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Juan de Gabiria, el primer poeta maldito mexicano

Apenas despuntaba el siglo XVII. San Luis Potosí vivía la vorágine expansionista del Virreinato de la Nueva España que se extendía desde Centroamérica hasta Canadá, y desde Acapulco hasta Asia y Oceanía. A ese poblado, ubicado en el centro de México, había llegado años antes Juan de Gabiria, un erudito comerciante y buscador de tesoros.

Aficionado a las bellas letras, durante la madrugada del 28 de agosto de 1606, el también poeta leyó los versos dedicados a Marta de Rentería, su esposa embarazada. Luego de susurrárselos al oído, la mató a cuchilladas y huyó, dejando copias del poema por toda la casa como explicación de su comportamiento.

El texto se titula: “A Marta de Rentería en sus manos”, consta de diez décimas y da cuenta de la desgracia del autor, quien se siente despreciado por parte de la mujer que amaba. A ella le ha dedicado su fe, su trabajo diario, su vida. A cambio, sólo ha obtenido desgracias, asegura la voz poética.

Con tintes clásicos y, pese a las circunstancias, sin ningún desborde de sentimentalismo, los versos se visten de un tono sobrio, como si en cada palabra el poeta fuera saboreando el dolor provocado por Marta y sus vejaciones. Dolor que finalmente se convertirá en el impulso necesario para cometer el asesinato:

Si bien, como merecía,

midieras mi fe y amor,

ni mostraras tu rigor,

ni yo viera tu porfía;

por donde, señora mía,

visto tu esquivo interés,

me es fuerza decir que es

la causa de tanto mal,

ese rigor natural

con que mi firmeza ves.

Recibiendo una dote de dos mil 120 pesos oro, el mercader Juan de Gabiria contrajo matrimonio con la mestiza Marta de Rentería el 4 de enero de 1598 en la Santa Vera Cruz del Pueblo de San Luis Minas del Potosí, apenas seis años después de fundada la comunidad, por lo que la suya fue de las primeras bodas de la provincia. Tras la unión la pareja vivió por el rumbo del barrio de Tlaxcalilla.

Los padres de la novia eran Alonso Llamas y Mariana de Rentería, quienes además de Marta, tuvieron como hijos a Juan y Alonso Llamas, a la postre nuevos ricos de la región, gracias a que hicieron fortuna derivada de múltiples negocios, entre los que destacaba la venta de esclavos negros. Una vez cometido el homicidio, juraron vengarse del asesino de su hermana.

Por cuestiones laborales Gabiria —hombre de letras, culto, adorador de la poesía y, en ese sentido, manipulador y embustero— tenía múltiples encuentros fuera del Potosí. Durante estas ausencias fue cuando su esposa aprovechó para conocer más que versos y rimas, y decidió buscar, no uno, sino tres amantes discretos que se atrevieran a faltarle al respeto y saciaran las necesidades que un poema, por más hermoso que sea, nunca podrán satisfacer:

Pero cuando consideres

que eres mujer y yo ausente;

yo discreto y tú imprudente,

yo quien soy y tú quien eres;

y que si a dicha me vieres,

de aquí a un mes o de aquí a un año,

verás cierto el desengaño,

y me dirás que acerté:

yo en guardarte amor y mi fe

y tú en procurar mi daño.

El primero de los amantes respondía al nombre de Juan Francisco Conde, relación que Gabiria descubre, pero calla. Tal vez por esconder su deshonra, tal vez porque Conde ostentaba, en ese momento, una posición de poder que lo protegía de ser presa de venganza alguna o tal vez, y simplemente, porque un hombre enamorado no deja de tener esperanza en la mujer con quien ha decidido tejer un futuro, el poeta decide huir del pueblo. Mientras tanto, Conde tuvo que liarse a golpes con Pedro Juan Arroyo, otro de los que ganó cobijo en el corazón, pero sobre todo en la alcoba de Marta de Rentería.

Luego de un lapso de reflexión Gabiria regresa al Potosí para perdonar a su mujer. Hay una especie de asepsia en el matrimonio, una nueva oportunidad para sanar las lesiones que carcomían la relación. Sin embargo, el resentimiento nace de nueva cuenta en el poeta al enterarse que su segunda hija —la primera se llamaba Juanica—, fue en realidad procreada por Salvador Caro, el tercero de los amantes de su esposa, quien llevando a cabo diversos ardides había despachado a los dos anteriores:

Desde allí nació por mi daño,

el hijo de perdición,

el parto de maldición

engendrado de tu engaño;

y aunque de su desengaño

has tenido en mí la prueba,

como en estos lances nueva,

se va mi fruta en agraz,

y a mi fe el pago que das

son flores que el hielo lleva.

