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Detrás de página: Denise Kripper, traductora literaria

Denise Kripper (Buenos Aires, 1985) es traductora literaria por el I.E.S en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández” y doctora en literatura y estudios culturales por Georgetown University. Es editora de traducción para la revista Latin American Literature Today y editora de reseñas para la publicación de Routledge Translation Studies. Vive en Chicago, donde enseña en Lake Forest College y es miembro del colectivo de traductores Third Coast Translators Collective.

BIBLIOGRAFÍA

 

Algunas traducciones literarias

“Conrad’s Translator” by Esther Cross (Inventory 2015)

“#Moving” by María José Navia (World Literature Today 2017)

“Madison County, the Bridges of” by Clara Obligado (Farlag 2019)

Ensayos sobre traducción

 

On Translators in Translation: Spanish Novels About Translators Available in English Translation” (Asymptote 2018)

Documenting translators: the political backstage of translation” (Asymptote 2018)

 

Háblame un poco de los últimos libros (traducciones, en tu caso; o puede ser libro de ensayos académicos) que has publicado. 

Acabo de entregar una colaboración para una antología italiana sobre escritores, traductores y críticos en América Latina. Mi ensayo se centra en cómo se ha usado el tema de la traducción en novelas que reviven y narran lo que fue el boom latinoamericano. También estoy trabajando con otras académicas y traductoras en una investigación sobre traducción y feminismo que saldrá pronto por Routledge. Con respecto a la traducción, ahora estoy con dos proyectos literarios que todavía están buscando hogar en una editorial: del inglés, la novela Ways to Disappear, de la escritora estadounidense Idra Novey y del español, Buenos, limpios y lindos, de la escritora argentina Vera Fogwill.

¿Qué blogs, revistas electrónicas u otros sitios en internet recomendarías para descubrir a autores noveles hispanohablantes? 

Claro que Latin American Literature Today, y no sólo porque soy su nueva editora de traducción. Los sigo desde el primer número, su formato completamente bilingüe los hace bastaste únicos en su especie.

¿Cuáles son tus referentes en la literatura iberoamericana? 

Cambia mucho según la época, pero en este momento, en mi mesa de noche tengo a María Sonia Cristoff, Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, María Gainza y Mercedes Cebrián.

¿Qué otros autores y autoras, traductores y traductoras, han tenido influencia en tu obra? 

Me inspira mucho la cantidad de mujeres traductoras que están llevando tanta literatura latinoamericana al inglés. En ese mercado, las traductoras funcionan como agentes, representantes, expertas en marketing y publicidad. Es un trabajo enorme y a veces no tan reconocido el que hacen, por ejemplo, Christina MacSweeney, Rosalind Harvey, Megan McDowell, Katherine Silver, Jennifer Croft, Sarah Booker, Katherine Hedeen, entre tantas otras.

¿Qué nuevos escritores y nuevas escritoras hispanohablantes recomendarías?

Depende lo que se entienda por “nuevo.” Si hablamos de alguien que recién empieza, recomendaría a Isabel M. Bustos. Su primera novela, Jeidi (Laurel editores), me pareció genial y estaré atenta a lo próximo que escriba. También hay una especie de “nueva generación” de escritoras mujeres conformada por autoras que ya tienen cierta trayectoria y renombre, como Samanta Schweblin o Mariana Enríquez. Por último, hay algunas autoras reconocidas en América Latina pero que recién ahora están empezando a ser leídas afuera, a partir de la traducción al inglés. En ese sentido, autoras como Norah Lange (trad. Charlotte Whittle, Whitney Devos), Hebe Uhart (trad. Maureen Shaughnessy) o Victoria Ocampo (trad. Suzanne Jill Levine & Jessica Powell), también pueden ser consideradas nuevas, aunque claramente no lo son.

¿Qué autor y/o autora están subvalorados en tu país de origen?

¡Muchos! En Argentina todos tienen una historia que contar y me interesan especialmente las que no pasan por el mundillo literario, que es a las que a veces más cuesta llegar. Hace poco leí dos novelas que me parecieron brillantes: Ambactus (servidor) de Nadia Volonté, que es traductora, y Retrato de Mäda Primavesi, de Sebastián Politi, que es psicólogo. Me parece muy valioso lo que otras perspectivas y disciplinas le brindan a la literatura. Ahora estoy leyendo una novela inédita de Federico Firpo Bodner, que es arquitecto de softwares. Se llama Álgebra maldita y saldrá pronto por la nueva editorial Clandestine.

¿Y ahora qué autor y/o autora están totalmente sobrevalorados en tu país de origen?

Mejor no les hagamos más bombo.

¿Cuál ha sido tu peor (o mejor) borrachera en una feria del libro o encuentro de traductorxs o académicxs? 

