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Los cuentos de Marie Jane

Iralyn Valera

Creo que todas tenemos una amiga como Phoebe Buffay, el personaje de la famosa serie de televisión Friends. Una chica que parece verle el lado positivo a todo sin importar las circunstancias.

—Necesito un poco de tonos grises en mi vida, por favor, ya cállate—, suelo decirle a la que me tocó a mí. A ella no le molesta mi grosería. Sólo me ve, chasquea la lengua y sonríe, feliz. Siempre feliz.

—Detesto que seas así — le digo entre dientes.

—No mientas, tú me adoras.

A ella se le va el día escuchando música chill out, encendiendo velas con olor a flores silvestres. Tomando té verde. Comiendo comida orgánica baja en calorías. Yoga. Kabbalah. En su meditación. En la luna. En su mundo paralelo donde el mal parece reservarse el derecho de admisión. En fin, ella vive en un constante «Ohmmmmmm». Y yo, que ni llego a la «Oh», sin ahogarme con saliva.

Ella insiste en arrastrarme a su mood cada vez que puede. Yo me resisto sujetándome de las patas de la cama. A pesar de las diferencias, hemos mantenido la amistad por muchos años. Yo en mi blanco y negro. Ella en su infinita escala de colores.

Teníamos semanas sin vernos y apareció, como suele hacerlo, espontánea y relajada. Como si el tiempo no hubiese pasado desde la última vez que nos vimos.

—Vamos a tomar café en dos horas. Te mando la dirección ahora mismo— me dice en una llamada telefónica.

—Oye, tengo que trabajar en un proyec…/

—Seguro que eso puede esperar un par de horas más —me cortó—, pero yo no. La vida es una sola, Marie Jane. No todo es trabajo, también necesitas relajarte un poco. Además, la ley de atracción dice que cuando deseas algo deb…/

—Ya, ya, no empieces. Mándame la dirección.

—¿Ves? Siempre funciona. Yo lo deseo y el universo conspira para dármelo.

—Ush, no te soporto. ¡Chao!

Y le colgué bufando. Me molesta su tonito Zen. A los dos minutos, llegó la dirección. Me gusta la idea de encontrarme con ella, es sólo que mi parte oscura se resiste a tanto equilibrio espiritual consagrado en una sola persona.

El punto de encuentro era un local en Miami Beach. Visualicé el pequeño shopping en una de las calles laterales de Alton Road. Me encantaba esa zona de la ciudad. No era el «aquí no se duerme» de Ocean Drive, pero tampoco eran los terrenos de Narnia como lo son -para mí-, varias zonas al Norte de Florida. Éste era un sector de la ciudad bastante equilibrado: poca gente, pero sin tanto silencio denso.

Cerca de donde estacioné mi auto, había una pequeña marina con un corto boulevard para los edificios residenciales que bordeaban la costa. La gente salía a trotar. A pasear sus perros. A montar bicicleta. En fin, a vivir la vida que yo no vivo por aislamiento. Me va mejor en interiores que en exteriores.

A primera impresión, me extrañó el lugar al que me había citado. En realidad esperaba otra cosa. Era una tienda de ropa, no un lugar donde uno pudiese tomar un buen café. Verifiqué que la dirección estuviese correcta. Lo estaba. Arrugué el ceño y me encaminé hacia la puerta de la tienda. En cuanto me vio entrar, mi amiga sonrió  y agitó su mano en el aire saludándome eufórica.

Quince mujeres estaban sentadas en el piso de forma circular. ¿Aquello realmente era una tienda de ropa? Sí, lo era, se los aseguro. Ellas escuchaban con atención la charla que les daba una de ellas. La líder, supuse. Me pregunté dónde me había metido y presentí lo peor. Mi boca se hizo un hilo inexpresivo y hasta mis músculos más inútiles, se tensaron. Ella debió predecir que acto seguido, yo daría la espalda para irme de ahí, porque corrió a sujetarme por un brazo.

