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“La oscilación gozosa entre la intimidad y la extimidad”

Entrevista con Alejandro Sebastiani Verlezza


Manejas varios géneros literarios simultáneamente. En tu plaquette Posdatas, manejas por igual la prosa y el verso, sin embargo, más allá de este poemario también te dedicas al ensayo, a la crítica literaria y a la escritura de diarios. ¿Cómo logras el equilibrio entre estos registros?

No hay tanto equilibrio sino inestabilidad, un ir y venir –un jaleo– entre los registros, las posibilidades de la voz, sus vericuetos; de pronto, hay algo con el deseo…o las manifestaciones de un mismo impulso expresivo (esto último se lo escuché a Victoria De Stefano y me fascinó).

No veo –ahora– contradicción entre la prosa y el verso. Hay, sí, en mí, un sentido del ritmo, casi musical, algo inundante que de pronto, cuando sobreviene, necesito atender y persigo, como puedo, hasta que se va y no hay más nada que hacer. A veces lo siento así, solo sensaciones que entran por el oído y se van derramando por todo el cuerpo. Otras veces, sin más, parece un golpe visual que también viene acompañado de sonidos, murmullos. Me ha pasado, estoy oyendo ciertas melodías y me detengo en la provocación de intentar ponerle palabras, ¿será que sí? Y empiezo a dar vueltas, a veces, sin poner una sola palabra, solo merodeando un poco alrededor de lo que me causó inquietud.

Por otra parte, hay cosas que pueden decirse en un poema y no en un ensayo, en una entrada de diario y no en un relato. En ese sentido, llevado por el ritmo que se impone, no importa la forma sino el tránsito. Pasa o no pasa. Cuaja o no. Por eso, siento, mi interés principal está en la poesía y trato de encontrarme con sus manifestaciones en otros lugares, no podemos reducirla al poema nada más, tampoco puede volverse una voluntad, yo no, al menos yo no puedo, ni me sale, asumirlo así. Entonces, sí, la poesía es un placer y todo lo demás sale de ahí. Ahora bien, el interés por “ensayar” se afinó con mis estudios en Letras. Me gusta suponer que intento un tipo de ensayo, más o menos personal, a veces juguetón, “desequilibrado”, bastante. Quisiera andar más cerca de la imagen y un punto lejos de lo meramente conceptual, dar con eso que Gerbasi llamó “documento de los sentidos”.

En diciembre del año pasado publicaste Canción de la encrucijada, con la editorial Eclepsidra. ¿De qué va este poemario tuyo?

Bueno, tal vez volvemos un poco a lo que te decía más arriba, de pronto sentí como un sonido al que tenía que atender; no era muy claro, pero sí sostenido, estaba ahí y de pronto, en eso, se dispararon algunas palabras. Así fui dando la entonación y el sentido que las acompaña; las cosas para mí ocurren en este nivel, más que en los temas, eso viene después, lo descubro después, a veces ni interesa, porque esas corrientes hablan a su manera.

Tanto es así que hace nada me han preguntado sobre esta “canción” y no he tenido mucho más que decir, por raro que parezca, no sentía las direcciones de lo que esa voz mía proponía. De pronto, sí, tras montones de vueltas aparatosas, casi al borde del gagueo, sin exagerar, sentí que decía algo cercano a la elección y sus metáforas. Si la encrucijada supone el cruce de los caminos, si ese cruce te salta en todas partes, incluso en uno mismo, la voz que dará cuenta de este paisaje tendrá que ser escurridiza, extrañada, volátil.

Siempre se habla sobre la elección, pero no siempre sobre lo que pasa mientras uno está en el tránsito de hacerla y tal vez por ahí quise escurrirme, como la espuma que se va por el hueco de la regadera y aún permanece, como remanente, cosa transparente. En otras palabras: el cruce del cuerpo en un paisaje que remite al desierto, al mío, a sus melodías y sonidos, como si quisiera captar lo que dice el viento, sus no siempre claros mensajes. Evidentemente, hay situaciones que conducen a lo anterior, pero sería demasiado ocioso ponerse en eso, ¿no?, dado que en el poema –se supone– buscamos transformar –porque así se impuso– los ecos de lo que nos pasa en otra cosa.

¿No hay también aquí una búsqueda o un movimiento hacia lo visual?

