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El punk del tango

Si el tango argentino era ya un discurso sobre la soledad y las pasiones, un recorrido por la memoria, las imágenes y amores de antaño, con el surgimiento de Astor Piazzola el género se elevó hacia una nueva cima conceptual. Escuchar Las Estaciones Porteñas nos transporta a un mundo donde la sensibilidad está a flor de piel, un espacio urbano lleno de calles a veces desiertas y otras transitadas, de parques donde amores surgen para devastarnos o se esfuman dejando el aire enrarecido. Las música y arreglos orquestales de Piazzola, como los que podemos escuchar en este concierto en el Montreal Jazz Festival, se hallan transcurridos de espacios cambiantes, de auras sentimentales que se enredan y aprietan, que nos arremeten con una angustia existencial que sin embargo no perdura.

Piazzola no se podía estar quieto con su música. Nada permanece. Sus melodías, aunque suaves y prolongadas, siempre nos llevan a una especie de cambio, una transformación. El tiempo se acelera o rezaga, tal y como todos alguna vez sentimos el transcurrir cuando experimentamos emociones incontenibles. Muchas composiciones del argentino se mueven a un paso lento y doloroso, casi fúnebre, para luego despertar en un embate de energía, como el del ahogado que surge del agua para respirar y asirse de una roca.

En su última fase creativa, Piazzola desarrolló una predilección por un ensamble de formato pequeño que incluía el contrabajo, violín, piano, guitarra eléctrica y bandoneón. Dicho formato le permitía un eclecticismo y una maleabilidad ideal para establecer ese flujo versátil de espacios y ambientes emocionales tan característicos de su obra. Mucho se ha hablado acerca de la presencia de la urbe moderna en Piazzola, especialmente del influjo de Buenos Aires en el forjamiento de su propuesta estética. Sin duda, la música del compositor ha sido moldeada a través de un riguroso proceso intelectual y teórico, dada la formación clásica de Piazzola. De allí quizás proviene su amor por lo angular, por el sentimentalismo enrarecido, por una especie de cubismo en contrapunto muy propios del art music europeo de la primera mitad del siglo veinte. Pero, además, sus arreglos se entretejen como conversaciones en un cafetín, entre humo, libros y lágrimas, o en bares de mala muerte donde el vapor del alcohol baila sobre los ojos distorsionando la visión de un mundo amenazante. Y es precisamente con esta alusión a la viscosidad de la experiencia citadina que Piazzola nos entrega su descripción de la vida urbana, una descripción que de alguna forma contrasta el intelectualismo de su obra e introduce un elemento de conflicto.

Intelectualismo, sentimiento encorvado y pesaroso, pasiones inundadas, conversaciones caóticas donde nada se aclara, pero todo se expresa, melodías lentas como el dolor, espacios polifónicos atravesados de destellos rítmicos donde el cuerpo se encuentra consigo mismo y salta despavorido. La música de Astor Piazzola es altamente discursiva, como una novela post-moderna donde los personajes se resquebrajan y vuelven esquirlas luminosas. La tarea del oyente es reconstruir este panorama de momentos y sensaciones deshilvanas. El ejercicio de entender su música nos llevara solo al caos y la sensación pura.

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Muela

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