—Oye —me quejé—, ¿dónde quedó tú discurso pacífico?

—Cierra la boca. Son sólo veinte minutos. Luego iremos por el café —me dijo entre dientes—. Además, le hará bien a tu espíritu.

«Mi espíritu sólo quiere patearte el trasero», pensé, pero no se lo dije.

Cuando me vi obligada a prestar atención a la congregación femenina (no pude hacer otra cosa, eran mayoría), pensé que hasta podría ser divertido. Me encantaba estudiar la psiquis femenina, sólo para confirmar que yo era un raro espécimen. La líder de aquel movimiento de revolución lunar decía:

«La luna entrará en Cáncer ésta noche, así que muy pendientes, chicas. Eso le traerá al sol y ascendente de ése signo, la probabilidad, si es que están solteras, de poder conseguir la cita que tanto han estado esperando…»

Fueron veinte minutos extraños. Quizá los más extraños que iba a vivir durante toda la semana. Quince mujeres se habían reunido para hablar de cartas astrales. De planetas que se juntan en el universo a tomar vino y generan -según ellas-, cambios emocionales y patrones de conducta. Después de esos veinte minutos, seguía sin entender nada. Yo sólo quería el vino.

«Luna llenará a Acuario. Tauro en sol, se unirá con Mercurio y alimentará Venus, eso sí, dependiendo de la casa en la que esté Acuario al momento de tú nacimiento…» 

Recordé lo que se sentía estar en una clase de química cuántica.

—¿Qué demonios es esto? —le pregunté a mi amiga en voz baja—. ¿Una secta?

Recibí un codazo en la costilla derecha. Volví a centrar mi atención sobre el grupo.

«No puede ser tan difícil de entender, carambas», pensé con expresión analítica.

Me sorprendió que ellas intentaran descifrar su futuro amoroso con la astrología. No todas, pero sí la mayoría. Otras preguntaban por sus empleos. Por viajes. Por planes a futuro. Y yo, que sólo tenía planeado tomarme un café y almorzar pasta con camarones ése día. ¿Será que mi vida es demasiado insípida?

Creo que después de un rato me relajé. Si no puedes contra ellas, al menos finge que te les unes. Eso te proporcionará la posibilidad de salir con vida de ahí. Llegaron a mi signo y me sorprendió. Se parecía a mí, ciertamente. Debía ser casualidad.

«El año 2013 fue en una época dura para el amor».

«Dura no. Fue el juicio final, querida», recordé en mi interior. Mencionaron varias cosas con las que me sentí plenamente identificada, pero no le diría nada a mi amiga por lealtad a mi propia causa. Sería como dar mi brazo a torcer. Y eso, jamás sucedería.

«Testarudas taurinas, cedan. Abran su mente. Ustedes también pueden estar equivocadas y eso no tiene nada de malo. Cedan».

Gruñí en mi interior.

Al final ya sentía mis músculos relajados. Creo que hasta terminé riendo a carcajadas. Yo era la oveja negra del grupo. El Chakra tapado cual cañería. Creo que a ellas no les importó y a mí tampoco. Quizá ellas justificaban sus malos días echándole la culpa a Mercurio retrógrado, pero al menos, tenían la suerte de creer en algo. Yo tenía apenas 30, y ya no creía en nada. Sentí envidia y sonreí en medio de la despedida colectiva.

Salí de ahí conversando con mi amiga a viva voz. Olvidamos el café y bajamos varias calles hasta un supermercado orgánico de la zona. Me invitó un jugo verde que sabía a los mil demonios, pero cuando registré cuánto dinero había costado, llegué a la conclusión que me lo acabaría así fuese de manera intravenosa. Querer ser orgánico en éste país salía muy caro.

—¿Harás lo que te dijeron?— le pregunté.