Como el aspecto que más se disfruta en el amor es la experiencia Salvador Caro, joven de 28 años de edad, encarnaba el perfecto amante de Marta de Rentería. De profesión carbonero y luego minero, se trataba en realidad de un “vagamundo” que tocaba el guitarrón y utilizaba muy bien las armas; atributos con los que pudo conquistar a la esposa del poeta. Además, ya era dueño de un buen historial de amoríos con mujeres casadas. El más sonado de ellos fue el que mantuvo con María Rodríguez.

Producto de los encuentros Marta quedó embarazada, alimentando con ello, no sólo el amor de la pareja, sino también el odio que Gabiria expone en sus versos:

Pero tu dureza esquiva

así me sacó de mí,

que desterrado de ti

quiere que sin ti yo viva;

tu desamor me derriba,

tu poca ley me maltrata,

y lo que ahora me mata

es tu grande ingratitud

que, a costa de mi inquietud;

mis males sólo retrata.

En su libro Letras virreinales de San Luis Potosí (Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 1988), Joaquín Antonio Peñalosa plantea la teoría de que Juan de Gabiria trabajó el texto durante todo el año de 1606. Es así que el poema se convierte en acusación, narrativa y amenaza de muerte. Pero también puede leerse como el testimonio de un hombre que utilizó la poesía como justificación de sus actos.

Gabiria, hombre hábil, inteligente, práctico para los negocios, con tintes de estafador que se detona en el estilo lisonjero con que escribe sus cartas (se conservan tres), que se desempeñaba como arriero y ganadero, que era dueño de una finca y asimismo, y por lo que puede leerse en los documentos del proceso en su contra, que poseía por lo menos un esclavo negro, va nutriendo, en ese 1606, la aberración que sentía hacia su esposa:

Y pues aquesto te toca

y en tu rigor tuve flema,

he ahora la postema

de tu mal por esa boca;

que aunque aquesta pena es poca

para el mal que me has causado,

al fin quedaré pagado

de aquel tu rigor crüel

y verás escrito en él,

la pena de tu pecado.

El 28 de agosto de 1606, fiesta del Señor de San Agustín, Juanica despertó junto al cadáver de su madre embarazada. Como justificación del homicidio, el asesino había dejado el poema manuscrito en dos ocasiones. La primera de las copias se encontraba en el espejo de la habitación; la segunda, en el cerrojo de la puerta. Era evidente la necesidad de Gabiria para que se leyese su texto. De esta manera la poesía potosina nacía entre sangre y desconsuelo.

El crimen fue planeado meticulosamente. Las copias del poema lo reafirman. En Causa criminal de la Real Justicia contra Juan de Gabiria, Primer poeta de San Luis Potosí, 1606-1610, Juan Antonio Peñaloza y Alejandro Espinoza Pitman señalan que posiblemente la última décima fue escrita por el autor tras acuchillar cinco veces a su mujer. La separación entre esta estrofa y la anterior, la letra nerviosa sobre el papel, la necesidad de terminar pronto que puede percibirse en las copias originales sostienen esta teoría. Tras la última línea el poeta salió huyendo:

Caído me has a las manos;

pagas por donde pecaste,

que si de mí te burlaste,

yo de tus gustos livianos;

que los cielos soberanos,

viendo mi justa querella,

te dan por sentencia en ella,

que, como desconocida,

la que me quitó la vida

se quede sin mí y sin ella. 

Tras cuatro años de ostracismo el primer poeta maldito de México regresó a San Luis Potosí creyendo que su crimen se había olvidado. Las autoridades lo arrestaron, pero durante el juicio y para apuntalar su defensa Gabiria presentó diversos testigos que declararon sobre la infidelidad de su esposa. Incluso los propios padres de Marta de Rentería le ofrecieron el perdón al aceptar los deslindes de su hija.

La pena establecida a Gabiria por parte del alcalde mayor, Francisco Mejía y Carbajal, fue pagar cincuenta de pesos de oro. Una fracción del monto se destinaría a Su Majestad y lo restante a los portales que se hacían para ornato de las Casas Reales de la ciudad. Además el poeta era desterrado de San Luis por seis meses, pena que podía alargarse hasta un año. Le estaba prohibido acercarse a menos de tres leguas del pueblo. Si incumplía el castigo sería confinado a Filipinas, en ese momento territorio recién conquistado por los mexicanos.

Luego del juicio se pierde el rastro de Juan de Gabiria. Como sucede casi siempre, el tiempo sólo respetó a las palabras.

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