Sí, dado todo lo anterior, está ese otro plano, que también lo fui descubriendo poco a poco, mientras exploraba las imágenes que te decía, como en cierta penumbra; sentía que para decir todo lo anterior necesitaba una dicción dúctil, líquida, capaz de romperse y abrirse hacia la pura sonoridad, el esparcimiento visual, así fui regando esa “canción” sobre la página; así, pueda leerse, quizás, verso a verso, tal vez como un poema largo, anudado pero descompuesto; le veo esos rostros, ahora; y la verdad, hablarsobre los asombros, sobre lo que pasa cuando se escribe, no es lo más sencillo que se diga…tienes una voz que da vueltas sobre sí misma, arranca y se detiene, frena, se pregunta y arranca otra vez, con otra fuerza, o sin ella, eso una y otra vez, imagínate, para dónde, para dónde, por cuánto tiempo: ¿norte, sur, este, oeste, arriba, abajo? De ese remolino sale todo, cómo ponerle música a ese llegadero, ahí está la cosa. ¿Y qué tal si en cada letra que suelta la boca hay un poema oculto?

Entiendo que tienes otros inéditos, también.

Sí, poco a poco los organizo, ahí voy.

¿Has escrito en italiano?

Frases sueltas, a veces muy parcas, otras más rítmicas; es una lengua con la que me he relacionado desde siempre a partir del puro oído, hasta hace un tiempo que empecé a estudiarla de manera más disciplinada. Algo de esa música me gustaría traer a lo que escribo, muchos títulos de mis poemas o mis collages se me ocurren de una vez en italiano, cosa que antes no me pasaba tanto. En algunos cuadernos tengo transcrito lo que recuerdo de las voces familiares, las más remotas. Es la mina mía íntima. Es la forma de saberme dentro de una trama, familiar y psíquica, corroborar que vengo de algún lugar que ya no habla –los que vinieron primero se van, uno los despide– pero siguen sonando en mí.

¿Esto no puede conducirte a la heteronimia?

No lo sé, la verdad que no, ha sido como un juego, la forma de distanciarme de lo que digo y escribo, para ver qué pasa, para poner a prueba los registros que encuentro en mí, algo así se dio con la serie de “cartas” que Adalber Salas Hernández y yo intercambiamos en Literales, el ahora ausente suplemento literario del TalCual; pero por otro lado, la heteronimia, la heteronimia de verdad-verdad, como la asumió Pessoa, en esa suerte de invención dentro sí mismo, sobre sí mismo, no, eso no, es un ejercicio muy radical con la identidad, tal vez el más riesgoso de todos; tal vez nadie más haya pasado estos límites, aunque quién quita, de locos maravillosos está lleno el mundo. Ahora hay una voz que me da vueltas, quiere decir cosas en italiano, pero soy yo mismo.

La heteronimia, en dos platos, es decir: ha nacido en mí alguien más, tiene su vida propia. Bueno, de estos cruces también está hecha la experiencia, raros palimpsestos, el resultado –y el encontronazo– entre muchos influjos, la metamorfosis y hasta la mímesis y la antropofagia––tupi or not tu pi.

¿Sientes que los géneros literarios que manejas se trasvasan entre sí?

Algo así me ha ocurrido, pero no es voluntario, con el tiempo se ha vuelto mucho más presente, claro, pero esas son las libertades que te da la poesía y su capacidad de sobrepasar, incluso, los géneros, la literatura y el arte; hablamos más bien de una forma de estar, que sobreviene, también, capaz de conducirte al rapto y abrir las válvulas de lo que está dentro de ti y sin más se dispara. Es algo que empecé a ver o atisbar gracias a mi amigo Roberto Pérez León, cómo llega un punto en el que la poesía no se queda solamente en el poema y se convierte en una presencia más abarcante y no solamente en una experiencia, digamos, meramente estética. Entonces, a partir de ese trasvase, hay un ejercicio de la mirada que busca juntarse con la multiplicidad de las cosas, de los fenómenos y sus más secretas confluencias.

No se trata de estar en la posesión de un saber, para nada, sino de una actitud más cercana al tanteo, la exploración, la atención a lo raro. Es algo de y en la experiencia; pero hay libros, claro, capaces de llevarte a estas zonas, habitadas por la desmesura, piensa en Broch y La muerte de Virgilio, Lispector (“entregarse a la desorientación”, decía), Gramcko, Lezama, la Yourcernar de Fuegos.

 ¿Cuáles son las ventajas y peligros de la poligrafía?

