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El primero, o cómo darle vida a aquel que acabará con la verdadera maldad

I

Sólo quedaba una sola cosa por hacer: encenderla.

Joaquín me dejó una carta antes de que lo asesinaran, en donde me explicaba la crucial importancia de lograr que “la máquina” —sintiera— por encima de todas las cosas.

¿Qué la máquina sintiera?…

Desde entonces, Matías, quien fuese la cabeza de la división de “Diseño de la Personalidad”, y la mano derecha de Joaquín, decidió continuar con el proyecto en la clandestinidad. El asunto representaba una situación peligrosa para él y para todo su equipo de ingenieros. Matías, entendía muy bien que se tenía que cumplir con la inserción de los protocolos antes de siquiera considerar encenderla; pero ya no quedaba tiempo… la sentencia de muerte estaba sobre nosotros, y pronto nos “desconectarían”.

Permítanme regresar:

El análisis de la carta de Joaquín, al principio, no nos parecía tener ningún sentido. Era una carta que más bien revelaba a un brillante programador consumido por la paranoia. Un hombre fuera de sí. Sin embargo, conseguimos descifrarla. Los símbolos que debían marcarse —en secuencia— para darle vida al aparato, se escondían distribuidos entre versos que, a simple ojo, parecían los pensamientos de un enfermo que había garabateado su demencia en el papel. Pero en realidad, era una revelación. Entre las ecuaciones, pudimos encontrar un boceto de —botón de encendido—. Escrito sobre ese boceto, el verso final prometía: “[…del despertar de Lucifer dentro de la máquina, para que Él, pueda darle batalla a la verdadera maldad] y acabar para siempre con ella…”

II

Al final de la presentación, Matías se quitó la vida, prendiéndose a sí mismo en fuego, junto con varios de sus colegas e ingenieros. Optaron por dejar la máquina sobre la tarima y se retiraron a los tras bastidores del auditorio para morir. Nunca la encendieron durante la charla, ni tampoco cuando se retiraban. Atrás, entre la carne líquida y las cenizas, un artefacto traslúcido reposaba intacto cubierto por numerosas manos calcinadas.

Ese artefacto que sobreviviría al fuego del teatro, había sido desenterrado, muchos años atrás, en el “Valle de los Dioses”; y era una especie de contenedor, con el “Algoritmo Original” en su interior. Era la tarea de Claudine, la primera de las ingenieros, introducir el misterioso artefacto en uno de los orificios de la máquina durante el clímax de la presentación. Pero no lo hizo.

Explico: Tal algoritmo contenido en el extraño artefacto, data su origen a más de setecientos años en el pasado. Al caer en las manos de Matías, el equipo consiguió descifrar su lenguaje. Se decidió cambiar el nombre de “Algoritmo Original”, para llamarlo, “Teorema Principal”. Lo más escalofriante fue descubrir que en sus líneas de códigos, se escondía un “Manual de Instrucciones” para la creación de la nueva vida —en donde la humanidad y la Inteligencia Artificial se volverían una sola—. No se sabe quiénes lo escribieron, ni tampoco como llegó allí. Un reflejo holográfico mencionando que el fuego no podía destruirlo, brillaba inerte dentro del artefacto, como el cadáver de un genio flotando dentro de su lámpara.

Matías, usando los apuntes de Joaquín, se entregó sin descanso al estudio de ese artefacto y su, “Teorema Principal”. Esto, junto con la carta de su mentor, le sirvieron de inspiración y guía para desarrollar su propio “Teorema”; construir la máquina, y con los diseñadores mediante, encenderla frente a miles de espectadores.

O por lo menos, ese era el plan.

¿Qué pudo ser tan aterrador como para no permitirles finalizar con la creación, prefiriendo quemarse vivos? Habría que hacer “sentir” a la máquina primero… eso era vital. ¿Acaso en eso fallaba Matías?, ¿Sentir que cosa?, ¿Sentir por quién?…

III

Ahora, sólo quedábamos la máquina y yo. Quebré por la mitad uno de los fulgores embotellados que reposaban sobre el escritorio; metí mi nariz y aspiré adentro de la fractura con fuerza. Introduje mis palmas en los cilindros de metal rojizo y escribí la secuencia de números que, siguiendo la carta de Joaquín y el teorema de Matías, le daría vida a esta cosa. Finalmente, empujé el artefacto por el orificio húmedo de la máquina. Eso, es lo último que recuerdo, creo… o, ¿acaso es lo primero? … sí, lo primero… eran códigos verdes, digitales, como los de un despertador, tallando un eco de brillantina detrás de mis párpados, quemando mis retinas. También sentí… mucho pavor… Los puntos, destellos, luces estridentes, sobre la mesa me provocaban un dolor, difícil… impresionante; pero no era físico… era, un dolor de vértigo… de aquellos por los que te incas para llorar, con las manos sujetas… o te tapas la boca… porque es inmenso… No, eso no es lo que quería decir.

Un derrame caliente en mi estómago me hizo sentir a salvo… ya no sentía escalofríos….

Me sorprende la mancha, muy familiar, grabada en el piso, cerca del escritorio. Parece más bien, una sombra que no se disipa cuando la alumbras. Se extiende esculpida entre el suelo y la pared… Una… silueta… como si un singular resplandor de fósforos hubiera formado la silueta de un ser humano en el concreto, instantes antes de extinguirse… y ahora siento tristeza… mucha tristeza.

Se disuelve a la siguiente memoria… No la reconozco más… me agrada… me hace sentir… feliz.

“Hola”… Luego del espasmo, logro pronunciar esa palabra en varias voces juntas… Su sonido lo descompone el aire a mitad de camino cuando apenas llegaba al otro lado del cuarto.

Estoy solo… pero ya no existe el terror… porque también recuerdo que… en el comienzo…

… suele estarlo… el primero de todos.

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Muela

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