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Facundo Cabral: Crónica de sus últimos días

tapa ebook LLANOS-2Esta es la historia que nunca hubiésemos querido escribir; de la que nos resulta imposible despedirnos.

El asesinato de Facundo Cabral, el 9 de julio de 2011, no fue sólo una injusticia que dejó al público latinoamericano huérfano de una de sus voces más importantes; fue una cita íntima con la fatalidad, con el azar o con los ires y venires que solemos llamar destino. Una tragedia inesperada que borró su futuro y le dio un giro definitivo al de mi padre; al de nuestra pequeña familia.

Dos meses después del fallecimiento de mi madre, Anita, nuestro mundo se puso del revés. Mi hermana y yo animamos a mi padre a volver al trabajo con una gira tranquila por Centroamérica con su amigo Facundo Cabral. No podíamos imaginarnos que mi padre iba volver a encontrase con el horror, que sería el único testigo del asesinato de su querido amigo, que vería de cerca su propia muerte.

Mi padre regresó a Madrid devastado, con una pena inmensa que le dolía en el cuerpo. Una noche, comiendo un asado en un restaurante argentino, me dijo una frase determinante en esta historia: cuando vi su cabeza inclinada sobre su hombro izquierdo pensé que yo también estaba muerto, la frase con la que comienza este libro y con la que arrancó nuestra terapia familiar; el mejor ungüento para aliviar el dolor de la ausencia.

Sin embargo, “Facundo Cabral: crónica de sus últimos días” no es un libro triste: la personalidad y el mensaje de Facundo están reñidos con la tristeza. El libro es un testimonio de sus últimos siete días, de sus charlas con mi padre, de tantos recuerdos inundados de anécdotas con Jorge Luis Borges, Marcel Marceau, Eva Perón, Atahualpa Yupanqui, la Madre Teresa de Calcuta, Astor Piazzolla… Pero, especialmente, es una historia sobre la amistad y sobre la fe en la vida; a pesar de todo.

PRIMER CAPÍTULO

 9 de julio de 2011. Guatemala 

«No hay muerte, hay mudanza,

a ese lugar en el que todos somos eternos»

Facundo Cabral

Cuando vi su cabeza inclinada sobre su hombro izquierdo pensé que yo también estaba muerto. Que la muerte nos había llegado así, de improviso, destrozando los cristales del coche y la ilusión de un tiempo generoso en despedidas. La Avenida Liberación de la ciudad de Guatemala estaba a oscuras y ya no habría un amanecer para nosotros; nosotros, los tres ocupantes del Range Rover blanco que se dirigía al aeropuerto de La Aurora para que Facundo y yo pudiésemos volver a casa.

El impacto contra el parque de bomberos me empujó hacia adelante, hacia el asiento de Facundo que, por primera vez en tantos años de amistad, permanecía en silencio. El cuerpo de Henry Fariñas se había desparramado sobre el volante: una imagen terrible de sangre y vísceras que le restaba cualquier posibilidad a la vida. «Señor, ¿está usted bien?», me preguntó un bombero abriendo mi puerta, devolviéndome al presente con el ruido de los cristales estrellándose en el suelo. «¡Facundo!», quise encontrar mi voz en un grito, «¡Facundo Cabral está en el asiento del copiloto!», dije escuchándome a kilómetros de distancia. El bombero me miró resignado. Ya no hay nada que hacer, respondió, pero el otro señor todavía respira…

Bajé del coche y me enfrenté a una oscuridad que se había empeñado en ocuparme el alma. Caminé detrás del bombero; me temblaban las piernas, dando pasos dudosos por la irrealidad de una pesadilla. Bombero, bombero, yo quiero ser bombero…—empecé a tararear para adentro acompañado de sirenas policiales —bombero, bombero, porque es mi voluntad… La única canción que Facundo se negó a interpretar durante la gira de despedida del público centroamericano; su despedida.

Una oficina pequeña e iluminada me devolvió mi cara en el espejo: allí estaba yo, con la camisa teñida en sangre, quizás de ellos, quizás mía; el semblante de un horror que me era desconocido. «Espere aquí», dijo el bombero, y regresó con un médico que me certificó un traumatismo en el ojo, otro en el pómulo, varios en los brazos, en el abdomen, más alguna esquirla incrustada bajo la piel. «Tuvo suerte», respiró al final de un examen acelerado mientras yo soportaba un trasiego de preguntas. Gente con uniforme o de civiles, tal vez periodistas, querían saber mi nombre, conocer detalles de mi relación con Facundo, encontrar alguna explicación… Que yo era el único testigo, me repetían. El único testigo ¿de qué? ¿De un atentado? ¿Un crimen? ¿Un maldito revés del destino? ¡Facundo Cabral estaba muerto! ¡Habían asesinado de un tiro al hombre que más odiaba las armas! Un pacifista en manos de unos salvajes. La paz sumida en el holocausto.

