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Humedal

 

 

a M.A.C

Mientras la lluvia… ella a contraluz mirando por la ventana. Afuera llueve, es tarde-noche y llueve también su cuerpo sobre la luz cromatizando el agua que salpica las lozas.

Abrir la puerta del cuarto silenciosamente, pensar que está dormida y encontrarla así: con las nalgas semiabiertas y erizadas, con la mirada perdida en la calle, los hombros, los senos erectos, desafiantes y la espalda, la espalda comenzando partida en el pandeo de su trasero redondo. Es la ondulación, la sierpe muriendo en un aro pardo, invitador, profundo… Mientras tú, la lluvia y… La cintura, renacer de la carne y el arco, la media vuelta imaginada dibujando un sexo abultado y preciso donde late el pulso del mundo en esos instantes; estrellando, sí, estrellándote contra las ganas que nacen, que se revuelcan amenazando la paz de ese cuerpo, sereno, atento solo al paisaje sombrío y acostumbrado de la calzada.

Acercarse despacio y observar cómo el brillo que se alterna en zonas claro-cobrizas distintas de la piel va formando parte de tu propia fisonomía. Color, olor, sabor, destino y darse cuenta de que, sin tocarla, ya están mezclados para y desde siempre en el éter, en la lluvia que cae… Mientras te miro desnuda… Mientras te miro desnuda un rojo inmenso a la altura de la cadera, un poco atrás, en perspectiva, ha roto el hechizo: ella a contraluz, veteada a deseo y oscuridad, el pelo en rizos negros batido a veces por la brisa que entra por las persianas, el cuerpo, EL CUERPO perfecto, puro sexo involuntario, casi divino; y EL CONTRASTE aparentemente diabólico con aquella rosa rojísima en un búcaro, la rosa enorme, carnosa, florecida e iluminada por capricho de las circunstancias.

El cuadro es así, se hace imprescindible repetirlo: LA MUJER desnuda en una habitación en penumbras mira por la ventana y su silueta es dibujada por la luz que entra, el viento la despeina, la hace inmensa: erección desproporcionada: coito, orgasmo universal, caderas, senos de azúcar; y LA ROSA, a la altura de la cadera de la mujer desnuda, en perspectiva tal, que al entrar y reparar en ella, parece nacer del sexo como una flor más del monte tupido que lo guarda.

¿Qué hacer, qué desear? ¿Desear más el cuerpo?, ¿la hembra divina? ¿O el momento, la perfecta estética del encuadre, y disfrutarlo como una caricia sensible, intelectual, morbosa? …una lluvia de rosas… ¿Será desnudarse, avanzar excitado y arrollador para, de una sola vez, penetrarla tomándola por asalto, por sorpresa, arrancándole un gemido placentero y profundo? ¿O quedarse allí, poseyendo de lejos ese algo de poesía que también es tuyo: su cuerpo, la rosa y el contexto repetido en una realidad tan hermosa y esporádica? Y después, sólo después, acercarse lentamente, darle un beso-mordida tierno en la base del cuello, y decirle mientras acaricias las areolas de sus pezones con las yemas de los dedos:

Mientras tú y la lluvia se desnudan, una rosa no ha cesado de robarme tu cuerpo

 

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