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La América que ganó el 8 de noviembre

La nación norteamericana dio en la noche del martes 8 de noviembre un paso atrás hacia las ideas más retrógradas al elegir al candidato republicano Donald Trump. No solo eso: también mantuvo la supremacía de los republicanos en el Senado y la Cámara de Representantes. Los elementos más reaccionarios de la nación ahora tienen las manos libres para hacer lo que les dé la gana.

Hay que aclarar –para dejar constancia de que no todo está perdido– que la candidata demócrata, Hillary Clinton, ganó el voto popular. Es decir, en toda la nación ganó más votos que Trump. Pero el complicado sistema electoral norteamericano –en el que cada estado tiene un número determinado de votos electorales, y gana el candidato que recibe más votos electorales de los estados– le dio la victoria a Trump.

De todos modos, los que votaron por Hillary fueron aproximadamente 700.000 más que los que votaron por Trump. Una diferencia exigua que indica hacia qué peligroso lado la nación ha escorado.

Ahora esos elementos reaccionarios que le dieron el voto al controversial magnate pueden hacer a “América grande de nuevo”, como dice el lema de campaña de Trump. Hacer a América grande de nuevo en realidad quiere decir hacer a América blanca de nuevo. Eso lo entendieron muy bien las masas de conservadores racistas que salieron a votar por

Trump, la mal llamada mayoría silenciosa, que en realidad no tiene nada de callada, sino todo lo contrario.
Esos racistas nunca aceptaron que en la Casa Blanca gobernara una persona de tez oscura, un “negro” que tuvo la audacia de la esperanza. El racismo heredado de los tiempos de la esclavitud todavía perdura; los reflejos de los esclavistas se han transmitido de generación en generación. Y en la noche del martes, los racistas tuvieron su venganza. Salieron a votar masivamente, decididos a castigar al “negro” audaz cerrando a sus seguidores las puertas de la Casa Blanca y del Capitolio. Votaron por el hombre blanco rubio, machista y chovinista, que va a devolver la grandeza al país y a levantar un muro en la frontera con México para que no entre ni uno más de piel parda, mientras que por los aeropuertos las mafias de lavadores de dinero y los evasores de impuestos de los Papeles de Panamá, derrochando sus fortunas mal habidas, tienen las puertas abiertas.

La noche del martes 8 de noviembre perdió la América luminosa y culta, la América solidaria de la Estatua de la Libertad, la América de Thoreau, de Lincoln, de Harriet Tubman, de Mark Twain y de Martin Luther King. Ganaron los que discriminan al otro, al distinto. Ganaron los que creen en el Destino Manifiesto. Los que piensan que los Estados Unidos pueden invadir a cuanto país se le antoje por la causa que sea. Los que suscriben ideas reaccionarias. Los racistas del Ku Klux Klan. Los fascistas que Ernest Hemingway denunció.

Esa es la América que ganó en la noche aciaga del martes 8 de noviembre.

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