El polígrafo, siento, funda un territorio deliberadamente y yo más bien ando en una expedición; con ánimo más experimental y nada erudito, pues, voy y me detengo donde mejor pueda. Hay una entrega instintiva, simplemente. Y con ella, claro, riesgos. Las imágenes me van llevando, trato de escucharlas y tratar de captar algo de la trama que van ofreciendo. Ahora que me lo preguntas, a veces me siento bien como alguien que (¿se?) “traduce”, va y viene de distintos lugares; y así, en el camino, irá encontrando sonidos que alguna vez, si acaso felizmente, desembocarán en la página. ¿Que si salió prosa, verso? Bueno, visto así, es algo meramente formal; me importa más el movimiento, la expresión, sus reverberaciones, lo que anuncian o callan. Tengo una gran urgencia caleidoscópica y eso es todo. A veces, sin buscarlo tanto, algo en mí jala hacia allá. Cosa de inclinación.

¿Cómo combinas la labor de periodista con la de escritor?

En rigor, no hay tal combinación. De vez en cuando me solicitan colaboraciones –o hago textos por encargo– y si me interesan las acepto. Por lo demás, nunca he trabajado formalmente en una sala de redacción. La única vez que hice algo parecido, hace más de diez años, fue en un semanario: La razón. Después de hacer mis pautas, tenía que esperar las correcciones. En esas horas muertas, mientras aprendía algo de ajedrez, ponía el oído a lo que hablaba Jesús Sanoja Hernández, o Julián Márquez, con los escritores que tenían la costumbre de reunirse allí.

Hace unos tres años participé en un trabajo de archivo con El Nacional, en cuyo Papel Literario colaboro con regularidad. Salvo las entrevistas que suelo hacerle a los poetas que más me interesan (hace poco salió una que le hice a mi amigo Luis Gerardo Mármol Bosch en la revista Poesía). Últimamente, por mi trabajo en La Cueva, me ha tocado investigar y escribir cosas sobre fotografía.

Tus diarios fueron publicados por Bid & Co. Editor. Siendo los diarios una escritura íntima por definición, ¿por qué escoger publicarlos, especialmente tratándose de tu primer libro?

La opción de publicarlos fue muy fortuita. Apareció. Y tras pensarlo un poco, me pregunté si tenía algo que perder. Y la respuesta fue no, no tengo. Ya antes, en el 2009, había publicado Posdatas, mi primera plaquette. En todo caso, Derivas, mi diario correspondiente al año 2010, ya no era tan “privado”. Digo esto porque lo presenté como trabajo de grado en Letras.

Tampoco considero una idea radical de intimidad, al menos en el diario, sobre todo si está escrito por alguien que trajina con las palabras, el lenguaje y sus registros; no me interesa esa intimidad radical, o literal, decía, porque una vez que pasa al lenguaje, y se vuelve escritura, todo lo dicho, todas esas experiencias, se abren, va ramificándose, encuentran espacios para desplegarse y tomar su propios derroteros. Lo anterior para decirte que si alguien tiene algo de sí mismo que quiere poner en resguardo de la mirada ajena, todos lo hemos sentido alguna vez, lo último que hará es ponerse a escribir un diario. Es y no es intimidad, pues; lo es, en tanto expresión de tu vida interior; no lo es, no tanto, porque pasa por el lenguaje, las formas, el oficio, la imaginación, la memoria, sus facultades transmutadoras.

¿Pueden los diarios no ser literatura una vez publicados?

Algo parecido, justamente, a lo que tocábamos más arriba. Cada diario, en sí mismo, encarna un modelo distinto y no todos pueden leerse igual; ahora, si es o no literario, dependerá de quien lo escriba, con qué ánimo lo asuma, cuáles son sus búsquedas; esa escritura privada, digamos, una vez que sale, se vuelve compartida, es como si una zona de tu intimidad se expandiera y estuviera sujeta a la mirada de los otros; ahí las posibilidades se abren, esa es upara mí la oscilación gozosa entre la intimidad y la extimidad.

El diario se mueve en el cruce de los géneros, él pasa por todos y todos pasan por él: narración personal, rapto lírico, reflexión, lo más crudo de ti, los venenos, las bajas pasiones, las alegrías, las ocasiones. Tal vez haya que desandar todavía más la idea de género, pensar más bien en términos de vidas que por sus mismas circunstancias en algún momento se mueven hacia una poética; y disrupciones, claro, muchas, corrientes que te agarran, te dan la vuelta y tratas de captar o vislumbrar por su fuerza encantatoria.

Entre tus contemporáneos, ¿con quiénes has tenido más acercamientos?

Con el tiempo, entre idas y venidas, estás tú, Franklin Hurtado, Adalber, Florencio Quintero, Graciela Yáñez Vicentini, Néstor Mendoza, Susan Urich y Francisco Catalano.

