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Dudamel o la caída de un dios

Los comentarios de Gustavo Dudamel en relación a la realidad política que se vive en Venezuela despiertan indignación y desapruebo. No puede poner en riesgo su relación con la dictadura y opta por hacerse el de la vista gorda.


La musicología y etnomusicología, con su estudio de la música desde perspectivas culturales, sociales, históricas y antropológicas, nos enseñan que el hacer música es una actividad netamente política. No existe el arte puro. La forma en que se organizan los sonidos generados a través de instrumentos y la voz reflejan concepciones fundamentales de la existencia humana en sociedad. Y esto sucede porque la música, en su estado más primordial, nace de la relación entre un músico y su oyente. Las preocupaciones estéticas y académicas en relación al acto creativo son, sin lugar a dudas, importantísimas al momento de moldear un método de creación, pero el sustrato humano y político de aquello que se expresa por medio del sonido constituye la fuerza fundamental de la obra, aun en desmedro de lo que el artista pretenda lograr o idealizar. En el mundo de la música, el proceso creativo, tanto en la composición como la ejecución, articula determinadas críticas o elogios a formas de organización social, sea a un nivel comunitario o nacional. Así, tenemos por ejemplo música que se promueve como parte de un folklore nacional, para incentivar el arraigo o el orgullo étnico. También hay música de las subculturas, como el underground o el punk, la cual parte de una crítica al status quo y a aspectos de la sociedad que se perciben como nocivos para la ciudadanía.

En el ámbito de la música clásica occidental, esto no es una excepción. Aunque se ha querido por mucho tiempo promover una visión de la música clásica como ‘alta cultura’ en donde los valores estéticos de la obra priman por sobre lo mundano, es, sin embargo, inevitable asumir que la perfección formal de las grandes creaciones de occidente no proviene de una dimensión abstracta o espiritual sino del trabajo arduo y sostenido de artesanos remunerados, como lo eran Bach, Beethoven o Tchaikovsky. Esta reflexión me lleva al tema de las posiciones políticas y la difusión y creación musical desde un punto de vista ético. Específicamente, parto de un sentimiento de indignación y desapruebo en relación a los recientes comentarios ofrecidos por el celebrado Gustavo Dudamel en cuanto a la realidad política que se vive en Venezuela. Para aquellos que cuentan con amigos o familiares radicados actualmente en la nación bolivariana, incluir una descripción detallada de dicha realidad aquí sería desacertado. Este espacio no bastaría para narrar el alcance de la destrucción de las instituciones civiles y sociales. Para aquellos que desconocen el alcance de la crisis, solo atino a traer a colación una frase que he escuchado muy a menudo en boca de decepcionados venezolanos en los Estados Unidos: ‘la Venezuela que conocí ya no existe’.

Gustavo Dudamel es considerado unánimemente un dios de la música clásica occidental. Su foja biográfica es impresionante. Su creatividad y rigurosidad como compositor y director, dentro de los parámetros puristas de la música clásica, han sido elogiados al más alto nivel académico. Especialmente, su trabajo dentro del Sistema, el exitoso programa de educación musical para niños y jóvenes en Venezuela, ha sido galardonado por promover la formación de profesionales de la música y el supuesto empoderamiento de jóvenes a través de la disciplina y creatividad. En relación a este punto, Ibsen Martínez ha descrito a Dudamel de la siguiente manera:

su figura suscita en mí una abominación que no emana de su persona, ni de su desempeño en el podio, sino de esa estafa continuada, esa colosal superchería populista, emanación del corrupto petroestado venezolano que desde largo tiempo antes de Chávez se conoce como El Sistema.

Quiérase o no, Dudamel se ha convertido en una figura respetada y admirada mundialmente en base a su apto desempeño como director y líder del Sistema.

No obstante este éxito, su postura ética como creador, músico, y vocero de un movimiento global centrado precisamente en la formación de una juventud pensadora y libre, tal y como se formula en los objetivos del Sistema, demuestra la intrascendencia de un hombre complaciente, pragmático y demasiado acostumbrado ya a los beneficios elitistas de la ‘alta cultura’ de occidente. Dudamel es el portavoz y director de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, un ensamble que agrupa los estudiantes más destacados reclutados por el Sistema. Estos músicos/estudiantes son formados bajo el lema de ‘Tocar y Luchar,’ buscando suscitar en ellos la realización individual y la contribución a la sociedad. De una forma contradictoria, su líder no sigue esta máxima. Dudamel prefiere ‘Tocar y Ganar.’ Ha elegido mantener una posición anodina de complacencia y blandura ideológica con el propósito de proteger su liderazgo dentro del Sistema, el cual, debe tenerse claro, es un programa patrocinado por la Fundación Musical Simón Bolívar, una ramificación del ‘Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia’. En otras palabras, la orquesta Simón Bolívar es un organismo altamente politizado donde los favores cuentan. El estado autoritario bolivariano es sumamente cauteloso al elegir representantes que le sean fieles y ayuden a mantener el dominio de las elites post-chavistas. El director Dudamel debe su presencia fulgúrea en el mundo de la música a su liderazgo dentro de dicho Sistema. Una crítica (siquiera sesgada) al atroz desempeño de la dictadura le costaría su reinado. Y el dios no quiere caer ni mancharse. Considerando el aparato logístico y los múltiples compromisos en su agenda de ciudadano del mundo, Dudamel sabe que no puede poner en riesgo su relación con la dictadura y opta por el consabido subterfugio latinoamericano: se hace de la vista gorda. En una reciente entrevista conferida al País de España, asegura, desde un punto de vista muy platónico, que lo que él busca es la unidad del pueblo venezolano: ‘en el momento en que tú tomas una posición, formas parte de una división’ afirma haciendo hincapié en su pretendida imparcialidad frente al engorroso conflicto social en Venezuela.

Pero la verdad es que el dios ya ha caído desde las esferas celestiales hacia al barro de la codicia, aquiescencia y la falta de empatía para con los suyos. Más aun, el dios se ha desarraigado de los cimientos pedagógicos del Sistema. Con su propio ejemplo, el famoso director promueve la falta de agallas en sus estudiantes, no la lucha, y la ejecución de música y sonidos carentes de un mensaje humano, música solo por la música, notas en un pentagrama que se elevan como el humo y se disipan rápidamente. Su trabajo musical es simplemente un trabajo de escritorio (por cierto, muy bien logrado). Al terminar de dirigir la primera sinfonía de Gustav Mahler con Los Angeles Philarmonic, Dudamel recibe su cheque, se retira a sus aposentos, se pone cómodo quizás con un suculento vaso de bourbon en la mano, y luego se sumerge en sueños de opulencia para olvidar la tragedia que viven los compatriotas que lo vieron nacer y crecer en aquella lejana y caótica república bananera a la cual nunca, quizás, querrá volver.

 

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