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Réquiem profundo para Henning Mankell

Contra lo que pueda parecer, soy muy mal lector de novela negra, por falta de tiempo más que por otra razón. Estar ideando constantemente tramas criminales que se convierten luego en relatos, novelas o quedan en nada, tiene su precio. Los días tienen veinticuatro horas y la vida da de sí lo que da. Así es que cuándo me preguntan por mis autores negros de cabecera, me tomo su tiempo y finalmente dejo caer unos cuantos nombres: George Simenon, al que leí mucho de muy joven; Gilbert Keith Chesterton, aunque no era negro; James Cain, Jim Thompson y Mac Bhen entre los americanos; y Juan Madrid y Andreu Martín entre los españoles. ¿Y los nórdicos?

Ahora que ha muerto Henning Mankell quizá sea el momento de decir que he leído muy poco a los nórdicos, que casi no los conozco sino de oídas, referencias de gente, que sí los ha leído, y de verlos en las librerías de forma machacona. Hay que agradecerles, y eso no admite discusión, ese último boom de la novela negrocriminal tras los yanquis y los franceses del polar.

De Henning Mankell sé pocas cosas. Que estaba casado con una hija de Ingmar Bergman, Eva, que no sé si heredó el tormentoso pensamiento de su genial padre; que era un tipo solidario que vivía a caballo entre Suecia y Mozambique, en cuya capital, Maputo, dirigía el Teatro Nacional; que ganó el premio Pepe Carvalho de Barcelona…Y que murió el pasado 5 de octubre al año de detectársele un cáncer.

Leí una novela protagonizada por su personaje más universal, el inspector de policía Kurt Wallander, no sé exactamente cuál, pero seguro que no era El Chino, y he de confesar que me dejó frío y que esa fue la razón de que no siguiera indagando en la obra del sueco. Sin duda un error.

Pero, hace dos años, me acerqué de nuevo a Henning Mankell gracias a un libro que me prestó una amiga que tiene un extraordinario olfato literario y sabe cuáles son mis gustos. Tienes que leerlo, me dijo. Te gustará. Le expresé mis dudas al respecto, pero acabé accediendo, así es que entré de la mano del sueco en Profundidades y me sumergí en esa enrarecida y morbosa atmósfera marítima que el padre de Kurt Wallander recrea a lo largo de las escasas páginas de la novela. Así es que durante unos días, pocos (porque el libro lo devoraba, me atrapó desde el primer renglón), estuve sumergido en esas profundidades con Lars Tobiasson-Svartman, su obsesiva plomada, la isla misteriosa y su arisca y extraña habitante solitaria. Sin ser lo que podríamos llamar canónicamente una novela negra, Profundidades tiene muchos de los elementos que la caracterizan: un protagonista ambiguo y de una contrastada amoralidad; una atmósfera inquietante. Me dejé arrastrar por la sobriedad de su prosa y terminé el libro hundiéndome en esas aguas gélidas que forman el escenario perfecto.

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