Lo que pasa en ALTA, queda en ALTA.

¿Qué serías si no fueras traductora?

Escribiría sobre arte. Me interesa mucho el tema de la falsificación, creo que plantea problemáticas análogas a las de la traducción en la relación que existe entre el original y la copia o reproducción.

¿Qué viene luego de Borges en tu biblioteca?

La biblioteca de Borges, de Paripe Books. Me encantaría tener también El Aleph engordado, de Pablo Katchadjian, pero no llegué a comprarlo antes de que fuera sacado de circulación.

¿En qué estás trabajando ahora?

Estoy escribiendo un libro académico sobre personajes traductores. En las últimas décadas aparecieron en español muchísimas novelas con traductores e intérpretes como personajes protagonistas. Son todas obras muy distintas entre sí, pero tienen un denominador común: todos los traductores traducen mal. ¿Por qué? De eso trata mi libro.

¿Cuál va a ser tu próxima lectura?

The Translator’s Bride, escrita y traducida por João Reis. Acaba de salir por Open Letter. ¡También con un traductor protagonista! Estoy un poquito obsesionada con el tema.

Aquí se puede leer un fragmento inédito de Ways to Disappear, de Idra Novey, o Formas de esfumarse, en traducción de Denise.

“La novela se trata de la traductora del portugués Emma Neufeld y su autora Beatriz Yagoda, que ha desaparecido en Brasil, vista por última vez perdiéndose en la copa de un árbol. Ante este misterio, Emma viaja a buscarla, creyendo conocerla mejor que nadie. A continuación, un fragmento de la novela que narra la llegada de la traductora a Brasil”.

Conocía demasiado bien a Beatriz como para no ir a ayudar. ¿Y si a nadie más se le había ocurrido pensar en esa escena en uno de sus primeros cuentos en el que un carcelero desaparece en un árbol? Emma no podía acordarse del título con Miles refunfuñando a su lado en el auto. Pero estaba segura de que se acordaría cuando estuviera sola en el aeropuerto.
Y sola, haciendo la fila de seguridad, se acordó. “A Lua Nova”. La luna nueva. Una vez que se acordó del título, recordó toda la historia, la isla desierta excepto por la cárcel y la orquesta de lagartijas de tres dedos que todas las noches cantaban sambas y maracatu a los presos. El cuento trataba de un preso mudo que tallaba huesos de pollo y del carcelero que se enamora de él y luego lo envenena, esperando poder aplacar su deseo.
Pero había un segundo carcelero en la historia también. Un personaje menor que se había trepado a una palmera por fuera de las murallas para escuchar a las lagartijas y encontró la distancia tan liberadora, sentadito ahí tan elevado e invisible, tan lejos de los otros carceleros y sus presos, que jamás volvió a bajar.
O tal vez se insinuaba que algo más pasaba en el árbol–Emma no se acordaba. Tenía que encontrar el cuento cuando llegara al departamento de Beatriz. Si no, su amigo que tan gentilmente le había escrito para avisarle del misterio de su autora seguramente tuviera una copia del libro. Beatriz nunca le había hablado de Flamenguinho, pero él evidentemente conocía a Beatriz lo suficiente como para saber lo cercana que era a Emma. Sabía lo valiosa que su traductora sería en una crisis como esta. Iban a encontrarse a tomar algo en el hotel de Emma apenas aterrizara. Estaba ansiosa por sentir la entonación dulzona del portugués en la boca, la brisa del Atlántico en la piel.
Cuando por fin salió del Aeropuerto Internacional de Galeão en Rio, absorbió el conocido tufo a transpiración, humo y guayabas que la asaltó apenas dejó la zona de recolección de equipajes y el aire de afuera se le vino encima. Ya empezaba a sentir que el vestido se le pegoteaba a los brazos y la espalda. Después de tanto invierno, esa sensación pegajosa, ese vaho, eran la gloria. Llegar a Rio era acordarse de que teníamos un cuerpo y de que lo llevamos siempre a cuestas.
El taxista también tenía un cuerpo, gran parte al descubierto y todo reluciente de sudor debajo de una camiseta rosa. Cuando le preguntó dónde había aprendido portugués, ella le contó sobre Beatriz.
Pero seguro quieras traducir a los grandes, le dijo, maestros como Jorge Amado y Carlos Drummond.
Ella entonces le contó sobre el cuento del carcelero en el árbol, sobre la cárcel en la isla con la orquesta de lagartijas, sobre esa historia tan inquietante y elemental que parecía casi estar murmurando una trama subterránea del mundo.
Ah, la conozco. La Caldera del Diablo, dijo el taxista.
No, creo que se llama “La luna nueva”, respondió Emma.
Me refería a la cárcel, dijo. Hace un calor infernal en Ilha Grande.

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