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El arte de convertirse en nada

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Cuando por extrañas casualidades un buen libro cae en nuestras manos, puede activarse un click que genera la apertura de compuertas hacia temas antes ocultos en las profundidades del subconsciente.

Me sucedió con la lectura de Doctor Pasavento, una novela del barcelonés Enrique Vila-Matas, publicada por Anagrama en el 2005. A estas alturas del ejercicio de mi hábito de lectura, y tal vez empujado por una irracional actitud de aprensión hacia la calidad de todo texto desconocido, a pocas líneas de haber comenzado a sumergirme en su escritura esa actitud de desconfianza desapareció casi de inmediato.

Muy pronto y como una revelación— o epifanía que dijera Joyce—Vila-Matas se me develó como un verdadero maestro de la Metaliteratura, es decir, como un ilustrado, fino, irónico y sagaz orfebre de la escritura; un prestidigitador del lenguaje que urde sus ficciones con los materiales de su propio elemento: literatura desde la literatura. Ficción desde otras ficciones; personajes traídos de otros personajes de relatos y novelas, invocados todos para revivir en el nuevo libro una historia vestida con un débil argumento pero apuntalada con tesis filosóficas y posturas ensayísticas contundentes. En fin, es una formidable novela que, como todas, tienen su origen en una inequívoca impostura y que por su solidez temática se ubica dentro de esas obras sobre escritores, dirigida a escritores y a lectores avezados.

El evanescente argumento, muy acorde con la dirección de la novela posmoderna— al estilo de la novela del chileno Roberto Bolaño: 2666— contrasta con el tratamiento que el autor le imprime a la escenografía donde sus criaturas discretas y huidizas se exhiben en inacciones y pensamientos. Los lugares, pueblitos y ciudades son retratados al mínimo detalle hasta tal punto que el lector puede sentir la atmósfera de un París galante, glamuroso y embrujador; o puede oler el aroma de la campiña y el fresco de algún pueblito español, real como esa Sevilla inalcanzable, o ficticio como Lokunowo donde se refugia el protagonista, no para escribir sino para estar solo. Al ambientar las escenas y situarla en un tiempo y espacio concretos, históricos, reales como la rue Vaneau de París, logra alcanzar la credibilidad y la verosimilitud tan anheladas en una historia literaria donde reinan las ideas más que las acciones.

Aparte del indudable valor que de por sí posee una narrativa asentada en la metaliteratura, pues de plano y al recrear escenografías literarias de otros autores (en este caso involucra a su mundo ficcional alrededor de 300 obras y autores de distintas épocas, países y géneros) entra a situarse en niveles simbólicos y metafóricos, que la alejan de una prosa lisa y carente de toda elaboración.

El tema que desarrolla Vila-Matas en Doctor Pasavento, es de una importancia y una vigencia imposible de soslayar. Se trata de separar lo importante de lo vacuo. Mostrarle a los escritores específicamente, un imperativo ético en el cual no se debe buscar la realidad sino la verdad. La realidad, el mundo tal como se percibe sería una ilusión vana y difusa como lo trata de demostrar en las actitudes incoherentes de sus personajes y en consecuencia, solo persiguiendo y abrazando la verdad habría garantía de sensatez existencial.

Para el Dr. Pasavento, protagonista de la novela y uno de los alter ego del autor, la realidad es escurridiza y por ello prefiere perderse en las sombras desdibujadas de otros personajes; despersonalizarse, volverse loco para encontrarse y desaparecer su identidad y su yo.

