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jamón perlado

 

directa, vaga, tangible y poco demostrable: relaciona estas confesiones, escríbelas en un papel para que no se olviden y trata de pensar en ti. Porque si lo haces en ella todo saldrá en un increíble verso delator. Yo fui el iniciador de aquella suerte de enfermedad y cada vez que intento hacer el cuento termino como todos, haciendo rimas imposibles y olvidando el final:

Aquella tarde de otoño era sobre todo ridícula.

Para empezar, no debía haber sido a esa hora ni en ese mes, pero es inevitable: las cosas son así, escogen momentos malos para suceder.

Yo apenas me recobraba de la madrugada a punta de asma y pulmón y te encontré ahí, frente a la vidriera mirando un jamón. Parecías extasiada y me asombré: mujer saludable y bien vestida contemplando jamones con mirada crítica a la caída de la tarde: un típico Cezanne, el pintor. Tú lo sabías, me dijiste después que acechabas al hombre de tu vi, que querías que te dijera eso, que eras un Cezanne, y no si tenías hambre, como dije yo. Cezanne, el perro, estaba echado a tus pies y se babeaba feliz, con la mirada en tus de. «Yo soy Marcial», insistí por tercera vez, y te viraste a burlarte de mí, me preguntaste los apellidos y Martínez Martínez te embulló y tuviste que sentarte en la acera a coger aire de tanto reír. «No me toque, usted debe ser muy violento, ¿verdad?» No entendí, de latín solo sabía el amén. Tú volviste a ti y me cogiste la mano sin más. Caminaste por el parque de enfrente sin mirar, ni al perro ni a la gente ni a mí, que me dejaba llevar. «Me gustaría despedirte en el andén», y volví a no entender. «Yo no voy a ningún lado, yo soy de aquí.» «No importa, es una expresión», y me miraste por primera vez: «Todo se va, ¿no es así?» Te mencioné el amor, para hacerme el listo con ti, y volviste a reír: «No tengo hambre, me gusta Ravel, la vieja trova y el ron, ¿qué haces aquí?» «Buscaba un poco de fe», dije de nuevo sagaz, y lo apreció. «Yo soy de aquí y de allá, soy mujer, pinto jamones para olvidar.» «¿Para olvidar qué?» «La vida es así, a veces no importa el porqué», y te sentaste allí, en un banco del parque sin más. Me regalaste una flor. «Soy del mar y perla soy, regalo del viudo tris, soy Maribel, que viene de agua y beldad, yo no nací, bajé del cielo a pintar.» «Ya soy feliz, encontré un ángel sin querer», le besé la mano audaz. «Si te toco queda en ti mi huella por siempre jamás. Yo soy de aire, de sueño, la que un día viste partir. Si no temes me entrego a ti, pero verás, no soy real, la memoria de los hombres vas a perder.»

Cada vez que venga a ti, al rato lo olvidarás. Y el hombre es recuerdo, ¿no es así? ¿Vale la pena tu suer si no la puedes guardar, vale un minuto más que el recuerdo toda la vi?»

«Sé de mí y seré de ti», dije y cerré, los ojos para besar. Ella me dio un beso de amor y sentí, que el mundo se abría a mis pies. «Yo soy fatal, la musa no viene a mí», le dije después. «Soy albañil», mentí, «de mano callosa y cincel. Conozco al carnicero y quizás, puedas entrar… » «No importa, ya te encontré, mejor nos vamos al bar, miremos la caída del sol y a hacer el amor en paz.» Yo me asusté. «Dice que no es real, ¿sería una loca tal vez?», retrocedí, viré la espalda y marché, sin mirar atrás. Su voz sonó en pos de mí, traté de correr, pero más pudo el afán y me perdí.

Al otro día Joaquín miróme serio y soltó: «¿Ya estás bien Marcial, ya eres tú?» «¿Yo, por qué»?, respondí. No recordaba su voz ni su cara pero lo oí: «Aquí to el mundo te quié, sabemos de tu dolor, y ayer todo el pueblo te vio, pasadas las doce y tan, hablando con un jamón, en la vitrina de Fe, con un perro echao a tus pies y SU retrato en la ma. No va a volver tu mujer, Marcial, no va.» Yo me reí: tenía SU flor en la ma. Y no sé qué respondí, no sé qué dijo Joaquín, ni si mi ángel volvió, siempre se me olvida esa par…

 

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