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Ir más a fondo

“¿Qué se dice cuando se ha conocido el rostro del abismo? ¿Qué se escribe cuando el juego está por comenzar?”, son las preguntas con las que Xalbador García arranca su pesquisa en torno a uno de los autores más controvertidos de la poesía española del siglo XX y XXI: Leopoldo María Panero. Interrogantes que después de muchos años de estudio todavía asaltan con la insistencia característica del que siempre duda sobre el cómo plasmar el arsenal de ideas que se han ido acumulando con las lecturas, los documentales y las entrevistas. Prueba de ello es que la edición que aquí se presenta es una de las muchas versiones que Xalbador ha realizado durante ya un periodo largo de tiempo, una edición que, sin duda, supera a las anteriores en la minuciosidad de la palabra y la pulcra simplicidad de la arquitectura que sustenta el libro.

Ahora bien, la figura de Leopoldo María Panero es volátil y controversial, al punto de que se ha considerado el último poeta maldito por una crítica que se ha interesado, cada vez más, en esta figura que se desarrolló en el núcleo de la literatura española, pero que siempre, a fuerza de voluntad propia, fue relegada hacia la periferia, hacia el autoexilio y la marginación. Maldito, también, es un calificativo que ni a él ni a Xalbador les termina por complacer, sobre todo, tal vez, porque se queda demasiado corto ante las posibilidades que da tanto la poesía como el poeta. Por eso, el objetivo se marca claro en este libro: “seguir los pasos del poeta en la búsqueda de la palabra”, e indagar y conjeturar desde perspectivas diferentes los aspectos más relevantes de ese ser que hacia check-in en los manicomios como cualquiera hace en un hotel de la Riviera; para así, tal vez, entender que detrás del calificativo maldito existe una complejidad que todavía no está al alcance del público general.

Por esta razón, para hacer el encaje de una personalidad que parece difuminarse con cada nueva declaración y explotar con cada nuevo poema, Xalbador prefiere hacer un edificio de cartas, frágil al soplido del viento, en emulación del tema que sustenta, pero equilibrado y bien planeado, reflejando así el conocimiento de quien lo edifica. Por eso, las cartas que se eligen no son cualesquiera, el Tarot es uno de los juegos de cartas más antiguos que existen, y se distingue por su significado adivinatorio. De entre ellos, son tres los más populares y famosos: el Tarot de Marsella, el Tarot Necromónico y el Tarot al Benedí. Todos ellos tienen 22 arcanos mayores representados cada uno por una carta, que en este libro corresponden a un capítulo. Los arcanos son especialmente funcionales porque son la denominación genérica de lo secreto, lo recóndito y lo reservado. De los tres juegos, Xalbador utiliza el de Marsella, que tiene 21 arcanos numerados y uno, al final, que no lo está. Esta carta, que Xalbador utiliza para comenzar su recorrido, corresponde a El Loco.

No es casualidad que se empiece con esta carta, después de todo, Xalbador conoció a Panero en uno de los más de diez manicomios en los que se éste se registró. También, parece que no es casualidad que en el Tarot al Benedí, esta carta se traduzca como “impulso” y su simbolismo general sea el de “expiación de faltas y de los errores”. En este libro, y partiendo de este arcano, el investigador hace una semblanza del poeta, pero también del traductor, editor y ensayista. Es decir, muestra la personalidad polifacética y prolífica menos conocida de Panero, de la que se desprenden más de cincuenta libros, al tiempo que comienza a desentrañar una manera de proceder en su escritura con la mención de una triada perfecta que es recurrente en ésta, y parece concentrar una esencia que permea los 21 arcanos que le siguen, en la que se encuentran en armonía la locura, la poesía y la verdad. Y donde la palabra que se escurre sucumbe muchas veces ante el peso del silencio.

Después de barajar las cartas y presentar al último arcano como el primero, Xalbador empieza un recorrido que respeta el orden del Tarot de Marsella. Sin embargo, con cada arcano que lanza, muestra una faceta más de Leopoldo María Panero. Con El Mago, se presenta la cualidad de la unión de los opuestos, esa facilidad del demiurgo para crear por medio de la mentira, para presentar algo verdadero por medio del engaño. Con La Sacerdotisa, que Xalbador asimila con la literatura, habla la cualidad palimpséstica del creador; ese lado juguetón que une obras y las reescribe y las vuelve a reescribir con un solo objetivo: “embestir al lector como sólo las obras maestras pueden hacerlo”.

Una faceta más personal se refleja con los arcanos La Emperatriz y El Emperador, donde se habla de la relación que tuvo con sus padres, una casi incestuosa con la primera y otra, más radical, en la que el hijo fulmina a su predecesor. Y que se puede resumir en lo siguiente: “Lo único que no le perdono a mi madre es que pudiendo haber sido hijo de Luis Cernuda, me condenara a ser hijo de un poeta mediocre, como fue Leopoldo Panero”.

De ahí, el resto de los arcanos profundizan sobre facetas que marcaron al poeta, ya sea el desprecio por la religión, con El Papa; la musa que lo inspiró, Mercedes Blanco, y guio como Beatriz por los senderos de la poesía, con Los Enamorados; una explicación del viaje que hace el investigador por medio del Tarot, con El Carro; las múltiples veces que Panero estuvo encerrado y lo que el encierro convella en la escritura, con La Justicia; un ser que se autoexilia y presenta una estética del caos que parece no tener asidero por ningún lado, con un Ermitaño bastante nietzscheano; la consciencia de que la vida es un juego de máscaras que permite escapar de la lógica que domina el mercado, con La Rueda de la Fortuna; lo que muchos consideran debilidad y donde otros, más atrevidos, encuentran motivo de existencia, como son las drogas, el alcohol y el tabaco, con La Fuerza, pues “lo que nos pierde no son la drogas sino la soledad”; el ingreso prematuro con los Nueve novísimos al mundo de letras españolas, con El Colgado; el laitmotiv de casi toda su obra, con La Muerte; otra vez la consciencia que se contrapone a su personalidad sobre lo original, capaz de celebrar el plagio y hacer de éste un juego en que se desplazan las palabras, con La Templanza; o bien, El Diablo, que, según Xalbador, le sirvió de excusa para sustentarse como legionario de la decadencia.

La Torre, La Estrella, La Luna, El Sol, El Juicio y El Mundo, son los últimos arcanos, con los cuales Xalbador aprovecha para abrir el pecho del poeta y picar entre los órganos para descifrar el funcionamiento que lo hace respirar, que lo hace sobrevivir a pesar de todos los venenos que contrajo en vida.

Ahora bien, es casi inevitable que después del viaje al que nos invita Xalbador, regresemos, automáticamente, a pensar otra vez en el arcano con que se abre el libro, porque Leopoldo María Panero, más que maldito, es un loco, porque un loco es ese ser que camina por nuestro suelo pero su mente se desplaza en otro espacio, y un poeta es un loco que tiene la habilidad de transportarnos a ese otro espacio y en el recorrido por ese mundo caótico y aparentemente sin sentido regresarnos con ese dejo entre palabra y silencio que nos muestra una verdad. El loco es el rey que se esconde en un palacio que nosotros consideramos ruinas, para desde ahí dictar lo que es poesía.

Con Leopoldo María Panero, se terminó la descendencia de la familia Panero. Por eso, el libro de Xalbador García, un acercamiento íntimo a una figura tan prejuiciada, se postula con la importancia que tiene la literatura misma: ir más a fondo.

 

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