Aparte de ir y venir en los modos de la escritura, también te dedicas al trabajo visual a través de los collages. ¿Qué relación hay entre éstos y tu quehacer literario? ¿Por qué collage y no pintura o escultura?

La pintura y escultura exigen una preparación, una disciplina y un pulso anímico y técnico que no tengo. Ambas me sobrepasan. En cambio, me interesa más el dibujo como lugar de expresión y experimentación, de ahí sí puedo moverme hacia otros lugares. Pero con el collage, en cambio, es con lo que puedo, ahí sí puedo moverme mejor. Me gusta ver cómo se producen nuevas combinaciones y texturas a partir de elementos en principio disímiles.

Casi siempre ando en una “cacería”, hay algo muy divertido en la elección de los materiales y los soportes; el momento de rasgar, cortar, mover y pegar me lleva a territorio bastante festivo y liberado de la reflexión. Todo lo anterior, visto así, en algo se parece al ejercicio de observación que supuestamente debe hacer alguien que escribe, ¿no? También hay textos en mis collages. Allí, supongo, hay un diálogo y un impulso. Después de todo, en la escritura hay algo de com-posición y juego, impresiones que van asentándose, entran en una superficie y van fugándose.

 ¿Tienes proyectos en esta línea?

Con el tiempo, Raquel, he ido juntando cierto grupo de imágenes y estoy tratando de armar algunas series con ellas. Un par de amigos se ocuparán de esto, en términos de curaduría, a ver si algo puede mostrarse. Esto me emociona particularmente, tanto como publicar un libro, con todo el terror que esto trae, a veces, mira que desde carajito ando en esto, incluso, antes de escribir.

Por otra parte, últimamente he estado haciendo otras exploraciones, siempre ligadas al collage, pero más mixtas, digitales. Las voy soltando en mi cuenta de Tumblr. Es otro ejercicio, menos reposado, pero me da la oportunidad de encontrar interlocutores inesperados, además de los ya usuales.

¿La docencia no le resta tiempo a tu escritura?

La clase, en mí, o lo que amaga con ser tal cosa, es otra forma de la escritura, es como un largo –a veces jadeante– texto oral que va surgiendo entre el cálculo y la improvisación, entre lo que preparaste y las asociaciones sorpresivas y a veces muy tambaleantes que van saltando aquí y allá, aderezadas, claro, por la conversación con los profes, los amigos colegas y los estudiantes, muy fructífera por lo general, dado que yo también sigo siendo uno; mi lugar es el de aprender, siempre, no del que presume que ya sabe. Todo esto se lo agradezco a María Fernanda Palacios, a Jaime López-Sanz, a Rafael Castillo Zapata, por supuesto.

El año pasado preparaste una antología de la poesía de Santos López, Del fluir. Este año acaba de salir otra, esta vez sobre hiciste una edición con los ensayos de Armando Rojas Guardia: La otra locura.

Yo sí creo que es importante saber en qué corrientes se está moviendo uno, a veces sin tenerlo muy claro, cómo se expresan y de dónde vienen; esto, sin duda, es un trabajo y también algo que llega, te toca la puerta, sin más; en ese sentido, levantar un mapa de la poesía y la prosa que más te interesa, dar cuenta de estas experiencias, concretarlas en la posibilidad de un libro, o un repaso antológico, es tentador y retador, toda una responsabilidad. En el caso de Santos y Armando, las mismas circunstancias de la vida me han ido llevando a encontrarme con ellos y concretar estos trabajos. Y para mí ha sido muy nutritiva la experiencia, incluso, para los caminos de la poesía que escribo.

Vives en Venezuela. ¿Cuáles son los rumbos que ves en el país?

Del actual gobierno no puede esperarse ninguna solución a todos los problemas que han ido creando en estos años. Ni hablar de cómo han acentuado los que ya estaban. Cualquier cosa que diga se quedará muy corta, solo una observación minuciosa de la vida cotidiana podría mostrar hasta dónde llega el daño casi irreparable que ha hecho este gobierno en las vidas de todos, incluidos los que más se ilusionaron con sus promesas. En esa dimensión menudísima puede aclararse el asunto, dado que muchos todavía creen que esto se trata de un mero conflicto entre izquierdas y derechas.

