todo te saldrá a pedir de boca.

De vuelta a casa, la noche del estreno, dentro del tuxedo, siguiendo a mi esposa, pensaré, piensa Ariel Costa, qué fue de la morena, actriz, norteamericana, que si esto fuera una película de Woody Allen hubiera conocido en un bar una noche en Santo Domingo.

*Este cuento forma parte de «Antes de los aviones»,  ebook que integra la colección ABSURDIA & SUBURBIA. Para descargar el ebook completo, da click a la imagen

Antes de los aviones - Osdany Morales

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