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El soldado inútil

Novela de Jaroslav Hašek


No sospechaba Gavrilo Princip, el extremista serbio que el 28 de junio de 1914 mató al archiduque Francisco Fernando de Austria, que su acto se convertiría en la causa o en la excusa que desencadenaría la primera guerra mundial, un brutal conflicto que desoló Europa, costó la vida de más de diez millones de personas y dejó casi veinte millones de heridos. Al día siguiente del magnicidio, Josef Švejk, un inútil, estúpido y patriótico soldado de origen checo, es detenido por un ridículo policía secreto en una de las tantas tabernas que aquel frecuentaba, y a los pocos días se enrola en el ejército austrohúngaro decidido a ir al frente de batalla y ganar la guerra.

Así comienza Las aventuras del buen soldado Švejk, la novela que el checo Jaroslav Hašek escribió entre 1921 y 1922, poco después de regresar de Ucrania, destino al que había ido a dar perteneciendo, también él, a las tropas de un Imperio que se desmoronó durante esos años. Hašek había nacido en Praga en 1883, dos meses antes que su compatriota Franz Kafka, y desde muy joven se dedicó a la bohemia, al alcohol y a escribir en una y otra publicación periódica, en particular en la revista El mundo de los animales, de la que fue despedido por inventar especímenes fantásticos que solía describir con lujo de detalles. Sus primeras inclinaciones políticas lo llevaron al anarquismo, pero en 1915, recluta en el frente de Galitzia, se entregó a las tropas rusas y fue enviado a Kiev, donde se incorporó al Ejército Rojo. En 1918, y con dos esposas sobre sus espaldas, regresó a Praga convertido al marxismo, militó por la liberación de Checoeslovaquia y comenzó a escribir su descomunal novela –acaso demasiado descomunal– inspirado en su propia experiencia de guerra.

Como todo personaje de la picaresca –solo que su ineptitud es mayor que su mala suerte–, el soldado Josef Švejk emula el carácter de una época: torpe, inconsciente, entusiasta, oportunista. En él se dan la mano todas las imbecilidades de la guerra, todo el aturdimiento del poder, todos los desastres de un Estado que ha basado su razón de ser en la burocracia y la vigilancia. Pero también en él se conjugan todos los saberes populares, una idiosincrasia que no teme caer en la mentira, en la hipocresía, en la viveza menor y oscura. Una vez reclutado, Švejk comienza a ir de un lugar a otro, siempre al filo de ser ejecutado o ascendido de grado, siempre al servicio de un superior o de un capellán que son la síntesis de la corrupción, siempre en sitios distantes de los frentes de batalla, ajenos al verdadero peligro de la guerra. Su periplo es interminable –Bohemia, Galitzia, Budapest, cientos de caminos hasta caer finalmente prisionero de los rusos– y está cargado de equívocos que él mismo se encarga de alimentar como parte de una estrategia que va del heroísmo al simple acto de salvarse el pellejo.

¿Quién es Švejk?”, se interroga la traductora Monika Zgustova en el prólogo. “Esta pregunta va pasando por la mente del lector de la novela una y otra vez: ¿Švejk es un pobre imbécil o, por el contrario, es una inteligencia privilegiada y calculadora que sabe apartar de su persona las grandes iras de la historia? ¿Es un simple bebedor de cerveza o un cerebro maquiavélico?”. Allí donde en la obra de Kafka priman el absurdo y el drama, en la de Hašek reinan el absurdo y el sarcasmo, aunque los escenarios son prácticamente similares. Josef K., el agonista de El proceso, es un hombre confundido, que no llega a explicarse qué le pasa; Josef Švejk es un hombre incapaz de discernir entre la confusión y la lucidez, pero además poco le importaría hacerlo. Permanentemente confronta situaciones con otras que ya ha vivido, protagonizadas por iguales esperpentos que se transforman en los guías éticos que rigen su mundo. Y aún hoy el apellido Švejk, en su forma verbal (“sveiquear”), ejemplifica en idioma checo al charlatán que trata de engañar a alguien.

En enero de 1923, antes de cumplir cuarenta años, un infarto terminó con los días de Hašek. Un año y medio después la tuberculosis se llevó a Kafka. Este escribió su obra en alemán; aquel en checo. Ambos retrataron un mundo terrible; uno desde la asfixia, el otro desde el desparpajo.

Las aventuras del buen soldado Švejk, de Jaroslav Hašek, dibujos originales de Josef Lada, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016, 801 páginas

 

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