—¡Claro! Esos rituales siempre son buenos. No te obligaré a que cumplas con el tuyo porque te conozco. Sé que te negarás sin mediación. Bastante hiciste con no haberte ido de la charla a mitad de ella… el mío es sencillo: baño de rosas con canela y miel, por cuatro noches. En cambio el tuyo —Levantó las cejas—, no te atreverías por nada del mundo.

Yo la miré indignada. Había herido mi ego. Craso error.

—¿Perrrrdóooon?

Ella sonrió retadora.

—No te atreverás, Marie Jane.

—¿Me estás desafiando, hija de Venus?

Ella rió siguiéndome el juego.

—Si estabas ahí, echándome maldiciones cuando llegaste, imagínate si te hago bailar en la calle para alimentar tu alpha female, te mueres.

—¡¿Mi alfa qué?!

Ella abrió la boca para explicarme, pero la callé con un gesto.

—Olvídalo, mejor no me expliques… ¡Ya verás!— le dije extendiéndole mi jugo asquiento.

Caminé entre los vegetales del supermercado. Hallé un amplio espacio vacío. Comencé a mover los pies. Ritmo lento, pero constante. Luego mis piernas. Me detuve un instante y miré a mi amiga. Ella rió haciendo un gesto negativo con la cabeza. Maldije mi tonto instante de valentía, pero ya era demasiado tarde para rectificar. Traté de pensar en una canción que me gustara mucho. La tenía. Pam. Pam. Bum. Bum. Comencé a bailar de nuevo. Primero con pena, pero poco a poco, me fui dejando llevar por el ritmo imaginario y de pronto, ya no podía parar de bailar. La gente me miraba asustada. Curiosa. Extrañada. Otras me señalaban divertidas. Uno que otro, bailó un instante a mi lado y siguió feliz su camino. Mi amiga, recostada de la caja de tomates, estaba doblada en dos de la risa. Ella jamás olvidaría aquel día. Y sin duda, yo tampoco. Cuando terminé, sudaba y reía. Respiraba y reía. Demasiados “ía” para un sólo día.

—Me falta una última cosa— le recordé.

—¿Eso también lo harás? —me preguntó sorprendida— ¡Qué emoción! Si cuento esto, no me lo cree nadie.

—Es que no le contarás a nadie, ¿está claro?— le dije en tono amenazante.

Ella alzó las manos en señal de paz.

La última parte de mi ritual era de liberación y yo no sé qué otra cosa. Consistía en tomar a un desconocido y decirle un secreto al oído. Divisé a una mujer que escogía bananas con expresión de estar desactivando kilos de TNT. Fui directo hasta ella y le susurré mi secreto al oído. La mujer se separó de golpe. Abrió los ojos y la boca tan grande, que el rostro se le desfiguró. Yo regresé con mi amiga. Ahora era yo quien tenía una de esas sonrisas desde el ombligo. Debo admitir que había sido una experiencia liberadora.

—¿Qué cosa espantosa le dijiste? ¿Por qué puso ésa cara tan fea?— me preguntó mi amiga con curiosidad saliendo del supermercado.

Yo reí con malicia.

—Le dije que era la amante de su marido.

Mi amiga se frenó en seco, espantada.

—¡Marie Jane, por Dios!

—Seguro su horóscopo de hoy decía: Descubrirás una verdad oculta y ¡zas! —Añadí riendo—. Aparecí yo junto a las bananas.

Mi amiga seguía mirándome con reproche y tuve que dejar de reír.

—Ok, ya. Estoy bromeando. —Confesé con una sonrisa—. ¡Hasta que por fin logro sacarte de tus casillas, ¿eh?! Necesitas más tiempo con Dalái Lama, amiga mía.

Ella finalmente relajó el rostro y nos encaminamos hacia el boulevard entre risas espontáneas. El día parecía estar hecho como para vivirlo en exteriores. El universo debía estar alineándose a mi favor.

 

 

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