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Mucho arte, vida libre: manual de lucha libre mexicana para extranjeros (3ª parte)

Más allá de los encordados la lucha libre es un icono de la cultura mexicana, no tan llorón como las canciones de mariachi, ni tan sabroso como los tacos al pastor, pero sí con todo el colorido, el sabor, la religiosidad y las mentadas de madre que afloran a cada instante en el imperio azteca. Los luchadores salen del cuadrilátero para ser protagonistas de otras artes, desde la música hasta los retablos católicos.

Si el cine fue el gran impulsor para que los enmascarados sean concebidos como superhéroes de carne y hueso, el rock surf, la pintura y la literatura han apuntalado lo que hoy ya puede concebirse como un discurso nacional que se multiplica día a día. A lo largo del país, y en el extranjero, existen múltiples propuestas, artísticas y comerciales, donde la lucha libe demuestra ser un catalizador de todo un imaginario colectivo.

Es común ver, en cualquier parte del mundo, a seguidores de la Selección Mexicana de futbol utilizando máscaras de El Santo o Blue Demon para demostrar su apoyo al equipo. Lo mismo sucede en cualquier competición o actividad donde se encuentre un chingado mexicano. De alguna u otra manera siempre hay un enmascarado.

El cine fue el primero que propuso la expansión de los luchadores a otros universos artísticos. En 1962 se grabó el disco Asesinos de la lucha libre: clásicos del rock & roll mexicano, soundtrack de la película homónima. Desde se momento la fusión del rock surf y la lucha libre resultó fructífera. Como en uno de estos filmes ¿quién no quisiera ser un héroe enmascarado manejando un convertible junto a una mujer hermosa, mientras se escuchan los acordes de una melodía seductora?

Otro de los álbumes en la misma época fue Blue demon’s: mexican rock and roll favorites. Aun con su popularidad, el género quedó descuidado hasta que en 1988 Los Straitjackets decidieron conquistar Estados Unidos haciendo vibrar sus guitarras al ritmo del rock sesentero. Por supuesto, lo hicieron de la única manera que podrían lograr la cima: Se presentaron enmascarados, con identidad secreta, a la manera de los luchadores mexicanos.

La nueva ola de las bandas de lucha y surf llegó a México en los años noventa junto a otros héroes con caretas y rolas, encabronadísimas de tan chingonas. Lost Acapulco fue una de las pioneras y le siguieron Sr. Bikini y Los Elásticos, en cuyas presentaciones el performance se une a la buena bailada. Nunca falta que en alguno de los conciertos se entone la ya famosa rola de “Los Luchadores”, escrita por Pedro Ocadiz y hecha mito por La Sonora Santanera.

Con la música como catalizador no faltó que en poco tiempo el imaginario de la lucha libre se trasladara a otros discursos. Son incontables los murales en México, pero también en Los Ángeles, Arizona, Chicago y en cualquier ciudad donde haya “bad hombres”. Uno de los más famosos es el realizado por el artista chihuahuense Miguel Valverde para la Arena México. Se trata de un colorido mural que, en su centro, presenta a Blue Demon, El Santo y Mil Máscaras luchando contra momias, monstruos y extraterrestres.

En el mismo sentido, el artista Mauro Terán ha hecho toda una obra donde la ciencia ficción se une a la historia y éstas son cruzadas por la lucha libre. En sus cuadros vemos a luchadores siendo protagonistas del movimiento independentista mexicano o luchando junto a Los Dorados de Pancho Villa en la Revolución de 1910. A la par, enmascarados también aparecen en escenas bíblicas, ya como ángeles, ya como santos, ya como efebos, junto a otros personajes de la cultura popular azteca (¡ahí, madre!).

La propuesta de mezclar religión y lucha libre ha sido también explorada en otros ámbitos de la creación. El estudio norteamericano palehorsedesign.com reinterpretó La última cena de Leonardo da Vinci en una extraordinaria imagen sobre patinetas. Jesús y los apóstoles son luchadores enmascarados comiendo tacos y bebiendo cerveza Corona con limón y sal. Lo propio sucede con el retablo de la Virgen de Guadalupe, madre de todos los mexicanos (seas o no católico, te chingas), el cual ha sido reinterpretado con una mujer enmascarada.

Una de las propuestas más interesantes en cuanto a iconografía de la lucha libre se refiere es la desarrollada por el artista mexico-americano David Gremard Romero. Entre sus líneas más contundentes se encuentra la exploración del arte precuauhtémico. Códices, guerreros y desnudos aparecen junto a luchadores enmascarados recreando un cosmos que deambula libremente entre el mito, la historia y la posmodernidad.

Si el arte de la lucha libre presenta ex votos, pinturas anónimas con las que se le da gracias a la virgen o a los santos por favores recibidos, el mundo comercial también se alimenta del pancracio. Decenas de cervezas han tomado la imagen de los luchadores para adornar sus etiquetas, con la colección de Victoria, del Grupo Modelo, como punta de lanza. Lo mismo sucede con marcas de ropa, cigarros y, a últimas fechas, con celulares donde la firma NYX Mobile estableció un contrato con la empresa AAA para vender teléfonos con caretas de luchadores.

El mundo ha quedado seducidos por la cultura de la lucha libre. Desde el manicomio, el poeta Leopoldo María Panero, el último de los malditos en lengua castellana, fue testigo por televisión del performance arriba del ring y escribió “El enmascarado”, texto incluido en su libro Contra España y otros poemas no de amor de 1990:

Oh, dónde estás Hombre Enmascarado

en qué galaxia tu nombre ha encallado

lucha, lucha contra el mal

porque la felicidad del hombre es la guerra

Hombre Enmascarado qué amenaza

se cierne sobre tus espaldas

mientras los hombres ríen de ti

oh, pobre Enmascarado de ti se ríen los hombres

qué culpa tiene el pigmeo, el elefante y el tigre

de que Occidente sea cruel

y sobre la cruz disparen

en la selva.

En su visita a México, a fin de grabar un programa en contra de las medidas de la administración Trump, el famoso conductor estadounidense Conan O’Brien no podía dejar de conocer el universo del pancracio. Su guía fue el luchador exótico Casandro. O’Brien terminó convirtiéndose en luchador con el personaje de “Gallo Loco”. Por todo lo que representa la lucha libre en la cultura azteca, sólo subiéndose al ring el conductor podía realmente decir que su programa fue “Hecho en México”.

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