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No soy esclava de mi cuerpo

embarazada-644x362Ya en el último mes de mi tercer embarazo me dispongo, como les había comentado en mi artículo anterior, a conversar un poco sobre la teoría social del cuerpo. Mucho se ha discutido del cuerpo como símbolo, como mercancía, como mensaje, como objeto. Hace ya cuatro décadas Jean Baudrillard hablaba sobre el papel del cuerpo dentro de la sociedad de consumo y el impacto sociológico que tiene. El cuerpo se convierte, básicamente, en un objeto de consumo. Ahora bien, veamos lo que apunta Ana Martínez Barreiro, profesora de Sociología de la Universidad de la Coruña, quien ha tocado este tema a fondo. En su artículo “La construcción social del cuerpo en las sociedades contemporáneas” (2004) Barreiro sugiere que “El cuerpo se ha convertido en el centro de un trabajo cada vez mayor a través del ejercicio, la dieta, el maquillaje y la cirugía estética, y hay una tendencia general a ver el cuerpo como una parte del propio yo que está abierto a revisión, cambio y transformación” (140). Es decir, ya no solamente el cuerpo es un objeto de consumo, sino que en las últimas décadas el organismo se ha adherido al concepto del propio yo y se ha supeditado al poder que sobre el propio yo tiene cada persona. Conscientemente la persona ejerce autoridad sobre su yo y como consecuencia sobre su propio cuerpo.

Barreiro explica que “no nos contentamos con ver el cuerpo como una obra completa, sino que intervenimos activamente para cambiar su forma, alertar sobre su peso y su silueta. El cuerpo se ha convertido en parte de un proyecto en el que hemos de trabajar, proyecto que va vinculado a la identidad del yo de una persona. El cuidado del cuerpo no hace referencia sólo a la salud, sino también a sentirse bien; nuestra felicidad y realización personal, cada vez más, están sujetas al grado en que nuestros cuerpos se ajustan a las normas contemporáneas de salud y belleza” (140). En este aspecto se encaja perfectamente lo que yo quiero comentar. Viniendo de un país como Venezuela, máximo ganador de coronas del Miss Universo, el culto al cuerpo (al menos al femenino) es un modo de vida. Además de lo que menciona Barreiro y la intensificación del consumo de comidas saludables, en Venezuela el verse bonita es una prioridad. Sin embargo, el detalle está en qué significa “verse bonita”. Remontándonos a la época colonial hasta la independencia y la formación de naciones latinoamericanas, puedo corroborar que Venezuela y Colombia son los países latinoamericanos con mayor grado de “mestizaje” (lo pongo entre comillas por si a algún lector -con justa razón- no le gusta el término). Es decir, en Venezuela la mayoría de la población ha sido producto de mezcla sobre mezcla. De allí que mi abuelo paterno sea goajiro (es decir, de la etnia Wayuu; no goajiro como se le dice a las personas cubanas del campo), mi abuela materna blanca (blanca, digamos, dentro de lo que es ser blanco en Venezuela), y mis abuelos paternos negros. Entonces salí yo, una mujer “café con leche”, con pelo enrollado y de apellido español Saavedra. De allí que tenga primos negros y también blancos, una sobrina pelirroja hermana de otra que tiene el pelo grueso y muy negro. Y así vamos. Entonces, lo que significa ser bonita es bastante complicado, aunque se vea muy simple.

Toda mi vida vi el modelo de mi mamá, quien jamás se lava el pelo y se lo deja secar al viento. Siempre hay que estirarlo de algún modo, bien sea por medio de rollos y pinzas o yendo al salón de belleza. Así pasa con todas mis primas (excepto las de pelo liso) y amigas. Todas las muchachas de mi colegio, de la universidad, todas, todas, todas, seguían (y siguen) el mismo patrón. ¿Y yo? Pues también. Jamás se me hubiera ocurrido lavarme el pelo y dejarlo al natural, enrollado. Eso significaba sucumbir ante el cuerpo. Había que cambiarlo para hacerlo ver más bonito. La teoría social del cuerpo indica que el cuerpo es un ente hablante separado de la voz que produce. Todos los miembros, el pelo, el caminar, etc, son voces continuas que envían mensajes sin cesar. Un mensaje que yo siempre debía enviar era: me alisé el pelo, estoy bonita.

Un día llegué a los Estados Unidos a estudiar. No me quedó más remedio que dejarme el pelo enrollado puesto que primero no tenía dinero para ir cada semana al salón de belleza a estirármelo y segundo no había traído los rollos y las pinzas para hacérmelo yo en casa (el secador y la plancha no los sé manejar). Me sentí muy extraña al empezar a recibir piropos por mi pelo y también al ver que no alisármelo me daba más tiempo para hacer otras cosas. Y así se fue dando la liberación. Después de una década de haberme mudado aquí puedo decir sin pena: Ya no soy esclava de mi pelo, antes lo era. Ya no lo soy. Y me veo bonita.

El entorno social de una forma u otra determina lo que el cuerpo significa, lo que se supone debe ser bello y aceptable y lo que no. Con el embarazo pasa lo mismo. La gente se la pasa a la expectativa para ver cómo queda la mujer recién dada a luz, para ver si quedó con panza y de qué tamaño le quedó y para empezar a contar los días y/o meses que se tardará en ponerse en forma. La cuestión es que es normal que la mujer quede con una panza grande, como de 4 o 5 meses de embarazo, una vez que nazca el bebé pues el útero necesita reducirse y eso toma tiempo. Además si la madre decide amamantar (como es mi caso) no es posible hacer una dieta estricta porque el bebé necesita todos los nutrientes que se le van a pasar por la leche materna. La pérdida de peso ocurre naturalmente, sí, pero muy lentamente y lo principal es que: la madre se ve bonita.

Así que, faltando un mes para que nazca mi tercera hija les reitero que no soy esclava de mi pelo ni de mi cuerpo, que mi propio yo se define por no solo mis órganos y miembros, sino por la globalidad de mi ser que incluye mi intelectualidad y que la teoría social del cuerpo es sin lugar a dudas una herramienta para entender por qué a uno lo miran cómo lo miran si no se alisa el pelo o si sigue gordita después de 3 meses de haber dado a luz.

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