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Los tesoros perdidos de Eudave

Desde los años noventa la narradora mexicana Cecilia Eudave ha ido construyendo un edificio literario singular y para muestra bastan los títulos de sus libros: Técnicamente humanos, Invenciones enfermas, Registro de imposibles, Para viajeros improbables, Bestiaria vida (su única novela para adultos hasta el momento). A partir de ellos se nota una preferencia por aquello que se sale de la norma y apunta a dimensiones exploratorias: “invenciones”, “imposibles”, “improbables”, una vida “bestiaria”.

Los textos de En primera persona (2014) no son de categorización dócil y definida. El origen del libro es novedoso: Eudave decidió reunir nueve textos anteriormente publicados y amalgamarlos en un volumen. Así, de cierta manera, funciona como una antología, pero no temática o cronológica: lo interesante es que todos los relatos están narrados en primera persona. No es un registro de dominio sencillo y con facilidad se puede caer en la exageración y/o la falta de verosimilitud, haciendo del relato una confesión o, lo que es peor, una terapia autobiográfica. Este no es el caso. Eudave narra directamente y con dirección, casi sin pedir permiso por lo que nos va a plantear: un ojo que llora objetos, una nueva mansión Usher, un cepillo de dientes que muerde, un sueño hecho mujer. ¿Qué nos queda después de estas primeras personas?

En primer lugar, habría que atender a las voces. Eudave no le teme —más bien se regocija en ello— a la voz masculina: de los nueve relatos, 6 tienen narradores hombres, 2 mujeres y 1 es neutro. El efecto es curioso, porque la narradora mexicana habita con comodidad la piel y el discurso de quienes hablan y propone una serie de personajes neuróticos (“El otro Aleph”), tercos (“Viaje”), algo despreciables (“Sin reclamo”) o tal vez patéticamente extraños (“El oculista”). Las dos narradoras mujeres, por otra parte, se ocupan de los cuentos más largos de la colección, “Una noche de invierno es una casa” —mi preferido— y “Eva entró por la ventana”, y en ambos se ofrece una mirada de no-comprendo-del-todo-esto, relatando los sucesos, sin embargo, con una naturalidad casi kafkiana. Con esa escisión en el lenguaje, los cuentos se articulan mediante un conflicto central, aspecto primordial del género, pero no siempre tenemos un golpe de efecto clásico en el final, quizá porque el asombro se instala por lo general desde el principio: un hombre yace paralizado en un aeropuerto, un niño narrador-protagonista tiene por costumbre dormirse en cualquier tiempo y lugar, un hombre y su vecina juegan un raro juego en un ascensor. Lengua y diseño de cada texto están calculados mediante una fórmula: realismo cotidiano + situaciones límite a veces fantásticas = absurdo resignado.

En segundo lugar, es menester fijar los “tics” que hacen de Eudave una cuentista con un sistema literario recurrente y propio. Se cuenta en él con la importancia de los objetos y de las partes del cuerpo, abriendo una brecha duradera entre la ilusión de tener en las manos las riendas de nuestros destinos y la volición de un ojo izquierdo enamorado, una casa que sabotea a sus habitantes, un libro que persigue a una ex pareja, viajes-objetos-recuerdos, objetos antropófagos, y así. También aparece cierta tendencia a espacializar la narración y hacer de los lugares actantes imprescindibles para el desarrollo del relato: la casa ya mencionada, los aeropuertos, el café Madoka, espacio maldito del eterno retorno, el mismo concepto de viaje como espacio que contiene varios otros. Como es usual en los escritores cercanos a lo absurdo, el humor se hace presente, a veces tierno, a veces cruel, siempre cerca de la imaginación: el oculista extrae del lagrimal “un diminuto zapato de tacón” (20); “«¡O la casa o yo», le grité a Enrique. Pues la casa, por supuesto” (34), nos cuenta la narradora de “Una noche de invierno es una casa”; en “Insignificantes” el padre le dice a su hijo que no puede dejar de dormir: “Menos mal que contigo no me equivoqué, ojalá todos hubieran nacido así de insignificantes” (77).  También surgen, como es característica de la literatura fantástica más tradicional, lo que denomino “zonas de zozobra”, es decir, parajes donde la razón no aclara sino que oscurece, momentos donde los y las protagonistas de Eudave se preguntan cómo les puede estar ocurriendo lo que, precisamente, les ocurre; “quizá la imaginación nos estaba jugando una mala pasada” (56), dice el narrador de “El otro Aleph”, y esa frase podría aplicarse a todo el volumen y al lector mismo. Para cerrar este catálogo no exhaustivo de los “tics” que aparecen En primera persona, cabe notar también las “eudavianas”, esos momentos donde la tiranía del avance de la historia cede y asoman algunas frases como diamantes, que demuestran ese interés exploratorio al que hacíamos referencia al principio: “no hay jardín de las delicias ni parque encantado que no cobre precio” (25), en “Una noche de invierno es una casa”; “es triste; hay tanta belleza en los detalles y casi nadie viaja a ellos” (62), en “Viaje”; “ya todo se vuelve como abstracto, porque él deja de ser carne y se vuelve una idea” (96), en “Eva entró por la ventana”.

En tercer lugar, y para completar un panorama amplio de En primera persona, el archivo de la literatura fantástica está conformado por grandes nombres, motivos recurrentes y reescrituras casi inevitables que dejan entrever la memoria de la Eudave lectora. Así, en este libro, además del homenaje y transformación de “El Aleph”, de Jorge Luis Borges, a partir de la típica situación del libro perdido en el cuento “El otro Aleph”, y de la intensa re-escritura de “Casa tomada” en “Una noche de invierno es una casa” (con todo y el “aventé las llaves por ahí” que recuerda el final del texto de Cortázar), hay otros ecos tal vez más ocultos. Por ejemplo, el protagonismo de las partes del cuerpo y las sensaciones (“El oculista”; “Viaje”) y de las cosas (“El canibalismo de los objetos”) asocia a Eudave con el cubano Virgilio Piñera; la frase “cuando desperté ella seguía ahí” (87) de “Eva entró por la ventana” remite a Kafka, pero sobre todo al dinosaurio monterrosiano y la familia casi de Locos Adams de “Insignificantes” plantea una relación tal vez insospechada con el relato “Una distinta geometría del sentimiento” de la excelente —y poco estudiada— narradora mexicana Adela Fernández. Todo cabe dentro del sistema de vasos comunicantes que propone la imaginación de Eudave.

El último cuento del libro, “Eva entró por la ventana”, narra lo que narran casi todos estos relatos: las tensas relaciones de pareja. Pero hay otros tesoros: también este cuento menciona un mapa del tesoro que el padre (ahora muerto) le había dibujado a su hija, la narradora-protagonista del relato. Y entonces sobreviene la revelación: hay ciertamente un discurso que se posiciona desde lo femenino en Eudave y, curiosamente hay muchos “padres”: el señor misterioso del final de “Una noche de invierno es una casa”, el narrador de “Sin reclamo”, el padre de la familia de “Insignificantes”, el del protagonista de “Nadie se muere en la víspera? y el padre que ya no está de “Eva entró por la ventana”. ¿Hablan en el nombre del padre los textos de este libro? ¿Y qué nos dicen? Habrá que leer a Eudave para encontrar tesoros como estos.

Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches, “Historia del pescador y el efrit”.

 

 

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