La jerarquía chavista tiene claro que necesita destruir el Estado e imponer un gobierno más militar del que ya tenemos para permanecer en el poder. No asumen el Estado como uno de esos espacios necesarios y vitales para tramitar las tensiones y las diferencias. Así la democracia se convierte en un recurso meramente retórico, algo que solo pasa en el lenguaje gastado y violento que usan, sectario, nacionalista a más no poder. En este sentido es un gobierno ultraconservador, absolutamente desprovisto de imaginación. Suele creerse que sus errores conducirán a “la caída”. No necesariamente es así. El caos es su lugar de maniobra, sobre todo si cuentan con el monopolio de la violencia y cargan a la gente enloquecida en las colas del pan, las farmacias, los supermercados, toda la movida de los bachaqueros, la paranoia por la delincuencia, los precios por las nubes, la devaluación, el descuido de los servicios.

Paradójicamente hay toda una retórica, muy cursi, fastidiosísima, victimizante, afincada en la apelación constante al enemigo externo, el desplazamiento de las propias responsabilidades. Todo esto toca furiosamente el plano de los afectos. De hecho, este gobierno trabaja con la alteración de los afectos, en todos los órdenes, incluido el estomacal y el expresivo. Quisiera ver una transición pacífica, democrática.

 ¿Y entonces? ¿Cómo afecta toda esta situación al trabajo creador, por ejemplo?

Tal vez nuestra generación no ha tenido el chance de expresar “estos años” en toda su contundencia, porque estamos demasiado metidos en la sobrevivencia y eso tampoco funciona como un acto reflejo. Eso sí: el shock es tan grande e intratable que no siempre aparecen las herramientas para “explicarlo”. A la larga, cada experiencia irá demostrando lo indefendible que es esto. Dentro de todas estas serias limitaciones se ha desarrollado la vida de muchos, obviamente no soy el único. Así, parece que nunca están dadas las condiciones “ideales” para llevar adelante vocación alguna, salvo las misteriosas ganas de sostenerla, a veces, contra toda esperanza. En todo este tremedal, el papel de los más jóvenes y los estudiantes es y será fundamental. Tal vez, en algún momento, nos quedará tiempo para preguntarnos si de ese mismo tremedal podrá salir otra cosa nueva, otro arte, otro país, menos empobrecido y golpeado, ¿quién sabe?

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Estar despierto

perros piojosos
atados al poste

oigan bien

vivimos en la hacienda
y esta cabuya no es muy larga
podemos correr
y retozar en la grama
pero ay
ayayay
si nos pasamos
la cuerda será horca
vendrá el mareo
y algo enseñará su danza hirviente

(a veces toca devolverse
sin haber mordido el estrecho brumoso)

¿y entonces?

verán qué tanto aguantan
verán si los permeó la experiencia distante
verán si acaso necesitan otras palizas

((que baile el segundero
y el cuello recobre su dulzura))

somos necios
y eso es la vida

ladramos al infinito.

                                                    (del poemario inédito Melancholic jam session)

Alejandro Sebastiani Verlezza (Caracas, 1982): Poeta y ensayista con incursiones en las artes visuales. Ha publicado una plaquette de poemas, Posdatas (El pez soluble, 2009), el diario Derivas (bid & co, 2013) y el poemario Canción de la encrucijada (Eclepsidra, 2016). Colabora con el Papel Literario. Forma parte de La Cueva, editorial especializada en fotografía venezolana. Licenciado en Comunicación Social (USM, 2005) y Letras (UCV, 2013). Cursó el Programa de Estudios Liberales en la Universidad del Valle San Francisco (2015). Tesista en la maestría en Estudios Literarios de la UCV. Es profesor en la Escuela de Letras de esa misma universidad. Incluido en los volúmenes del Celarg Voces nuevas 2005-2006 (narrativa), Voces nuevas 2006-2007(ensayo) y las siguientes compilaciones poéticas: 102 Poetas. Jamming (Oscar Todman Editores, 2014) y Tiempos grotescos(UNAM, México, 2015). Preparó una antología de la poesía de Santos López: Del fluir (Madrid, Kalathos, 2016), así como una recopilación de los ensayos de Armando Rojas Guardia: La otra locura (bid & co, 2017). Junto con Adalber Salas Hernández editó dos antologías de poesía venezolana: Tramas cruzadas, destinos comunes (Común Presencia, Bogotá, 2013) y Destinos portátiles (Vallejo & co, Perú, 2013). Estuvo en la residencia para escritores de Axóuxere Editora (Galicia, España, 2013). Ha participado en las siguientes exposiciones colectivas: Ciudad volátil, Manifiesto país, Reflejos vagabundos, Caracas horizontal, Confluencias.

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