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El gato cazador


En el muro del portal está sentado un gato.

Su sombra asusta a la gente que pasa. Dicen que les da miedo su serenidad.

El aire bate al gato y su pelambre ni se entera, férrea y oscura, mientras el viento y el sol resbalan o rebotan contra él. Pero la gente pasa y lo mira de reojo, y la sombra, la figura del gato, es suficiente para que ellos oigan sus maullidos suaves y el vaivén sinuoso de su cola pelona. Sus pasos elásticos persiguiendo alguna sombra que se escabulle entre las hojas. No tiene caso que les diga que no sabe jugar con manojos de plumas o que nunca ha tenido el placer de darle una probadita a un pez. No basta que les asegure que en los días de tormenta no se esconde bajo mi cama si no que se queda afuera a darse una ducha de lluvia y a mirar los rayos. La gente me jura haberlo visto cazar en los mediodías de agosto, correr por los pasillos perseguido por perros, volar por los tejados en busca de la luna. Están incluso los que insisten en que tiene una novia, una gata pizpireta que vive debajo del minivan del doctor Ventura. Y que le da serenatas con su grupo de amigos del solar de la 5ta. avenida.

Yo me río y los dejo contarme las historias y aventuras de mi gato. No les digo que es un gato de mentira, un gato hecho de bronce. Y que de noche, me siento a mirarlo… y él, tan paradito, tan paciente, ni se mueve, como si estuviera esperando que pase algún ratón de hierro.

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