« ¿Y ahora qué hago, carajo?», me pregunté con la rabia quemándome en el pecho. Qué iba a responderles, qué iba a explicarles si no podía entender lo que nos había ocurrido: ¿Quién querría matar a Facundo Cabral? ¿Quién sería capaz de una emboscada tan miserable?… La noticia ya estaría conmocionando al mundo. Y mi nombre en todas las reseñas. «Quiero hablar con mis hijas», le pedí al policía que ahora interrogaba al sonidista de Facundo. El Chacho Savasta viajaba detrás de nosotros en la Chevrolet marrón de los guardaespaldas de Henry Fariñas, y aún así no pudo escapar del horror en primera persona: sus ojos captaron el momento en que otra camioneta se apareó a la nuestra y un hombre, con medio torso afuera, disparó ráfagas a quemarropa; el instante en que una bala certera le atravesó la cabeza a Facundo Cabral.

Llamé a España. Mis dos hijas me trasladaron el rompecabezas de información desordenada que intentaban encajar los medios de comunicación: el gobierno guatemalteco ratificaba el ataque con fusiles de asalto; Rigoberta Menchú sostenía que habían matado a Facundo Cabral por sus ideales; Álvaro Colóm, Cristina Fernández de Kirchner, todos los mandatarios latinoamericanos se mostraban consternados con la noticia; la policía local había confirmado que las balas ingresaron por la ventanilla del piloto, señalando a Henry Fariñas como el único objetivo del atentado; e internet ardía en la duda del asesinato político de cara a las elecciones en Guatemala.

Corté la comunicación y miré el calendario que colgaba de una de las paredes de la oficina. La foto de un bombero, con el uniforme impoluto sobre la escalera del camión, presidía el mes de julio. «9 de julio», leí en voz baja. En pocas horas en Argentina estarían celebrando el Día de la Independencia, que de ahora en adelante sería también el de la muerte de Facundo Cabral; ciudadano del mundo y argentino en ejercicio, caminante de la geografía universal que recalaba siempre en Buenos Aires, o en aquel pueblo de su madre, ese tan pequeño con una calle de un solo sentido al que no se podía regresar sin cometer una infracción. «9 de julio», repetí cerrando los ojos, el mismo día en el que un año atrás recibí un diagnostico terrible; una condena: la muerte inevitable de mi compañera en la vida, mi mujer, Anita, con la que ni siquiera podría llorar el asesinato de nuestro querido amigo.

¿Te acordás Facundo del tango de Piazzolla y Ferrer? Ese que cantábamos en cualquier esquina elucubrando a distancia nuestra propia muerte:   Moriré en Buenos Aires, será de madrugada, que es la hora en que mueren los que saben morir (…) llegará, tangamente, mi muerte enamorada, yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis.

9 de Julio de 2011. Seis de la mañana. Facundo Cabral es asesinado en la Avenida Liberación de la ciudad de Guatemala. Mi cuerpo está cansado, sin espacio para más dolor; al principio y al final de esta historia…        

«Facundo Cabral: Crónica de sus últimos días» en el programa de Jaime Bayly

 httpv://youtu.be/8IkTAGqP4E4

Consigue el libro AQUÍ

Sobre los autores:

GABRIELA LLANOS

Es periodista y escritora. Actualmente trabaja en la Wradio, la emisora internacional del Grupo PRISA (España). Ha publicado relatos en las antologías “Huellas en el mar” (Suburbano ediciones) “Mareas y Laberintos” “Festín de amotinados”, “Ruido de fondo” (Ed. Páez) e imparte clases de literatura creativa en la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid y en la escuela artística Madphoto.

PERCY LLANOS

Es periodista y un reconocido hombre de radio. Fue director de Radio Universidad de Córdoba (Argentina) y del mítico programa “El Discotecario de la Noche”. Desde hace tres décadas es presidente de la empresa Contemporánea Producción Artística, que produce espectáculos y artistas de renombre internacional.

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