En las últimas páginas de la novela está la esencia de su tesis filosófica. Alguien le pregunta “Usted es…y el responde: no, no soy”. “Me llamo así. Yo no soy”. Es el arte y el extremo de convertirse en nada. El sujeto desaparece al convertirse en uno y varios a la misma vez y el nombre es lo de menos, por eso se desindividualiza hasta la aniquilación. Filosofía de un conmovedor tono de hondo pesimismo en donde el poeta-escritor se anega en la inanidad de su insignificancia. Pero la desaparición del sujeto pareciera llevarse consigo también la desaparición del escribir para publicar, por ello uno de sus personajes solo escribe mini relatos y lo hace sobre papel desechable para convertirlo en basura tan pronto es terminado. Sin embargo, en su contradicción de ser-no ser salva al lenguaje y lo hace con una cita muy conmovedora de Adonis, un poeta sirio: A todos estos muertos a nuestro alrededor, ¿dónde sepultarlos sino en el lenguaje?

Quizás uno de los tópicos que más llaman la atención de la parte ensayística de la novela es la mordacidad y condena que expresa respecto de los escritores que practican la ostentación y la grandilocuencia, y que sin escrúpulo alguno anteponen su ego sobre la búsqueda de una obra de calidad y que, con “frivolidad indignante” en sus actitudes obsesionados por un reconocimiento que nunca llega (precisamente porque no dedican tiempo a una paciente construcción de esa obra), pretenden utilizar la literatura para triunfar socialmente en la vida. Uno de los leitmotiv de la obra consiste en golpear a sus colegas los escritores en la parte donde más le duele: en su ego.

En efecto, y por boca de uno de sus personajes el autor trae a colación un mini escrito en donde se razonaba acerca de: “cómo desprenderse del agobio de la identidad de escritor y proponía un rechazo radical de la fama y del mundo de las vanidades literarias y sugería a los nuevos literatos que se dedicaran a no tener rostro, a carecer de imagen lo máximo posible, a concentrarse en lo estrictamente literario, a concentrarse en el trabajo de la escritura en sí”. Conmina a los escritores a escurrirle el bulto a la fama, al éxito, a la celebridad de escritor reconocido y aplaudido.

Eva Vellón, en un artículo crítico sobre la novela dice: (…) Pasavento es consciente de la contradicción intrínseca a la idea de querer borrarse cuando afirma que “en la historia de la desaparición del sujeto moderno, la pasión por desaparecer es al mismo tiempo un intento de afirmación del yo”. Como el gato de Schrödinger que puede estar vivo y muerto al mismo tiempo, el escritor-psiquiatra se debatirá en la permanente paradoja cuántica de la “puesta en escena” de su “aparición-desaparición”.

Enrique Vila-Matas escribe en el filoso margen entre la angustia por la obra fallida y la conciencia de la vanidad de una obra lograda. Desaparecer equivaldría a recobrar los términos del leitmotiv de Doctor Pasavento: «La soledad, la locura, el silencio, la libertad».

Los personajes Robert Walser primero y Emmanuel Bove y Humbol después, tipifican la nostalgia de la inocencia de la primera escritura, cuando no hay nada que interfiera en el escritor excepto su vocación a la intemperie, cuando el azar es el que dicta lo que escribe y la repercusión (ninguna) de lo que publica. Esos personajes también constituyen paradigma a emular cuando dice de Bove que tenía un “Original dominio de la estética de la discreción y del fracaso”. Un testigo lo describiría así: “modesto y discreto, prefiriendo el silencio a la publicidad, parecía estar siempre buscando que le olvidaran del mismo modo que otros buscan ser conocidos”. Oído al tambor.

Vila-Matas es autor de numerosas obras, entre ellas Historia abreviada de la literatura portátilBartleby y compañía; El mal de Montano (premio Herralde 2003); París no se acaba nunca. Galardonado con el Premio de la Real Academia Española 2006 por Doctor Pasavento, la Academia ha valorado especialmente «su exigente cuidado formal y lo que supone como decidida renovación del lenguaje narrativo en la línea de las mejores tradiciones europeas y americanas». Y fue condecorado como Oficial de la Legión de Honor francesa en reconocimiento «no sólo a la admiración y simpatía que inspira en Francia su prestigiosa carrera, sino también por su contribución al desarrollo de las relaciones culturales entre Francia y España».

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Muela

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